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Metodologia

sarlyram21 de Septiembre de 2012

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Cultura y vida cotidiana (*)

Mónica Sorín

"¿Cultura de la vida cotidiana? ¡eso no es cultura!", he escuchado afirmar a personas de nivel académico.

I. Los aspectos latentes de la "obvia" vida cotidiana

Lo cotidiano es la expresión inmediata, en un tiempo, ritmo y espacio concretos, de la compleja trama de relaciones sociales que regulan la vida de las personas en una formación económico-social determinada, o en un contexto social dado. El análisis de la vida cotidiana permite descubrir el proyecto que subyace y que le da dirección e intencionalidad al proceso de socialización en una sociedad dada. Este examen nos permite también descubrir posibles contradicciones entre lo que un país se propone y lo que realmente está estructurando; de estas observaciones pueden surgir importantes propuestas para la modificación y reordenamiento de la vida cotidiana, organizando ésta de manera más coherente en relación con el proyecto social propuesto.

Este análisis de la vida cotidiana requiere, imprescindiblemente, indagar lo esencial que subyace en lo fenoménico. Ello es particularmente así en este terreno, porque lo cotidiano tiene la característica de parecer obvio, natural, "autoevidente". El hecho de que se repita, de que se presente a diario, le da justamente ese carácter: se produce un fenómeno de acostumbramiento a lo cotidiano, una especie de familiaridad acrítica. Incluso, esa familiaridad provoca la sensación de que no existe otra forma de vida que la que uno tiene: mi forma de vida es la forma de vida. Así, en la sociedad capitalista "es obvio" que:

los pobres son pobres porque no trabajan, ni ahorran

el capitalista merece la mayor parte de riqueza porque él pone el capital, que resulta de su esforzado trabajo, etc., etc.

Cabe reflexionar sobre algunas “obviedades” de nuestra cotidianidad:

resulta natural que todo joven tenga acceso gratuito al estudio, aunque quizás algunos no se sientan comprometidos a estudiar bien

resulta natural que un camarero nos responda en mala forma y, aunque paguemos el servicio, “nos haga el favor” de “atendernos”

resulta natural que un chofer maltrate el carro estatal, porque este es “de todos” y, por tanto, él siente que no es de nadie

resulta natural no tener tiempo para compartir con la familia, porque “tenemos mucho trabajo”

en tanto compartimos la misma ideología e ideales, resulta natural que “todos debemos pensar y opinar idénticamente”, etc., etc.

La construcción de la sociedad que deseamos y nos proponemos construir impone una crítica de la vida cotidiana, entendida la crítica como análisis objetivo, científico y comprometido de la realidad. Debemos analizar qué aspectos de nuestra vida cotidiana favorecen u obstaculizan la formación del tipo de hombre que necesitamos para garantizar nuestra continuidad y desarrollo. El análisis crítico de la vida cotidiana ha sido realizado, históricamente, desde la política, desde la ciencia (en particular, las ciencias sociales) y desde el arte. En nuestra sociedad es posible y necesario que la actividad crítica de las tres se desarrolle en relaciones de complementación e interdependencia.

II. Vida cotidiana: condicionada y condicionante

Nuestra vida cotidiana se desarrolla en cuatro esferas fundamentales, en las cuales se va determinando el modo de vida y la subjetividad de cada individuo: el trabajo, la familia, el tiempo libre y la actividad sociopolítica.

La forma concreta en que la sociedad estructura estas cuatro esferas, va conformando:

un tipo de vínculo entre las personas (de subordinación, de reciprocidad, de autoritarismo, de participación...)

formas de aprendizaje y de comunicación (estereotipia o creatividad, rigidez o flexibilidad, activismo o pasivismo...)

Las personas van conformando así una imagen de sí mismas y un sentido de la identidad, que permean progresivamente toda su vida cotidiana. En este sentido, si la vida cotidiana no es analizada críticamente (como condición imprescindible para su enriquecimiento), tiende a reproducirse a sí misma. La inercia y la pasividad pasan a constituir parte de la vida cotidiana, que "es así porque es así": no la cuestiono, porque "es natural" que así sea. Me adapto pasivamente a ella, sin cuestionamientos y por tanto sin transformaciones. El sentido de identidad adquiere un carácter paradójico: aparentemente, podría parecer que la aceptación acrítica de la vida cotidiana supone un compromiso total. En esencia, resulta exactamente lo contrario: el "no meterse", el "no coger lucha”, el "no buscarse problemas" se convierte en un elemento de alienación de la realidad, porque ésta deja de "ser mía", "no me pertenece", me es ajena puesto que en ella nada pongo de mí mismo. La aceptación acrítica no indica compromiso: indica indiferencia. La actitud opuesta puede manifestarse como crítica indiscriminada y no comprometida. Desde fuera, es fácil tener todas las verdades pues éstas no se comprueban en la práctica: sólo se ejercen en el verbo. "Francotiradores no comprometidos", o "pasivos que no cogen lucha": ambos hacen daño. Debemos analizar en qué medida y cómo nuestra vida cotidiana favorece o no estas actitudes. ¿Qué factores de la vida cotidiana condicionan el surgimiento de personas pasivas o de hipercríticos verbales?, y ¿cuáles determinan la existencia de personas con criterio, que sí "cogen lucha" y lo hacen con serio compromiso ético y político? Estos son problemas importantes en el examen de nuestra vida cotidiana.

Este problema de la identidad y del sentido de pertenencia se vincula estrechamente a tres asuntos, que a su vez conforman una unidad:

la memoria histórica

la actitud hacia lo nuevo y lo viejo

la actitud activa y pasiva

Una sociedad en desarrollo exige la vigencia cotidiana de la memoria histórica. El subdesarrollo implica, entre otras cosas, ausencia de memoria histórica: todo comienza cada día. No hay aprendizaje. Hay un desplazamiento constante de las expectativas. No hay acumulación de experiencia. El pasado pierde parte de su sentido, y el futuro parece alienarse del presente y del pasado.

Sin memoria histórica no hay continuidad. Su ausencia se relaciona con una posición antidialéctica ante lo nuevo y lo viejo, donde estos polos resultan opuestos e irreconciliables. Se producen fenómenos supuestamente contrarios, que a veces, sin embargo, coexisten en diferentes esferas, en una aparente contradicción:

deslumbramiento constante con “lo nuevo”, que aparece como lo único válido. Se pasa de moda en moda, sin asideros que den solidez al proceso social.

afianzamiento de lo viajo, aferrándose a lo concebido, que aparece como lo único válido. Lo nuevo es percibido como amenazador, o inútil. Las verdades están todas dichas.

Saber mantener y consolidar aspectos "viejos" que demuestran cada día su vigencia y efectividad, es expresión de solidez. Saber asimilar los aspectos nuevos que pueden enriquecen nuestro quehacer, es también expresión de solidez. "Lo nuevo", si no se vincula a lo conocido y a lo existente, carece de raíces: es frágil y superficial. "Lo viejo", si no se enriquece con lo nuevo, se estereotipa y anquilosa. Esto es válido también, por supuesto, para las relaciones inter-generacionales.

Lo nuevo y lo viejo, en su mutua afirmación y negación, crean condiciones para una relación activa con el mundo y con los demás. El hombre tiene un vínculo activo cuando es capaz de desarrollar una actividad transformadora, con relación a sí mismo y a su contexto. Esa adaptación activa se vincula a la posibilidad de integrarlo nuevo y viejo. Claro que esa integración no resulta fácil promover cambios en el afuera, supone transformar aspectos de nosotros mismos. Aceptar el error y la incompletud, como parte de nuestra verdad.

El sentido crítico y autocrítico que supone una posición activa se relaciona con el sentido de individualidad y el de pertenencia. Individualidad y pertenencia constituyen también dos polos dialécticos, que se nutren recíprocamente: el desarrollo de la individualidad (que no debe confundirse con el individualismo), surge en el contacto con los otros. El "yo" se forma en el contacto con muchos "tú", con los diferentes grupos (familiar escolar, laboral, político, amistoso) a los cuales la persona se vincula. La vida de la persona se mueve en un interjuego entre lo que él es como individualidad, y su sentido de pertenencia a diversos grupos. Nuestra sociedad necesita personas con alto sentido de la individualidad y de la pertenencia; la individualidad debe expresarse en una actitud creadora y transformadora, en la capacidad para desarrollar una opinión propia y defenderla; la pertenencia se expresará en profundo compromiso social. Cuando ambos procesos se desarrollan aisladamente, la individualidad (sin pertenencia) conduce al individualismo o al desarraigo, y la pertenencia (sin individualidad) a la atrofia de las potencialidades de cada ser humano. El sentido de identidad debe surgir precisamente de esta integración.

Conforme a lo expuesto en este epígrafe, proponemos que la crítica de nuestra vida cotidiana debe incluir el análisis de:

la memoria histórica

la actitud ante lo nuevo y lo viejo

la actitud activa o pasiva ante sí mismo y ante el contexto social

el sentido de identidad (individualidad y pertenencia)

Ello supone una doble dirección:

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