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EL ROL DE LA MUJER UN ASUNTO ¿CULTURAL O GENERACIONAL?


Enviado por   •  22 de Septiembre de 2019  •  Ensayo  •  1.858 Palabras (8 Páginas)  •  155 Visitas

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IES N°7 POPULORUM PROGRESSIO INTELA

PROFESORADO DE EDUCACIÓN SECUNDARIA EN HISTORIA

ENSAYO CIENTÍFICO

“EL ROL DE LA MUJER, UN ASUNTO ¿CULTURAL O GENERACIONAL?”

COMUNIDAD GUARANÍ ÑANDE TETARARETA

MATERIA: INVESTIGACIÓN EN ENTORNOS DIVERSOS

CURSO: 1ER. AÑO “B”

EL ROL DE LA MUJER

UN ASUNTO ¿CULTURAL O GENERACIONAL?

INTRODUCCIÓN

En la actualidad, un tema recurrente de debate en prácticamente todos los ámbitos es el rol de la mujer en la sociedad. Esta última oleada feminista, especialmente en América Latina, y su lucha por el reconocimiento y conquista de nuevos derechos han generado una profusa polémica, desde lugares como el Congreso, hasta las charlas en distintos ámbitos laborales y los almuerzos familiares del común de la gente.

Frases como “en mi época éste tipo de cosas no pasaban” o “antes ni siquiera se les hubiera ocurrido...” hacer determinada cosa, suelen escucharse de hombres y mujeres que no necesariamente corresponden a la misma generación pero sí comparten ciertos valores de lo socialmente aceptable y determinado modo de verse a sí mismos y de percibir a los otros.

Esto lleva a preguntarnos si el papel que la mujer ha cumplido a lo largo de la historia es una cuestión meramente cronológica, es decir que ha ido realizando nuevas actividades y obteniendo derechos sucesivamente según el paso de los años de manera ordenada, o si en realidad su función es determinada por la cultura de la que ha formado parte en los distintos espacios del mundo.

DESARROLLO

¿De qué hablamos cuando hablamos de cultura? Una de las definiciones más aceptadas es la que podemos tomar del antropólogo evolucionista Edward Tylor (1958), quien la define como “aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres, y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre como miembro de la sociedad”. Cabe destacar entonces que, tanto las costumbres, como las creencias y por ende el modo en los que se concibe el mundo y a quienes habitan en él, son producto de la vida en una determinada sociedad en la que las personas adquieren una tradición cultural específica. “La gente hace suyo gradualmente un sistema previamente establecido de significados y de símbolos que utilizan para definir su mundo, expresar sus sentimientos y hacer sus juicios. Luego, ese sistema les ayuda a guiar su comportamiento y sus percepciones a lo largo de sus vidas.”(Kottak, Conrad Phillip. 2000).

En este sentido, para los integrantes de la Comunidad Guaraní Ñande Tetarareta, en palabras de uno de sus integrantes, Daniel Peralta “La cultura es el ciclo de la vida. Es toda la sabiduría que recibimos de nuestros ancestros y se transmite de generación en generación”. Claramente dentro de dicha sabiduría se encuentran los valores con los que llevan adelante su vida, entre ellos la importancia que tienen los ancianos por su sabiduría y la que posee la mujer como pilar fundamental dentro de la cultura guaraní en general y dentro de cada una de las familias que la componen en particular.

Si nos remontamos a los orígenes de la humanidad, encontramos que los primeros homínidos dividieron los roles de cada género en función de las necesidades de supervivencia: los machos salían a cazar y las hembras recolectaban frutos y semillas en la proximidad de los asentamientos ya que de ese modo podían cuidar de las crías (crías inmaduras y mucho más dependientes que las del resto de los animales) sin exponerlas a mayores riesgos de ser atacadas por depredadores. En ésta instancia el cuidado de las crías era primordial por la necesidad de preservar la especie. De acá, podemos inferir, es que surgió el concepto de que la mujer constituye el “sexo débil” y la fortaleza le corresponde exclusivamente al hombre, quien debe ocuparse únicamente de actividades bruscas que requieran la fuerza física que la mujer posee en menor medida.

En la Antigüedad, por ejemplo “las mujeres griegas y romanas, jamás poseyeron capacidad política, no eran miembros de la polis o de la civitas en sentido pleno. Asimismo su capacidad de obrar estuvo en mayor o menor medida mediatizada por el poder del hombre, sometidas de por vida -con matices- a la tutela de un varón; Roma, con todo, destacará por entender que la relación hombre-mujer no podía consistir en un mero dominio, explotación o sometimiento. En tanto que la mujer griega tenía como principal función reproducir biológicamente ciudadanos, siendo los hombres los encargados de educar a los jóvenes; en Roma, el papel de la mujer en la familia y en la sociedad era culturalmente valorado y reconocido: educa a los hijos en los primeros años y le transmite los valores cívicos. La mujer romana no está, como la griega, encerrada en el gineceo, sino que participa plenamente junto con su marido en la vida social de la casa; entra y sale libremente, aparece con su marido en las recepciones y banquetes, comparte con él la autoridad sobre los hijos y sirvientes, aconseja a su marido, asiste a los espectáculos públicos y a las fiestas propias de las mujeres casadas.” (Juan Carlos Tello Lázaro. 2005)

A partir de las concepciones del autor es innegable que el rol de la mujer y las tareas que desempeñaba estaban determinadas por la cultura a la que pertenecía más que a la época.

Ahora bien, sin necesidad de irnos tan lejos, en distancia y en el tiempo, cabe mencionar a una destacada figura que, durante una última entrevista en la comunidad Ñande Tetarareta, fue mencionada por la encargada del área de gestión Mariana Peralta como un ejemplo de mujer y de

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