Rapto De Reie Airth
Enviado por anaranjo81 • 8 de Julio de 2014 • 9.149 Palabras (37 Páginas) • 396 Visitas
CAPITULO PRIMERO
En el mismo instante en que vi entrar a Morland en el Beauregard me puse en pie, me agaché y comencé a avanzar hacia la puerta trasera. Poco me faltó para conseguir mis propósitos. Si hubiera avanzado dos metros más, ahora no estaría aquí, sentado, con la vista fija en la pared, esforzándome en recordar cómo ocurrió todo. A veces me pregunto cómo es posible que una distancia tan corta como Ja de doscientos centímetros pueda producir tan grandes consecuencias. Con esto quiero decir que si los detalles mínimos tienen tanta importancia, ¿a santo de qué debe uno preocuparse de intentar hacer las cosas bien? Uno no puede vivir constantemente en vilo. Quizá la solución consista en tumbarse a Ja bartola y pasarlo lo mejor posible, ya que, a fin de cuentas, lo que haya de ocurrir ocurrirá, sea lo que sea lo que uno haga, lo cual no deja de parecerme una conclusión un tanto horrible.
Me faltó muy poco para llegar a la puerta del servicio de “Señoras”, que, como todos os del oficio saben, es el inicio del más rápido camino de salida del Beauregard. Pero, en aquel instante, Morland me vio.
—Qué? ¿Has encontrado lo que buscabas, Harry?
Sentí frío en las entrañas, me erguí y dije:
—No. Seguramente se ha colado por debajo de la puerta. Me dirigió su personalísima sonrisa, todo dientes y sinceridad:
—Mala suerte... Me alegra mucho volverte a ver, Harry.
—Lo mismo digo. ¿Qué es de tu vida, Morland?
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—Ya ves, querido Harry. Sigo bien... Eso: bien...
La sonrisa de Morland no podía engañarme, ya que el tipo me miraba como una serpiente, y sabía muy bien que esto me pone nervioso. Bueno, en realidad debo reconocer que la sola presencia de Morland basta para ponerme nervioso. Le pregunté:
—,Qué estás bebiendo?
Fue lo único que se me ocurrió, porque la verdad es que nada más podía decirle.
—Té, querido Harry. Té.
Lo había olvidado. Siempre bebía té. Nos sentamos, y Morland siguió mirándome con su habitual expresión de hambriento, con los ojos muy brillantes, como un fanático. Morland es alto, pero flaco y huesudo; de modo que causa la impresión de pasar hambre. Tiene el rostro blanco y anguloso, con la nariz ganchuda, lo que le da aspecto de buitre con mala suerte en la vida (espero que Morland lea estas lineas).
—Me han dicho que te dedicas al negocio de los “papelitos”, Harry...
—Sí, es verdad. Ya hace dos años que estoy en este asunto.
Jamás hubiera dicho que habían transcurrido dos años desde la última vez que vi a Morland. Parecían dos minutos. Me sentí obligado a preguntarle:
—Y tú, ¿a qué te dedicas?
Sin embargo, quiero hacer constar desde ahora que se lo pregunté pura y simplemente por cortesía, y que no tenía el menor deseo de saber qué diablos hacía Morland, y mucho menos de colaborar en ello. Con sonrisa de calavera, Morland repuso:
—Al fin he encontrado lo que buscaba. Es un asunto importante de veras, Harry.
—Me alegro, Morland, me alegro mucho.
Y acto seguido comencé a buscar con la mirada al camarero para pagar e irme pitando. Eché una ojeada a la puerta del servicio de “Señoras” y calculé que podía llegar con tres pasos.
—-Harry, ni siquiera puedes imaginar lo formidable que es el negocio al que me dedico.. -
¿Conque no podía imaginarlo, verdad? iVaya! Le dije:
—Magnifico, querido Morland. De todos modos, no me lo expliques. En estos tiempos que corremos, no se puede confiar en nadie.
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—Salvo en ti, querido Harry.
Se inclinó sobro la mesa, me agarró un brazo y me lo oprimió como si quisiera averiguar la calidad de mi carne.
Repitió:
—Salvo en ti. -
—Gracias, Morland, gracias.
Pensé que más me valdría olvidarme del camarero y dirigirme a toda prisa a la puerta con el cartelito que decía “Señoras”.
—Pues te lo voy a explicar, Harry.
—No, Morland; por favor, no.
Jntenté levantarme, pero Morland había hundido su garra en mi brazo y no pude.
—Harry, sabes muy bien que soy incapaz de no darte una oportunidad de intervenir en un asunto tan bueno como éste. Escucha...
En voz tranquila, con impecable razonamiento, le dije
—Morland, si contara las veces que te he escuchado, no haría más que contar desastres. Por una vez en la vida, seré yo quien hable y tú quien escuche. Mi negocio de “papelitos» funciona de maravilla, y me ha costado mucho ponerlo en marcha. No gano mucho dinero, pero sí el suficiente para vivir. Sin embargo, sólo da para uno. Vivo tranquilo, y esta clase de vida me gusta; así es que, por el amor de Dios, déjame en paz.
Estas palabras hubieran impresionado a cualquiera, pero dejaron indiferente a Morland. Meneó despacio la cabeza, hundió la garra un par de centímetros más en mi carne, y dijo:
—Harry, tus palabras me han ofendido profundamente.
¡Profundamente ofendido! ¡Qué cara! Había llegado el momento de hablar con dureza. Con rabia, hice rechinar los dientes y le dije:
—Morland, basta. ¡Basta!
Pero él siguió meneando la cabeza y machacándome el brazo, como si tal cosa. Comencé a ponerme nervioso, y me di cuenta de ello. Grité:
—jMorland!
De repente, me dirigió una mirada fría, pletórica de sentido práctico:
—Harry, estás en deuda conmigo. Sí, por lo de Tánger.
—Que estoy en deuda contigo por lo de Tánger? ¡Vamos,
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¡anda! Si por lo que me hiciste en Tánger mereces que te arranquen uno a uno todos los pelos de tu cuerpo, a intervalos de cinco minutos, puesto sóbre una hoguera...
—No sé por qué tienes esa manía de expresarte con tanta truculencia, Harry.
Entonces soltó mi brazo, pero yo no me moví. Pensaba en Tánger y en las anteriores ocasiones en que fui socio de Morland, lo que me produjo tanta indignación que temí no poder levantarme sin atizar un puñetazo a Morland.
—La cárcel de Marruecos no era un palacio, Harry.
—No puedes imaginarte, querido Morland, cuánto me satisface saberlo.
—Eres vengativo, Harry Brighton.
Preferí no hacerle caso. Morland insistió:
—Y sigues estando en deuda conmigo.
Me miraba con expresión de tozudez, y comprendí que no me quedaba más remedio que actuar con brutalidad. Le dije:
—Morland, es cierto que estoy en deuda contigo, pero todavía no sé de qué modo voy a pagarte esa deuda.
Y dejé la amenaza así, en el aire, fría y cierta. Pero Morland fingió no darse cuenta. Llamó al camarero para pedir más té. Advertí que se
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