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Enviado por juan_garcia • 6 de Agosto de 2013 • Tesis • 2.141 Palabras (9 Páginas) • 245 Visitas
que una vez tuvo que atender en tiempo de guerra, se viera súbitamente desbordada por una mezcla de
miedo, repugnancia y pánico cuando, años más tarde, abrió la puerta de un armario en el que su hijo
pequeño había escondido un hediondo pañal. Bastó con que la amígdala reconociera unos pocos
elementos similares a un peligro pasado para que terminara decretando el estado de alarma. El problema
es que, junto a esos recuerdos cargados emocionalmente, que tienen el poder de desencadenar una
respuesta en un momento crítico, coexisten también formas de respuesta obsoletas.
En tales momentos la imprecisión del cerebro emocional, se ve acentuada por el hecho de que
muchos de los recuerdos emocionales más intensos proceden de los primeros años de la vida y de las
Daniel Goleman Inteligencia Emocional
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relaciones que el niño mantuvo con las personas que le criaron (especialmente de las situaciones
traumáticas, como palizas o abandonos). Durante ese temprano período de la vida, otras estructuras
cerebrales, especialmente el hipocampo (esencial para el recuerdo emocional) y el neocórtex (sede del
pensamiento racional) todavía no se encuentran plenamente maduros. En el caso del recuerdo, la amígdala
y el hipocampo trabajan conjuntamente y cada una de estas estructuras se ocupa de almacenar y recuperar
independientemente un determinado tipo de información. Así, mientras que el hipocampo recupera datos
puros, la amígdala determina si esa información posee una carga emocional. Pero la amígdala del niño
suele madurar mucho más rápidamente.
LeDoux ha estudiado el papel desempeñado por la amígdala en la infancia y ha llegado a una
conclusión que parece respaldar uno de los principios fundamentales del pensamiento psicoanalítico, es
decir, que la interacción —los encuentros y desencuentros— entre el niño y sus cuidadores durante los
primeros años de vida constituye un auténtico aprendizaje emocional. En opinión de LeDoux, este
aprendizaje emocional es tan poderoso y resulta tan difícil de comprender para el adulto porque está
grabado en la amígdala con la impronta tosca y no verbal propia de la vida emocional. Estas primeras
lecciones emocionales se impartieron en un tiempo en el que el niño todavía carecía de palabras y, en
consecuencia, cuando se reactiva el correspondiente recuerdo emocional en la vida adulta, no existen
pensamientos articulados sobre la respuesta que debemos tomar. El motivo que explica el desconcierto
ante nuestros propios estallidos emocionales es que suelen datar de un período tan temprano que las cosas
nos desconcertaban y ni siquiera disponíamos de palabras para comprender lo que sucedía. Nuestros
sentimientos tal vez sean caóticos, pero las palabras con las que nos referimos a esos recuerdos no lo son.
CUANDO LAS EMOCIONES SON RÁPIDAS Y TOSCAS
Serían las tres de la mañana cuando un ruido estrepitoso procedente de un rincón de mi dormitorio
me despertó bruscamente, como si el techo se estuviera desmoronando y todo el contenido de la buhardilla
cayera al suelo. Inmediatamente salté de la cama y salí de la habitación, pero después de mirar
cuidadosamente descubrí que lo único que se había caído era la pila de cajas que mi esposa había
amontonado en la esquina el día anterior para ordenar el armario. Nada había caído de la buhardilla; de
hecho, ni siquiera había buhardilla. El techo estaba intacto.., y yo también lo estaba.
Ese salto de la cama medio dormido —que realmente podría haberme salvado la vida en el caso de
que el techo ciertamente se hubiera desplomado— ilustra a la perfección el poder de la amígdala para
impulsamos a la acción en caso de peligro antes de que el neocórtex tenga tiempo para registrar siquiera lo
que ha ocurrido. En circunstancias así, el atajo que va desde el ojo —o el oído— hasta el tálamo y la
amígdala resulta crucial porque nos proporciona un tiempo precioso cuando la proximidad del peligro exige
de nosotros una respuesta inmediata. Pero el circuito que conecta el tálamo con la amígdala sólo se
encarga de transmitir una pequeña fracción de los mensajes sensoriales y la mayor parte de la información
circula por la vía principal hasta el neocórtex. Por esto, lo que la amígdala registra a través de esta vía
rápida es, en el mejor de los casos, una señal muy tosca, la estrictamente necesaria para activar la señal de
alarma. Como dice LeDoux: «Basta con saber que algo puede resultar peligroso». Esa vía directa supone
un ahorro valiosísimo en términos de tiempo cerebral (que, recordémoslo, se mide en milésimas de
segundo). La amígdala de una rata, por ejemplo, puede responder a una determinada percepción en
apenas doce milisegundos mientras que el camino que conduce desde el tálamo hasta el neocórtex y la
amígdala requiere el doble de tiempo. (En los seres humanos todavía no se ha llevado a cabo esta
medición pero, en cualquiera de los casos, la proporción existente entre ambas vías sería aproximadamente
la misma.)
La importancia evolutiva de esta ruta directa debe haber sido extraordinaria, al ofrecer una respuesta
rápida que permitió ganar unos milisegundos críticos ante las situaciones peligrosas. Y es muy probable
que esos milisegundos salvaran literalmente la vida de muchos de nuestros antepasados porque esa
configuración ha terminado quedando impresa en el cerebro de todo protomamifero, incluyendo el de usted
y el mío propio. De hecho, aunque ese circuito desempeñe un papel limitado en la vida mental del ser
humano —restringido casi exclusivamente a las crisis emocionales— la mayor parte de la vida mental de
los pájaros, de los peces y de los reptiles gira en tomo a él, dado que su misma supervivencia depende de
escrutar constantemente el entorno en busca de predadores y de presas. Según LeDoux: «El rudimentario
cerebro menor de los mamíferos es el principal cerebro de los no mamíferos, un cerebro que permite una
respuesta emocional muy veloz. Pero, aunque veloz, se trata también, al mismo tiempo, de una respuesta
muy tosca, porque las células implicadas sólo permiten un procesamiento rápido, pero también impreciso».
Tal vez esta imprecisión resulte adecuada, por ejemplo, en el caso de una ardilla, porque en tal
situación se halla al servicio de la supervivencia y le permite escapar ante el menor asomo de peligro o
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