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La Tempestad


Enviado por   •  26 de Noviembre de 2014  •  2.812 Palabras (12 Páginas)  •  188 Visitas

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En La tempestad, de Shakespeare, la obra empieza a través de un incidente: el naufragio de un navío en medio del mar.

A partir de este desencadenante, Shakespeare expone la situación de partida. En el barco viajan gran parte de los personajes de la obra, casi todos ellos pertenecientes a la nobleza. Próspero, habitante de una isla cercana se declara artífice del naufragio.

A continuación conocemos la situación previa: Quienes viajan en el barco son los responsables de que Próspero perdiera hace doce años el gobierno del ducado de Milán. Entonces, Próspero –junto con su hija Miranda- fueron abandonados en plena mar, y sólo gracias a la fortuna pudieron alcanzar la isla donde se encuentran. Aunque no se menciona el tiempo dramático en el que ha de situarse el lector, se supone que se trata de un acontecimiento próximo, perteneciente al pasado cercano en relación a la escritura y estreno de la obra[1].

Esa isla –lugar en la que va a desarrollarse toda la acción dramática- no es cualquier isla en medio del mar[2]. De manera retrospectiva, Próspero nos cuenta que en la isla habitaba la bruja Sicorax, la cual tenía preso a Ariel (representación del viento y de las fuerzas misteriosas de la naturaleza)[3]. Pero Próspero tampoco es un ser corriente, está dotado de misteriosos poderes que en su día fueron capaces de someter y dar muerte a Sicorax. Así fue, también, cómo Ariel fue liberado, y Calibán –el hijo de Sicorax- adoptado y educado, aunque de forma “infructuosa”[4].

Si bien perviven lagunas con respecto a esta situación de partida[5], lo cierto es que en pocas páginas se nos presentan todos aquellos elementos que van a generar la principal línea de acción: La venganza de Próspero.

En torno a esta venganza se desarrollará la trama argumental, y en consecuencia la intriga: ¿Conseguirá Próspero vengarse de sus enemigos?

Pero antes de iniciarse la trama, Próspero (en cierta manera atribuyéndose la función de dramaturgo implícito) despliega sus artimañas de manera que quede allanado el camino.

En primera instancia ordena la situación de manera que los personajes permanezcan aislados en bloques. Por un lado, ha separado a Fernando del resto de la nobleza, con una primera intención: que el rey de Nápoles (junto a Antonio fue el principal instigador contra Próspero) crea que ha perdido a su heredero (y que el hijo crea que ha perdido a su padre), y una segunda que se desvelará pronto: que Fernando se encuentre con Miranda. Por otro lado, hace que Ariel desvíe el navío hasta una oculta cala para que el resto de la flota crea que el naufragio ha sido efectivo, y a continuación “desembarca” a la nobleza en la isla, supuestamente en busca de víveres[6]. Y por último, él mismo junto a su hija, se mantiene en un lugar privilegiado, desde el que puede atisbar y manejar a su antojo al resto de los personajes[7].

Como vemos, hasta este momento, han predominado las acciones aludidas o ausentes, aquellas que implican un recorrido físico a través de la isla (la cual, evidentemente ha de ser mayor al escenario de representación) y aquellas que pertenecen al pasado (y que en gran medida constituyen el meollo del conflicto[8]), además de esas otras sugeridas o latentes que conforman en gran medida el universo de la acción mágica (la tempestad misma que Ariel desencadena).

Pero mediante el encuentro de Fernando y de Miranda, la acción escenificada cobra fuerza, como no podía ser de otra manera para un momento de exaltación romántica donde los deseos del padre se ven cumplidos casi al instante (en un mundo/isla donde todo parece ser posible).

Esta situación de encuentro entre ambos marca un corte dinámico, un suspense, y actúa en sí misma como desencadenante de nuevos conflictos de cara al espectador que dejarán a este inquieto, lleno de incertidumbre, sabedor de que la decisión de Próspero es en sí misma contradictoria (no olvidemos que Fernando es hijo de un enemigo de Próspero). Estamos hablando entonces de detonante, de suceso catalizador, pero siempre desde un punto externo, en gran medida ajeno a la línea principal de acción.[9]

Si hasta este momento podíamos hablar de Prótase, hablaremos a partir de ahora de Epítase, si bien con matices, pues no es el orden establecido por Próspero[10] lo que esta situación altera sino el orden lógico, la coherencia interna de la obra –lo que en términos aristotélicos podríamos llamar verosimilitud-.

Por otro lado, y simultáneamente, el resto de nobles transitan por la isla conversando. El rey cree haber perdido a su hijo para siempre. A través de esta conversación se desvelan sus personalidades: unas nobles, otras irónicas, otras crueles. (Sebastián le echa en cara a su hermano el haber abandonado a su hija en brazos del rey de Túnez).

Esta simultaneidad en escenarios diferentes que sin embargo acontecen en el mismo espacio teatral propiamente dicho se repetirá en varias ocasiones a lo largo de la obra y será lo que confieran a la misma un carácter unitario, en la que la estructura –a pesar de sus constantes aperturas y desdoblamientos- permanecerá unida en todo momento, como si de una única acción se tratara, a pesar de todas las tramas secundarias que se irán desencadenando.

Así –influidos por el espíritu de Ariel, que a su vez es el alter ego de Próspero- los personajes secundarios comenzarán mentalmente a ejercer sus intrigas, movidos por la ambición y por el propio «atractivo salvaje» del acto de asesinar, y en consecuencia se desencadenarán sus internas luchas de conciencia (o de falta de conciencia) dando lugar, en todo caso, a acciones secundarias de carácter rizómatico, casi urdidas desde una falta de control y que Ariel tendrá que enmendar antes de que produzcan una indeseada catástrofe.[11]

Como vemos, al margen de la estructura principal, La tempestad está dominada por acciones interconectadas que no siempre se dirigen de forma directa hacia donde apunta la intriga, que recordemos no es otra que efectuar una estudiada venganza por parte de Próspero. Es esta falta de linealidad, sin duda, una de las características más atractivas de la obra, al efectuar un constante circunloquio en los acontecimientos para conseguir atrapar al espectador dentro de diferentes grados de textura y alquimia.

En efecto, mientras el amor está a punto de triunfar en una parte de la isla, Ariel enreda las conversaciones del grupo de Calibán y crea irrealidades tangibles en los hambrientos nobles[12].

Este artificio dramático que antecede al punto culmen de la obra (no olvidemos el ambiente palaciego en el que será representada en su día La tempestad)

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