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Autobiografia


Enviado por   •  16 de Mayo de 2012  •  3.117 Palabras (13 Páginas)  •  847 Visitas

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American Andragogy University

Doctorado en Fitoterapéutica

Autobiografía

Alumno: Tito Feliciano Calva Bermeo

Enero del 2012

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Autobiografía

Tengo 58 años, nací el 9 de Junio de 1952, en la mejor finca de la Aldea el Pindo, perteneciente al cantón Celica, Provincia de Loja, República del Ecuador, Sud América. Soy el sexto de siete hermanos y el único varón.

Estoy casado, tengo cuatro hijos, siete bellos nietos, dirijo una empresa dedicada al mantenimiento electromecánico y me dedico en mis tiempos libres a la investigación y desarrollo técnico - científico.Me considero un hombre libre, persistente y de buen ánimo; mis falencias están relacionadas con la organización del tiempo y poca planificación de los quehaceres cotidianos.Necesito aprender de la vida la importancia del Equilibrio Holístico y en el ámbito académico debo desarrollar protocolos de Investigación para mi hobby preferido “Fitoterapéutica”.

Mi vida ha sido influenciada desde el inicio por el entusiasmo y persistencia de mi madre, puesto que mi padre murió cuando yo tenía unos dos años; recuerdo que cuando tenía 3 años, cierto día mamá observó que se agotaba la reserva de jabón en la casa (vivíamos en el campo) y dijo; mañana iremos al pueblo a comprar sebo de res para hacer jabón, esto me inquietó sobremanera y le pedí que me llevara con ella, en efecto fuimos al pueblo, compró dos costales llenos de sebo y regresamos a casa, luego dijo: mañana iremos a la montaña a buscar un árbol de ajo para quemarlo y traer las cenizas para hacer el jabón, esa noche casi no pude dormir de la emoción de conocer como sería el árbol de ajo y luego como sería el proceso para hacer jabón con cenizas de un árbol y sebo de vaca. El día esperado llegó y muy por la mañana luego de disfrutar de un suculento desayuno, mamá tomó el hacha en sus manos y emprendimos la subida a la montaña, la cuesta era dura, el sol empezaba a calentar el polvoriento camino, mamá tarareaba una canción mientras yo la seguía agitado no tanto por el cansancio sino por la emoción que casi rayaba al delirio por la curiosidad del árbol de ajo y las cenizas. Cada cierto trecho, parábamos para descansar un poco y me inquiría: mi hijo ¿estás cansado?; a lo que yo le respondía con aplomo, para nada mamita sigamos hasta encontrar el árbol de ajo. Cuando ya hubimos caminado unos cuatro o cinco kilómetros, llegamos a la parte más clara de la montaña, ella miró a su alrededor y con su entusiasmo característico apuntando con su mano extendida dijo: allá está un árbol de ajo, el árbol estaba a unos 30 metros respecto a nuestra posición, para mí era enorme, bellísimo, con un follaje increíblemente brillante, debía tener unos 10 metros de altura, nos acercamos

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cautelosos, su tronco debía tener unos 30 centímetros de diámetro, era tan frondoso que generaba una sombra espectacular, las hojas secas que habían caído chirriaban mientras las separaba del tronco, tratando de limpiar los obstáculos para tan ansiado corte. Observó la posición del árbol, la dirección del viento, me puso a buen recaudo y procedió a cortar manejando el hacha con la destreza de un experto leñador. El árbol cayó y fue necesario cortarlo en muchos pedazos manejables, luego hizo una pira y procedió a quemarlo y ¡claro que olía a ajo! mientras se quemaban las hojas y ramas; el fuego era vivaz y ardía con el entusiasmo que arde mi alma al escribir estos gratísimos recuerdos. Eso de quemar no tardó mucho, pero si la espera hasta que las cenizas se enfriaran para poderlas recoger, no se si fueron tres o cuatro horas, pero al final recogimos las cenizas en un costal y regresamos por el mismo camino con la satisfacción de un trabajo bien hecho.

Al otro día, puso a hervir el sebo, agregándole un poco de agua, en una enorme paila de bronce hasta que se diluyera totalmente el sebo, para luego agregarle una buena porción de las cenizas del árbol de ajo y dejar que hierva a fuego lento por tres días, en ese tiempo, la mezcla tenía una textura espesa y negruzca, la vertía en unas artesas de madera y la dejaba enfriar. Luego que estaba fría la cortaba con un cuchillo en trozos de tamaño regular y recogía tantos paquetes de jabón como cortes haya hecho. Así abastecía a la casa de jabón por mucho tiempo.

Otro hecho que marcó mi vida ocurrió cuando tenía 5 añosa; teníamos un pequeño cañaveral y mamá se preparaba para la cosecha, debíamos desplazarnos hasta la sementera para cumplir con el protocolo de cosecha, molienda y proceso de la caña. La noche anterior al desplazamiento nos compartió sus objetivos y dijo: mañana iremos al cañaveral para cosechar la caña y haremos panela y un puñadito de azúcar y les consulto si desean azúcar blanca, rubia o morena. Por unanimidad pedimos azúcar rubia. Esto encendió mi curiosidad y anhelaba ver ese puñadito de azúcar rubia. Llegamos a la sementera, allí estaba instalado un trapiche que debía girar con la fuerza de dos bueyes y junto a este equipo se hallaba un enorme recipiente destinado a recibir el jugo de la caña proveniente del trapiche, en el cual se cocinaba el jugo de caña hasta darle el punto de caramelo para procesar panela.

Sin embargo apenas llegamos, ella ordenó a sus trabajadores para que le construyeran un enorme embudo con carrizos, soportado en estructura de madera; la parte más ancha del embudo estaba arriba de la estructura y medía aproximadamente un metro de diámetro, luego ordenó

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para que los trabajadores recubran la superficie interior de este embudo con chantas de plátano y arcilla plastificada con un espesor de 10 centímetros. Cuando estuvo seco el enlucido de arcilla, se vertió la miel a punto de caramelo en este embudo hasta casi llenarlo y en ese momento agregó el regulador de color para el azúcar; una porción de cenizas sobre la superficie de miel vertida en el cono; si quería azúcar morena, no le ponía cenizas, para azúcar rubia, poca ceniza y para azúcar blanca, mayor cantidad de cenizas. Luego se colocaba una capa de arcilla sobre esta superficie y se sellaba para dejar reposar algunos días, aproximadamente una semana, entonces dijo: vamos a picar el cono que había sido totalmente hermetizado por la arcilla, en efecto le pinchó por la parte inferior y entonces drenó melaza con cierto grado de espesor, que se canalizaba hacia un depósito de desechos. Así transcurría otro espacio de tiempo hasta que paraba el drenaje de melaza, entonces dijo: vamos a cosechar el azúcar, para esto se rompió la superficie superior de arcilla, y apareció el azúcar con el color programado, recolectamos aproximadamente 10 quintales de azúcar, ese era el criterio que tenía mamá respecto a: “vamos a hacer un puñadito de azúcar”, y mi curiosidad

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