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Vivir Sin Valores


Enviado por   •  5 de Abril de 2015  •  747 Palabras (3 Páginas)  •  281 Visitas

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de letras, discursos y palabras se gastan todos los días en pro de los valores, pero se viven muy poco.

Nuestras costumbres, creencias, ideas, palabras, hábitos y actos han sido secuestrados.

Parece que este mundo no tiene ni pies ni cabeza y en su loco andar las personas hemos optado por olvidarnos de nuestra humanidad, de esas razones que nos permiten convivir los unos con los otros, esas que proporcionan sentido a nuestra existencia.

Hablamos de justicia, pero en nuestros actos predomina la conveniencia y creemos que la rectitud de vida es de santurrones.

Hablamos de la verdad, pero recurrimos a mentiras piadosas. Hacemos de la tolerancia un himno, pero criticamos las diferencias.

Proclamamos la solidaridad como un valor social, pero en nuestros hogares priva el interés personal, el egoísmo, el “primero yo”.

Nos interesa la autenticidad, pero la falsedad, la incoherencia, la piratería y el doblez marinan nuestras acciones. Prometemos fidelidad, pero nuestra memoria olvida la promesa empeñada, y en los tiempos de desgracia nos escurrimos de aquellos que quisieran vernos leales.

Pregonamos la bondad, pero es escasa nuestra amabilidad y comprensión. Y aún más indigente es la compasión que sentimos por los más débiles, pues rápidamente racionalizamos sus realidades, a fin de justificar nuestros pecados de omisión.

Sermoneamos sobre la responsabilidad, y es precisamente la irresponsabilidad la que gana terreno en nuestro país, tal vez por miedo a tomar las riendas de nuestra existencia, para evitar asumir los correspondientes deberes y derechos que implica vivir. Tal vez por esto también obviamos la autodisciplina, el autocontrol y la reflexión.

Anunciamos nuestro derecho a ser libres, pero no acatamos las normas básicas de convivencia: nos estacionarnos en doble fila o en zona de impedidos o invadimos el carril de otro sin importar las consecuencias.

Nuestra frecuente desobediencia entraña una libertad vacía, una libertad “servil”, un libertinaje. Confundimos la euforia con el entusiasmo y muy pronto renunciamos a las metas que nos podrían ayudar a ser mejores personas.

Por eso tenemos tantas alocadas maneras de divertirnos.

Celebramos el día de la amistad, pero somos flacos cuando hay que tender la mano al amigo o vecino que la necesita. Hablamos de la amistad, pero caminamos cerrados, calculando, balanceando los cargos y los abonos.

En nuestros pensamientos ponderamos muy cara a la belleza, pero priva el desorden en nuestras costumbres. Hemos, por ejemplo, convertido a nuestras playas, ríos y aceras en verdaderos chiqueros, al punto que ya nos acostumbramos a vivir en espacios sucios, ruidosos y desagradables.

Hablamos de la paz, pero no “aguantamos” a los otros: rápidamente nos desesperamos, somos tercos y saturamos nuestro cerebro con juicios que hacemos de otras personas: creencias que luego

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