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Canasta Decuentos Mexicanos


Enviado por   •  15 de Diciembre de 2012  •  965 Palabras (4 Páginas)  •  461 Visitas

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Se oyó un ligero aleteo, volaron alguitas plumas y el animalito se tambaleo tratando todavía de asirse al aro, pero sus garras se abrieron y el pobre cayó sobre el piso con las alas extendidas.

Juvencio coloco la pistola sobre la mesa después de hacerla girar un rato en un dedo mientras reflexionaba. Acto seguido miro al gato, que estaba tan profundamente dormido que ni siquiera se le oía ronronear.

—¡Gato! —gritó Juvencio—. ¡Corre a la cocina y tráeme café! ¡Muévete! Tengo sed.

Desde que su marido se había dirigido al perico pidiéndole café, Luisa había volteado a verlo, pero había interpretado la cosa como una broma y no había puesto mayor atención al asunto. Pero al oír el disparo, alarmada, se había dado media vuelta en la hamaca y levantado la cabeza. Después había visto caer al perico y se dio cuenta de que Juvencio lo había matado.

—¡Ay, no! —había murmurado en voz baja—. ¡Que barbaridad!

Ahora que Juvencio llamaba al gato, Luisa dijo desde su hamaca:

—¿Por qué no llamas a Anita para que te traiga el café?

—Cuando yo quiera que Anita me traiga el café, yo llamo a Anita, pero cuando quiera que el gato me traiga el café, llamo al gato. ¡Ordeno lo que se me pegue la gana en esta casa!

—Está bien, haz lo que gustes.

Luisa, extrañada, se acomodó de nuevo en su hamaca.

—Oye, gato. ¿No has oído lo que te dije? —rugió Juvencio.

El animal continuó durmiendo con esa absoluta confianza que tienen los gatos que saben perfectamente que mientras haya seres humanos a su alrededor, ellos tendrán segura su comida sin preocuparse por buscarla —ni granjeársela siquiera-, aunque algunas veces parezcan condescendientes persiguiendo algún ratón. Esto lo hacen, no por complacernos, sino única y exclusivamente por que hasta los gatos se fastidian de la diaria rutina y a veces sienten necesidad de divertirse corriendo tras un ratón, y así variar en algo la monotonía de su programa cotidiano.

Pero por lo visto Juvencio tenía otras ideas con respecto a las obligaciones de cualquier gato que viviera en su rancho. Cuando el animal no siquiera se movió para obedecer su orden, cogió la pistola, apuntó y disparó.

El gato trató de brincar, pero, imposibilitado por el balazo, rodó una vuelta y quedó inmóvil.

—Belario —gritó Juvencio en seguida, hacia el patio.

—Si, patrón; vuelo —vino la respuesta del mozo desde uno de los rincones del patio—. Aquí estoy, a sus ordenes, patrón.

Cuando el muchacho se había acercado hasta el primer escalón, sombrero de paja en mano, Juvencio le ordenó:

—Desata al Prieto y tráelo aquí.

—¿Lo ensillo, patrón?

—No, Belario. Yo te diré cuando quiera que lo ensilles.

—Sí, patrón.

El mozo trajo el caballo y se retiró enseguida. La bestia permaneció quieta frente al corredor.

Juvencio observo al animal un buen rato, mirándolo como lo hace un hombre que tiene que depender de este noble compañero para su trabajo y diversión, y a quien se siente tan ligado

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