Autobiografia Escolar Anecdotica
Enviado por Dollwizard • 14 de Mayo de 2015 • 1.399 Palabras (6 Páginas) • 257 Visitas
Biografía Escolar
Bueno, uno de mis primeros recuerdos de la infancia es mas que nada una imagen borrosa mezclada con olores, colores y sonidos: los cumpleaños con granola de mil semillas en el preescolar, las muñecas suaves de tela y las rondas cantadas y bailadas llenas de sonrisas. Esto fue en Buenos Aires en la Rudolf Steiner.
Lo siguiente que me acuerdo es entrar a un lugar raro, como una casa llena de nenes corriendo y gritando por todos lados: el jardin de infantes de la escuela El Trigal. Me acuerdo del arenero y de las guerras con arena que te hacian llorar hasta la noche, los cactus al costado de las hamacas a los que no podiamos acercarnos porque se escondian los duendes malos, los dibujos en acuarela llenos de bolitas de tanto pasarles el pincel, las peleas constantes e interminables por los dos únicos caballitos de tela y los autitos de madera. Me acuerdo muchísimo de la comida, de los cumpleaños felices llenos de tutucas y globulitos porque alguien siempre te pegaba por pelearse por la comida. De las risas y de la hamaca que te hacia volar hasta lo mas cerca del cielo.
Después entré a la primaria y mi aula estaba llena de colores. Era chiquita y éramos pocos, pero nos queríamos mucho. Recuerdo las clases de euritmia que odiaba porque apenas entrábamos en el salón. La ronda que hacíamos con todo el colegio tenía siempre una canción que cantábamos y que cambiaba todos los meses, hasta el día de hoy me acuerdo de una que decía algo mas o menos así:
“Bom dia começa com alegria.
Bom dia começa com amor .
O sol brilhando, os pássaros voam.
Bom dia, bom dia, ¡bom dia!”
¡Ay, Dios mío! ¿Y cómo no olvidarme de los interminables recreos, en los que tenías tiempo para todo? ¿De jugar a Mr. Crocodrile en Inglés con Cristina? ¿O correr hasta que se te daba vuelta el corazón jugando al baseball con Pini en Educación Física?
Eso sí, nunca voy a estar más agradecida con mi primaria por haberme enseñado a coser, tejer, bordar, hacer una vasija en cerámica, saber algunas constelaciones (convengamos que astronomía no era mi materia preferida), plantar trigo, saber cómo espantar liebres, y por supuesto, pan. ¡SABER CÓMO HACER CEMENTO! Y, definitivamente, lo que es la pastina. Saber reír después de caerte sobre la tierra, el pasto seco y los pinchecitos esos feos que se te clavaban en todos lados, tener una paciencia de acero gracias a estar horas intentando aprender las dificilícimas canciones en flauta que nos daban Yasmine o Hernán, saber inglés por los mil y un cuentos que nos contaban con imágenes.
Justo ayer me acordaba de lo hermosas que eran las fiestas de farolitos: lo divertido de hacer tu primer farol sólo y sin ayuda de la maestra, la de saberse cincuenta canciones y no saber cuándo ni cómo las aprendiste, el olorcito delicioso a la sopa y a las papas y batatas a la brasa, la sorpresa que te daba cada año ver como los grandes encendian la hoguera y el calor que te daba encernderla a vos en sexto. El miedo, ah sí, me acuerdo de el miedo tremendo que nos daba ver a los grandes saltar las brasas. Pero despúes, así, de repente, te diste cuenta que eras vos el grande, que era tu turno, y ahí no te daba miedo, ¡te daba TERROR! Y ansias, ansias por saltar las brasas y ser el más grande de todos.
Sexto grado fue un año hermoso, te dan un ahijado de primer grado que tenés que proteger de todos, hacés el famoso mosaico romano, podés jugar al póli-ladron gritando: “CARDUMEEEEEN” en manada sin que te reten, porque sos grande y no te vas a llevar a nadie puesto. Tenés que aprender un montón de cosas complicadísimas que al final resulta que eran facilísimas, haces la bendita media a cinco agujas. Te vas de viaje de agresados a Villa Gral. Belgrano, comes hasta empacharte y reís hasta llorar.
Entre al secundario, y no entendía absolutamente nada. No me sentía cómoda con el uniforme, no sabía lo que eran los exámenes,
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