PÁRRAFO DE DESARROLLO
La discriminación lingüística en el Perú está motivada por diversos factores. En primer lugar, la consideración del castellano como lengua de prestigio en nuestro país constituye una causa, pues es común asumir que la lengua hispana es superior a los diversos sistemas lingüísticos originarios, con lo cual se genera un escenario de rechazo de las lenguas minoritarias y de la diversidad dialectal del castellano manifestada en sus variantes regionales; es decir, la consideración de que las lenguas peruanas se relacionan jerárquicamente y de que el español ocupa el nivel más alto de esta relación vertical es un potencial origen de actitudes excluyentes y lesivas hacia lo diverso. Además, esta idea intuitiva de superioridad de una lengua, en nuestro país, deviene en un rancio prejuicio de carácter lingüístico: la creencia de que existe motosidad; dicho de otro modo, la ponderación de la variedad castellana considerada estándar genera un abierto desprecio hacia toda manifestación que resulte diferente ante el individuo prejuicioso. Un ejemplo de lo señalado es detectable en la articulación del sonido [i] en lugar de la vocal [e] en el castellano andino. Ambos sonidos son solo manifestaciones fonéticas; no obstante, quien ejecuta prácticas prejuiciosas considerará que el hablante que articule una palabra como perro con el primer sonido en lugar del segundo para la letra es motoso y, en consecuencia, será objeto de marginación. En segundo lugar, la escuela también facilita la exclusión lingüística pues, a propósito del primer factor desarrollado, los docentes en sus prácticas consideran la variedad estándar del castellano como reguladora de la oralidad de los alumnos. Debido a esto, se imponen formas consideradas «correctas» y se sanciona lo que, desde la percepción del docente, es considerado «incorrecto» al hablar. Dicho en otros términos, el prejuicio lingüístico de superioridad lingüística posibilita que, en la escuela, la práctica docente se caracterice por la imposición y adiestramiento acerca de lo que es correcto e incorrecto al hablar con lo cual se acentúa el escenario de exclusión. Un caso puntual que permite ejemplificar este segundo factor ocurre en casos en los que el docente advierte que el discente está «hablando mal» y sanciona los rasgos de su registro oral tajantemente con el recurso casi generalizado que, a manera de máxima, se usa en las aulas: «Así no se habla». Finalmente, un tercer factor es la evidente fragmentación social y cultural en nuestro país. La diversidad en cualquiera de sus manifestaciones aparece atomizada, sin puentes dialógicos que permitan convivir de forma respetuosa, y esta relación desigual se manifiesta claramente en el completo desconocimiento del grueso de peruanos acerca de la diversidad y en el rechazo a todo aquello que se aleje del paradigma occidental impuesto y entronizado como el mejor. Lingüísticamente se evidencia que los hablantes le confieren al castellano un mayor estatus, y de forma inaceptable esta actitud se replica en la percepción cultural desde fuera, pues las prácticas culturales y sociales diferentes en el mejor de los casos es percibida como folclórica o exótica; en otras palabras, el marco valorativo de la diversidad es excluyente tanto en el ámbito social, como en el cultural y el lingüístico. Un caso paradigmático al respecto ocurrió el año 2014 en una de las tiendas de Larcomar en la que se vendían prendas hechas con lana de alpaca; en esta tienda del conocido centro comercial exponían en una vitrina a una tejedora del Cuzco que realizaba sus labores mientras los visitantes la observaban como si se tratara de un objeto; este hecho revela que lo diverso puede ser asumido como una manifestación rara, exótica, a saber, digno de verse desde una vitrina.
