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México De La Independencia:

LupitaBarradas15 de Abril de 2013

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México de la Independencia:

País de ignorancia, de pobreza, de educación incipiente

Dra. María Guadalupe Barradas

México de la Independencia, país de ignorancia, de pobreza, de educación incipiente en manos de la Iglesia, cuyo objetivo final fue la “instrucción” basada en la disciplina de las nuevas élites criollas, que pretendía eliminar las concepciones y categorías mentales de las culturas prehispánicas por nuevos esquemas y formas de vida más convenientes para la cultura española.

País de creyentes, Guadalupano, lleno de injusticias y abusos de prerrogativas. Usurpado, violentado y humillado, que a través del arte y las letras se origina una conciencia nacional, que madurando en el siglo XVIII, cuando los espíritus más selectos entran en contacto con la filosofía, con la razón, siendo seducidos por la apertura intelectual del enciclopedismo y conmoviéndose ante los grandes ejemplos de la Independencia norteamericana y la Revolución Francesa.

Sin embargo, en materia de educación en esta Época Independiente, Wenceslao Sánchez de la Barquera y José Joaquín Fernández de Lizardi divulgaron en México las ideas de Juan Jacobo Rousseau y de los enciclopeditas, así como la concepción naturalista de la enseñanza. El 22 de febrero de 1822 Manuel Cordoniú, Agustín Buenrostro, Eulogio Villaurrutia, Manuel Fernón Aguado y Eduardo Torreau fundaron en México la Compañía Lancasteriana, cuya finalidad era la de impartir educación a corto plazo y a bajo costo, pues la nación carecía de recursos para proporcionar ese servicio al mayor número de mexicanos, además de que tampoco disponía de profesorado.

Para 1822, de acuerdo a Dorothy Estrada, la ciudad de México contaba con 71 escuelas primarias, integradas por 3800 alumnos, siendo tres escuelas particulares, dos conventos y la primera escuela lancasteriana llamada “El Sol”, la cual utilizaba el método pedagógico de la enseñanza mutua, por la cual los niños debían sentarse en semicírculos en torno al expositor, introduciendo el empleo de mapas, carteles y araneros, así como los ejercicios de dictado.

De igual forma, Dorothy Estrada, indica:

“(…) fueron características de las escuelas lancasterianas, la “divisas de mérito y castigo”, unas tarjetas o planchuelas de madera que el director colgaba con una cuerda al cuello del niño, por las cuales el monitor de cada clase indicaba qué alumnos merecían las que decían “aplicado” o “puesto de mérito” y también señalaban a los infelices que tenían que llegar el letrero “puerco”, “soberbio”, “por modorro”, “desaplicado”, “por pleitista”, etc.”

Dando, como consejo a los maestros, lo siguiente:

“Es menester que sepa el niño que hay un castigo para cada falta y que esté asegurado de recibir esta pena cuando cometa el delito… se ha de exigir respeto, obediencia y subordinación de los niños a los directores, y a los instructores generales y particulares; sin estas bases no puede haber progresos en los remos de la enseñanza”.

El horario de la mayor parte de las escuelas era de 8:00 a 12:00 horas y de las 14:00 a 17:00 horas de clase. El ochenta porciento de los alumnos tenía entre seis y diez años, aunque algunos sólo tenían cuatro años y otros, catorce. Terminadas las clases, los niños rezaban de rodillas y luego al compás de sucesivos toques de la campanita se paraban, se ponían sus sombreros, colocaban las manos en las costuras del pantalón y se presentaban frente al director en el orden que se les nombraba, para escuchar las penas impuestas por las faltas cometidas. Sin embargo, a pesar de las amonestaciones y quejas de los maestros, apenas abandonaban la escuela, los muchachos explotaban en gritos, carreras, juegos y pleitos, quedando sujetos a las influencias y condiciones de la familia, hasta incluso del momento

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