Historia de Anabelle y el monstruo
Enviado por Manuelito Hernande • 29 de Mayo de 2017 • Apuntes • 2.588 Palabras (11 Páginas) • 351 Visitas
Anabelle y el monstruo
A veces me gusta pensar que mi vida es un cuento de hadas, que soy una princesa y que algún día tendré un y vivieron felices por siempre. Pero, no es así. No soy Cenicienta, o la Bella durmiente. Sólo tengo miedo. Miedo porque papá acaba de llegar.
Escucho como va de aquí para allá, me siento bien que no lo estoy viendo porque me da vergüenza verlo cuando se pone así. Agarrándose a los muebles como si se lo estuviera llevando la marea. Cayendo, levantándose, y volviendo a caer. Hasta que llega al refrigerador. Escucho como lo abre. Cierro los ojos porque sé que no tardará mucho para que empiece a gritar. Me comience a gritar. Y sólo tendré miedo.
Había una vez, una bonita princesa llamada Anabelle. Tenía el cabello rizado de color rosa algodón de azúcar y siempre lo llevaba en dos coletas. Le gustaba usar vestidos en colores pasteles, zapatillas lizas con un moño, y su tiara que nunca faltaba. La princesa Anabelle tenía poderes mágicos, con su estado de ánimo el clima cambiaba. Contaba con muchos súbditos que la querían, como el señor Bubbles, quien era su cocinero personal, o la señora Ojos de botón, la cual era su doncella. Se podía decir que la princesa Anabelle era la niña más feliz en el reino, pero... ya no era así.
Miró por la ventana de sus aposentos en la torre más alta del castillo. Desde ahí se podía apreciar casi todo el reino. Las nubes que circundaban el cielo tenían la consistencia de un bombón. En el poblado que rodeaba las afueras de su castillo, las casas estaban hechas de jengibre, y sus pobladores vagaban subiendo y bajando por el adoquinado de tabletas de chocolate: hombres y mujeres de jengibre, cupcakes, paletas, galletas de animalitos y ositos de peluche, entre otros, conformaban la población de su reino. Los campos verdes a lo lejos olían a hierbabuena, y sus árboles de colores lilas y rosas tenían las hojas de caramelo, con corteza de chocolate. Ese reino era su casa, pero se sentía muy vacía sin sus padres.
Su padre, el rey, era un príncipe con cabello de color índigo profundo, quien se enamoró de una princesa cuyo color de cabello era un bermellón con fulgor. Fue amor a primera vista. Pronto se casaron y se fueron a vivir al castillo del príncipe. Años después, tuvieron a la princesa Anabelle. Desde pequeña fue presentando aptitudes mágicas y dotes brillantes. La niña era un prodigio. Adorada por todos y amada por sus padres. La princesa Anabelle vivía en armonía. Pero ese final feliz no duró mucho.
Una mañana, Anabelle se levantó, y vistió para después ir a despertar a sus padres con brincos en la cama como siempre hacía, sólo que su mamá no se hallaba adentro. Sólo su papá, durmiendo profundamente con una botella de jugo de uva en la mesa de noche. La buscó por todo el castillo, pero nada. Se había ido. De un día para otro su mamá, la reina, se había ido. La princesa no comprendía a donde se fue, o porqué se fue, sólo tenía en cuenta que su madre ya no estaba. Y algo dentro de ella le dijo que no la volvería a ver.
Aquella fatídica mañana, luego de que el rey se vistiera, salió en su búsqueda, dejándole el reino a cargo de la princesa. Se sentía intranquila, su única compañía era la del señor Bubbles, el osito de felpa azul celeste, y la señora Ojos de botón, una remendada muñeca de trapo con un solo botón como ojo, pero ni así se sentía satisfecha.
Ya bien entrada la noche, alguien regresó, pero si era su padre, eso no lo sabía. Se quedó sentada a la larga mesa del comedor, escuchando como algo de gran tamaño se abría paso a través de las protecciones y los soldados de juguete del castillo. Entre los gruñidos de aquel animal, y los gritos agudos de auxilio, la princesa se levantó de su asiento con la mirada fija en las dos altas puertas del comedor. Esperando que ese ser hiciera acto de presciencia. Sintiendo algo que nunca había experimentado antes, ni siquiera cuando su madre se fue, ya que sólo saboreó un malestar y una impaciencia enormes. No, aquello era otra cosa. A cada thumb que aquello daba paso a paso, acercándose más y más, la princesa de las coletas iba descubriendo qué era lo que sentía.
El estómago se le hacía pequeño, sin poder mover el cuerpo, pero sintiendo como si temblara de pies a cabeza, la garganta se le cerraba, cortándole la respiración. Por un segundo todo fue silencio, uno tal que pudo escuchar el latido de su corazón en sus oídos. Pero en cuanto se abrieron las puertas de par en par, y una ráfaga de viento apagó las luces de las velas en los candelabros del techo, la princesa pudo ponerle un nombre a lo que sintió en ese momento: miedo.
Miedo al ver esa enorme bestia, llena de pelos. La luz de la luna le llegaba de espaldas y la silueta de su sombra recorría el comedor, llegando a cubrirle hasta la cintura. El monstruo se quedó quieto por un momento, dejando que la princesa Anabelle lo apreciara; medía cuatro veces lo que ella, iba desnudo, ya que su pelaje pardo era tan denso y negro que era humanamente imposible ver un pedazo de su piel, sólo mostraba unos enormes ojos redondos y brillantes como un par de burbujas, con pupilas muy pequeñas, aunque la izquierda era más grande que la otra.
El monstruo ardió en cólera. Sacó las garras de su contorno redondo, abrió sus fauces llenas de saliva, y dio inicio al baile más grotesco que alguna vez vio la princesa. Iba de aquí para allá, tirando las sillas, chocando con pilares, rompiendo la mesa. Tambaleando, trastabillando. Convirtiendo en astillas y trizas todo lo que le salía al paso. Casi llegaba a la pequeña, cuando sin pensarlo, algo ascendió desde su estómago, cruzó su esófago y salió de su boca. Un grito de terror fue la alarma que activó sus sentidos, echándose a correr de forma instantánea. Subió las escaleras de la torre hasta hallarse bajo el resguardo de su cama, donde es echó todas las frazadas con tal de alejar el ruido que el monstruo hacía al destrozar cuanto mueble se encontrara.
Al día siguiente, y por la necesidad de comer, bajó a la cocina. El comedor estaba patas arriba, y ella se asustó al ver la bola de pelo acurrucada sobre los escombros, roncando tan profundo que parecían los gruñidos de anoche. Caminando de puntitas fue hasta la cocina, donde le ayudó al señor Bubbles a preparar algo para desayunar. Horas después, sonidos guturales provenientes de algún lugar en el castillo llamaron su atención. Fue a ver qué pasaba y vio que el monstruo se había ido del comedor. El sonido venía de más allá. Insegura, se aventuró a buscar en los aposentos de sus padres. La puerta de la pareja real estaba entreabierta, y de ahí salían los sollozos ahogados.
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