Clara Dezcurra
Enviado por js_2723 • 20 de Diciembre de 2011 • 631 Palabras (3 Páginas) • 696 Visitas
Clara Dezcurra toma la pluma y escribe la fecha: "16 de Julio de 1840". Luego, con la
misma letra minúscula y erguida, agrega el encabezamiento: "Querida Juana". Finalmente,
tras alisar el papel que tiene la textura y la consistencia del hojaldre, embebe la pluma en la
tinta negra, y redacta: "Ayer decidí cambiar el método que siempre utilizamos. Quise darle
a mis chicos una alternativa diferente que los arrancara de la enseñanza rutinaria. Esta vez,
en la clase de Habla Hispana, dejé de lado nuestra clásica composición 'Voyage autour de
mon bureau' y quise sorprenderlos con algo propio, conocido, cercano. Fue entonces
cuando les propuse escribir sobre 'La Vaca'."
Clara Dezcurra no lo sabe, pero ha introducido un hábito de escritura que será, luego, por
décadas, indicador y modelo en las escuelas criollas.
En realidad, poco y nada decía para sus alumnos la temática de la anterior composicióntipo,
"Voyage autour de mon bureau" ("Viaje en derredor de mi pupitre") impuesta por el
maestro modernista francés Alphonse Chateauvieux a fines de 1815. La escuela de Clara
Dezcurra, apenas un simple salón de tierra apisonada, no tiene pupitres, ni bancos, ni
siquiera sillas. Los alumnos se apretujan sentándose en rejas de arado, tocones de ceiba o
simples calaveras de vaca que relucen como si fuesen de mármol. La calavera de vaca es el
asiento más fácil de conseguir, el más frecuente, porque la escuela nocturna de la señora
Dezcurra es, durante el día, un matadero clandestino.
Clara humedece con la saliva de su lengua el reborde pringoso de la tapa del sobre donde
ha metido la carta. Lo cierra y luego, aprovechando el calor del candil que la alumbra
malamente, derrite casi un centímetro de lacre sobre el vértice de la juntura. Le llega, desde
afuera, el olor pesado que viene desde el saladero de cueros, el tufo casi irrespirable a
pescado podrido de la costa, y el mugido profundo de algún animal que ha olfateado,
quizás, el aroma premonitorio de la sangre.
La escuela ni siquiera está en el centro de Buenos Aires. Ahí, frente al portalón de la Iglesia
de los Cordeleros, como se lo había prometido don Juan Lezica, cuando era alguacil
segundo del Municipio, para luego decirle que, aquello, era imposible. El episcopado, o,
mejor dicho, el obispo Alcides Melgarejo, le había recordado a Rosas que no debían
permitirse escuelas ni queserías en las proximidades de los templos. Y entonces le habían
dado a Clara ese quincho --porque de otra forma no se lo podía denominar-- cerca de los
corrales de Mataderos, a metros de la puerta de Santa Brígida, detrás del saladero de don
Felipe Echenaugucía.
...