Park, Simmel, Wirth, Lefebvre, Harvey, Wacquant
Paulina BonorisApuntes1 de Diciembre de 2019
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Simmel, Park, Wirth
Georg Simmel elaboró un cuerpo teórico de notable trascendencia para las teorías sociológicas clásica y contemporánea, ubicado en el interés, por dilucidar qué es la modernidad. Simmel abordó de modo directo al espacio como objeto de reflexión filosófica y sociológica. En su trabajo El espacio y la sociedad asevera cómo el espacio por sí mismo no tiene una resonancia sociológica, pues “no produce efecto alguno”:
No son las formas de la proximidad o la distancia espaciales las que producen los fenómenos de la vecindad o la extranjería, por evidente que esto parezca. Estos hechos son producidos por factores espirituales, y si se verifican dentro de una forma espacial, ello no tiene en principio más relación con el espacio que la que una batalla o una conversación telefónica pueda tener con él, a pesar de que estos acontecimientos no pueden efectuarse sino dentro de determinadas condiciones espaciales. Lo que tiene importancia social no es el espacio, sino el eslabonamiento y conexión de las partes del espacio, producidos por factores espirituales.
Así Simmel, al hablar de los “factores espirituales” que moldean al espacio está resaltando cómo son las relaciones humanas –la actividad del alma– las que le otorgan a lo espacial una importancia de orden social. En el momento en que dos individuos interactúan el espacio que existe entre ambos aparece lleno y animado. Con esta aseveración, Simmel alude a que, la experiencia humana, es por excelencia una experiencia espacial.
Simmel erige una noción sociológica del espacio a partir de cinco rasgos fundamentales:
1. Exclusividad. Dos cuerpos no pueden ocupar simultáneamente un mismo espacio, un mismo lugar. Un ejemplo claro, sociológicamente hablando, es el Estado-nación; sólo uno puede existir en un territorio determinado. Sin embargo, puede ocurrir que en un mismo encuadre espacial puedan cohabitar más instituciones de diversa índole.
2. División. Para su aprovechamiento funcional, el espacio es dividido, delimitado. “El límite no es un hecho espacial con efectos sociológicos, sino un hecho sociológico con una forma espacial”. Los fenómenos espaciales son ante todo construcciones sociales; las configuraciones sociales se espacializan.
3. Fijación. El hecho que los grupos humanos estén o no asentados en un territorio fijo influye en su forma de organización social –las diferencias que pueden existir entre pueblos sedentarios o nómadas. La circunstancia de que un pueblo sea sedentario no significa que goce de una mayor estabilidad. El espacio cuenta con una mayor fuerza asociativa que el tiempo para recordar acontecimientos que se dieron en una sede específica. Por ende, en aquellos sucesos con un gran valor emocional, simbólico, los individuos suelen relacionarlos con los lugares en cuestión gracias a que el espacio tiene un mayor peso sensorial. Otra puntualización digna de enmarcar es “la individualización del lugar”. Con ello Simmel ejemplifica cómo durante la Edad Media la costumbre de identificar a los hogares con un nombre, y no numerándolos, obedecía a una racionalidad cualitativa en donde se pretendía distinguir la especificidad de las moradas. Con el paso del tiempo, dicha costumbre fue remplazada por otra en la cual lo relevante era identificar con mayor facilidad a las casas gracias al uso de numeraciones. Este ejemplo da cuenta de cómo la modernidad ha supuesto otra forma de organizar socialmente al espacio, otra manera de vivirlo, de concebirlo, de nombrarlo, de habitarlo.
4. Proximidad o distancia. Si bien el espacio no determina si una relación humana será de enemistad o de amistad, sí puede fungir como un factor condicionante, influyente. Así pues, un cambio en la escala puede desembocar en una modificación en las relaciones sociales.
5. Movilidad. Las sociedades modernas se caracterizan por la posibilidad de que los individuos puedan desplazarse, movilizarse, de un lugar a otro. Además, la proximidad espacial no significa cercanía social.
En “Las grandes urbes y la vida del espíritu” Simmel reflexiona sobre la forma en que la modernidad se ha cristalizado en las grandes ciudades y cómo éstas, a su vez, juegan un papel relevante en la conformación de la subjetividad. A diferencia de la vida rural, donde la tranquilidad, las costumbres y la sensibilidad son rasgos predominantes, en las grandes urbes es la razón, “el carácter intelectualista”, el sello fundamental de la vida anímica urbana. Esta preeminencia de la razón por encima de las emociones y de las manifestaciones sensoriales está estrechamente ligada con el desarrollo de la economía monetaria, de modo tal que, no es posible saber cuál de estos dos componentes fue el factor condicionante. La vida intelectualista y la economía monetaria encuentran en las grandes ciudades un espacio de materialización. En otros términos, las grandes urbes son el lugar de la modernidad, de la economía monetaria y de una racionalidad cuantitativa sustentada en el cálculo, la previsión.
Lo que marca a las grandes ciudades, son las relaciones sociales impersonales, la reserva frente al otro, en donde la distancia social y anímica constituye un mecanismo que posibilita, paradójicamente, que el mundo social exista. Este carácter impersonal intrínseco a la dinámica social de los grandes conglomerados urbanos está íntimamente relacionado con la economía monetaria. Se trata de un conjunto de relaciones sociales mediadas por el dinero.
Las aportaciones teóricas de Simmel se configuraron como una parte esencial de los cimientos para la eclosión de la Escuela de Chicago, en donde convergen diferentes pensadores cuya trascendencia dentro de la sociología y la geografía urbanas es insoslayable. La Escuela de Chicago se centró en explorar teórica y empíricamente una forma de organización social y espacial: la ciudad. Para Park, las urbes modernas son, ante todo, una forma de sociabilidad:
La ciudad es algo más que una aglomeración de individuos y de servicios colectivos: calles, edificios, alumbrado eléctrico, tranvías, teléfonos, etcétera; también es algo más que una simple constelación de instituciones y de aparatos administrativos: tribunales, hospitales, escuelas, comisarías y funcionarios civiles de todo tipo. La ciudad es sobre todo un estado de ánimo, un conjunto de costumbres y tradiciones, de actitudes organizadas y de sentimientos inherentes a estas costumbres, que se transmiten mediante dicha tradición. En otras palabras, la ciudad no es simplemente un mecanismo físico y una construcción artificial: está implicada en los procesos vitales de la gente que la forman; es un producto de la naturaleza y en particular de la naturaleza humana.
Objeto de estudio de la ecología humana, la ciudad es un artificio en donde existe un orden material y uno simbólico; es un constructo cultural en donde sus respectivos planos –el físico y el moral– sostienen una relación indisociable y recursiva. Las urbes tienen un rasgo civilizatorio en donde la libertad y el constreñimiento hacen posible la vida en sociedad. Así, enfatizaba Wirth, nunca la humanidad había estado tan alejada de la naturaleza como en dicho espacio; la ciudad es la morada y el taller del hombre moderno, así como el corazón del control de la vida económica, política y cultural. Para Park, es en la ciudad donde los individuos pueden desarrollar de manera libre sus talentos y habilidades. Esta afirmación puede ser relacionada con el hecho de que para él las urbes son el epicentro de una mayor división social del trabajo, del desarrollo de la industria y del comercio. Esta extendida división social del trabajo, junto con el ánimo libertario existente en estos espacios, han implicado el surgimiento de profesiones que les son exclusivas, taxista, policía, etcétera. Esta construcción social y espacial (urbe moderna) ha generado diversos sujetos sociales con sus respectivas prácticas socio-espaciales y perfiles identitarios.
Otra característica inmanente del mundo urbano es la aparición, el despliegue, de aquellos rasgos propios de la condición humana que usualmente permanecen oscurecidos. Así, la libertad inherente a la ciudad, la convierte en un gran laboratorio social donde puede analizarse la naturaleza humana en sus diversas manifestaciones.
Wirth explora aquello que es constitutivo de la espacialidad urbana a partir del concepto de urbanismo, al cual define a partir de tres componentes:
1) Tamaño de la población. El incremento demográfico afecta las relaciones sociales así como al carácter mismo de la ciudad. Entre mayor sea el número de individuos mayor será la diferenciación social, y con ello el surgimiento de procesos de segregación constituidos a partir de elementos étnicos, estatus socioeconómico, gustos, preferencias, intereses, etc. Asimismo, el aumento del tamaño de la población implica la dificultad para el conocimiento de los sujetos y, en consecuencia, supone el predominio de relaciones sociales impersonales, distantes, en las cuales pese a que puedan existir interacciones cara a cara, éstas son superficiales, segmentadas. Este carácter efímero de las relaciones humanas también está sellado por la racionalidad instrumental, esto es, por el papel que cada quien representa u ofrece. Así, si bien el urbanita goza de un margen de autonomía personal, el nivel de fragilidad de los lazos sociales desemboca en muchos casos en una situación de vacío social.
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