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Autobiografia


Enviado por   •  24 de Abril de 2013  •  2.658 Palabras (11 Páginas)  •  279 Visitas

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Autobiografía de René Avilés Fabila

Soy René Avilés Fabila, nací en el DF y aquí estudié hasta concluir Ciencias Políticas en la UNAM. Luego, fui a la Universidad de París, a realizar estudios de posgrado. No sé para qué, pues siempre quise ser escritor, autor de novelas y cuentos. Comencé a escribirlos alrededor de 1960, o un poco antes, junto con una generación rebelde que encabezaban José Agustín y Parménides García Saldaña. Nuestro gran maestro fue Juan José Arreola, pero yo tuve otros más: Juan Rulfo y José Revueltas. Del primero aprendí literatura, del segundo ética política, el ser permanentemente crítico.

Aunque me siento más cuentista que autor de largas extensiones, mi primer libro publicado fue una novela, Los juegos, 1967, la que no encontró editor, tal como lo he contado en varios momentos, especialmente cuando en 2007 se cumplieron cuarenta años de la edición de autor. Fue una salida exitosa y plena de escándalo. Unos me insultaron y otros me defendieron con igual vehemencia. Era una obra contracultural y puesto que nada ha cambiado en el país culturalmente hablando, sigue siendo tan válida como cuando apareció. Siguieron multitud de novelas y libros de relatos breves. De las primeras, me quedo con Tantadel, El reino vencido y El amor intangible, aunque debo aceptar que mucho le debo a El gran solitario de Palacio, donde narro la masacre de Tlatelolco. Mis cuentos amorosos y los fantásticos, ahora reunidos en cuatro volúmenes Todo el amor (I y II) y Fantasías en carrusel (I y II) son los trabajos que más me gustan. De mis libros autobiográficos tengo predilección por tres: Recordanzas, Memorias de un comunista y El libro de mi madre.

De los premios y reconocimientos obtenidos me quedo con la beca del legendario Centro Mexicano de Escritores, allá por 1965, donde trabajé con Juan Rulfo, Juan José Arreola, Francisco Monterde y donde escribí mi primer libro de cuentos cortos: Hacia el fin del mundo, editado por el Fondo de Cultura Económica. El Premio Nacional de Periodismo, por cultura, me lo dieron en la época del Innombrable, es decir, Carlos Salinas, y el jurado lo encabezaban Rafael Solana y Edmundo Valadés. El Colima por el mejor libro publicado lo obtuve con un libro que amo: Los animales prodigiosos, ilustrado por José Luis Cuevas y con prólogo de Rubén Bonifaz Nuño. Cuando cumplí treinta años como escritor, el homenaje me conmovió mucho, pues entre los organizadores estaban Bellas Artes, el Fondo de Cultura Económica, la UNAM, la UAM, el IPN, la Casa Lamm y la Fundación Alejo Peralta y cuya duración fue exactamente de un mes.

Al periodismo llegué igualmente joven. En 1961 crearon un nuevo diario: El Día, era un medio avanzado y de alguna manera crítico hasta donde en esa época se podía llegar. Arranqué escribiendo artículos, entrevistas y notas bibliográficas. Luego pasé al suplemento cultural de Fernando Benítez, ya en Siempre! un tipo fabricante de buenas secciones culturales que era francamente insoportable y muy amigo de Carlos Hank González, al que le hizo un libro apologético. De allí pasé a la Revista mexicana de cultura, suplemento cultural de El Nacional, el diario del gobierno mexicano. Lo dirigía el poeta español, militante comunista de talla, Juan Rejano, mi más acabado maestro de periodismo y un amigo entrañable, heredado de mi padre.

Mientras estaba yo en Francia (1970-73), mandaba algunas colaboraciones a Excélsior, entonces en manos de Julio Scherer, el único periodista que tiene teléfono directo con Dios y que sólo entrevista presidentes de la República. En 1975 o algo así, un grupo de periodistas y escritores fundamos el Unomásuno, bajo la conducción de Manuel Becerra Acosta, un periodista en verdad notable con un carácter de los mil demonios y muy mal vino. Allí me hice articulista de fondo y hasta hoy no he dejado el género, es donde mejor me siento. En 1984 entré a Excélsior de modo formal, a petición de mi querido amigo Nikito Nipongo. En esa cooperativa estuve unos quince años o poco más. Fundé el suplemento cultural El Búho y con él gané todos los premios de periodismo habidos. Fueron buenos tiempos. Pero de pronto todo cambió: yo pedí la renuncia de Ernesto Zedillo y Regino Díaz redondo me dio la mía a través de un novelista cubano, Lisandro Otero, un tipo de doble o triple moral, según dónde y con quién estuviera. Salí de tal diario con unos setenta colaboradores. De ello nadie supo nada. Lo llamé, en un artículo que fue a parar a una revista de corte académico, el callado golpe a la libertad de expresión. Parece que se necesita ser Scherer o Aristegui para que se percaten que uno también tiene su historia y ha luchado por la libertad de expresión. El colmo fue la ironía barata de Miguel Ángel Granados Chapa quien dijo que nadie derramaría una lágrima por el suplemento El Búho en un artículo de asombrosa solidaridad gremial. También me corrieron de IMER cuando llegaron en tropel Vicente Fox y Santiago Creel y alguien vio mi currículum de militante comunista y mis programas izquierdistas donde exaltaba a Revueltas, Juan de la Cabada, Diego Rivera y Siqueiros... Lo lamenté porque en esos micrófonos estuve unos diez años. En ese momento sólo Beatriz Pagés y Carlos Ramírez (Siempre! y La Crisis, respectivamente) me tendieron la mano. Finalmente, cuando los cooperativistas corrieron a Regino y su pandilla, regresé a Excélsior para ser articulista de primera plana y último director de la revista decana de México: Revista de Revistas. Quebrado, este diario fue adquirido por Olegario Vázquez Raña. Y allí sigo --igual que en las revistas Siempre! y Libertas--, ya sólo como colaborador en la página editorial.

El lado bonito de mi vida está en la literatura, hoy, luego de una carrera de más de cuarenta años, la editorial Nueva Imagen está editando mis Obras completas y van en el tomo 15. He hecho periodismo sin pensar en los partidos, ni en el poder económico o político, lo escribo para posibles lectores. A veces hay coincidencias, otras no. Hoy el país está enfrentado y prevalece la confusión. Ni modo. Se me olvidó decir de qué vivo: del sueldo de profesor de tiempo completo en la UAM-X, en la carrera de Comunicación. Tengo una fundación cultural que lleva mi nombre y acabo de crear el Museo del Escritor, aunque pequeño por ahora, único en el mundo. Estoy casado desde 1965 con Rosario, a la que conocí en la preparatoria 7 en el lejano año de 1960. Es doctora en Economía y me mantiene cuerdo, lo que no es poca hazaña. No tengo hijos y en consecuencia tampoco nietos, ello me permite aprovechar muy bien mis ingresos. Nunca creí en Santa Claus y menos en los reyes Magos, tampoco en Dios. Lo intenté, pero fracasé a eso de los quince años, más o menos a la edad en que Sartre dejó de lado la idea de un ser supremo y sobrenatural, todopoderoso

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