Como nos comunicamos Dan Sperber
Enviado por Carla Balbi Saldias • 4 de Junio de 2017 • Documentos de Investigación • 2.352 Palabras (10 Páginas) • 643 Visitas
Sperber Dan “How do we comunicate” en Brockman Jhon & Matson Katinka (eds) How things are: a science toolkit for the mind. New York: Morrow. (traducción Millán María del Rosario).
Como nos comunicamos
Dan Sperber
Comunicarse. Los humanos lo hacemos todo el tiempo, y la mayoría de las veces lo hacemos como algo cotidiano, sin pensar en ello. Hablamos, escuchamos, escribimos, leemos –como lo estás haciendo ahora- o dibujamos, hacemos mímica, asentimos, señalamos, nos encogemos de hombros, nos arreglamos para que otros conozcan nuestros pensamientos. Por supuesto, hay veces que vemos la comunicación como algo difícil o hasta imposible de lograr. Aún así, comparados con otras formas de vida, somos sorprendentemente buenos en eso. Otras especies, si es que se comunican del todo, tienen un estrecho repertorio de señales que usan para expresar una y otra vez cosas como estas: “este es mi territorio”, “peligro, correr”, “listo para el sexo”.
Comunicarse es tratar que otro (s) comparta tus pensamientos –bueno, al menos algunos de ellos. ¿Pero cómo pueden compartirse los pensamientos? Los pensamientos no son cosas que están ahí afuera, para ser cortadas como tortas o usadas colectivamente como los ómnibus. Son estrictamente asuntos privados. Los pensamientos nacen, viven y mueren dentro de nuestros cerebros. Ellos nunca realmente salen fuera de nuestras mentes (a pesar que hablamos como si lo hicieran, pero eso es sólo una metáfora). Lo único que produce una persona hacia otra para ver o escuchar es una conducta o los rastros que ella deja atrás: movimientos, ruido, ramas rotas, puntos de tinta, etc. Estas cosas no son realmente pensamiento, tampoco contienen pensamientos (esa es solo otra metáfora) y aun así algunas de esos comportamientos o rastros de ellos sirven para expresar pensamientos.
¿Cómo es posible entonces tal comunicación? Existe una vieja historia- que data al menos del antiguo filósofo griego Aristóteles- y sin dudas la has oído muchas veces: lo que hace posible la comunicación, así va la historia, es el lenguaje común. Un lenguaje como el español es una clase de código en el cual los sonidos son asociados a significados. Así, si Jill quiere comunicar algún significado a Jack, ella busca en sus reglas mentales del español el sonido asociado a ese significado particular y lo produce para que lo escuche Jack. Él entonces busca en sus reglas mentales el significado asociado a ese sonido particular. De esa manera Jack descubre lo que Jill tenía en mente. Por supuesto, todo esto de buscar es automático e inconsciente (excepto cuando no puedes encontrar las palabras y dificultosamente las buscas conscientemente). Gracias a esta doble conversión -la codificación de significados en sonidos y de sonidos en significados- Jill y Jack pueden ahora compartir pensamientos. Bueno, compartir puede todavía ser una metáfora, pero al menos sabemos cómo entendernos con ella. ¿Lo sabemos?
La vieja historia –nos comunicamos gracias al lenguaje común- es una simple e inteligente historia. Sería una gran explicación si tan sólo fuera cierta. Actualmente, parte de esa historia es verdad en la mayoría de los animales que se comunican. Abejas y monos tienen sus propios códigos rudimentarios y cómo sea que se comuniquen, lo hacen codificando y decodificando. No es así con los humanos. Es cierto, tenemos un rico lenguaje y muchos códigos menores también, pero – y aquí es donde se quiebra la vieja historia- comunicamos mucho más de lo que codificamos y decodificamos, y no ocasionalmente, sino todo el tiempo. Entonces, tener un lenguaje es, como mucho, una parte de la verdadera historia.
Déjame ilustrarlo. Imagina que estás matando el tiempo en un aeropuerto. Hay una mujer parada cerca de ti y escuchas que dice a su acompañante, “es tarde”. Haz escuchado e incluso pronunciado muchas veces estas palabras. ¿Sabes que significan? Por supuesto. Pero sabes lo que la mujer al pronunciar estas palabras quiso decir? Piensa. Ella podría estar hablando sobre el avión y decir que arribará o tal vez saldrá muy tarde. Ella podría también estar hablando sobre una carta que está esperando o sobre la primavera que se atrasó. Ella no necesita estar hablando de algo en particular, tal vez solo podría estar queriendo decir que es tarde en la mañana, o en el día, o en su vida. Más aún, “tarde” es siempre relativo a alguna fecha , tiempo o expectativa: tal vez podría ser tarde para almorzar pero aún temprano para la cena. Entonces, ella debe haber referido “tarde” en relación con algo, pero ¿con qué?
Podría seguir, pero el punto debería estar claro, a pesar de saber perfectamente bien el significado de las palabras que la mujer pronunció, no sabemos qué quiso decir. Extrañamente, su compañero, no parece desconcertado. El parece entenderla. Y esto lleva a pensar en la cantidad de veces en las que uno es la persona a la que le dicen “es tarde” y sabe perfectamente lo que el hablante quiere decir. Uno no tiene que pensar en los significados que las palabras “es tarde” pueden convenir. ¿Es esta frase un caso especial? Para nada. Cualquier frase -en inglés, o francés o Swahili – puede convenir muchos significados en diferentes ocasiones, y pueden servir para ilustrar el mismo punto.
Es por eso, que los lingüistas han encontrado necesario distinguir el “significado de la frase” del “sentido del hablante”. Solo los lingüistas están interesados en el “sentido de la frase” por sí mismo. Para el resto de nosotros, el sentido de la frase es algo de lo que generalmente no somos conscientes. Es algo que usamos inconscientemente, como un sentido o verdad final, que es para entender a otros personas y para hacernos entender. El sentido del hablante – las cosas que nos interesan- siempre está más allá del sentido de la frase: es menos ambiguo (a menos que tenga una ambigüedad propia), es más preciso de algún modo, y frecuentemente es menos preciso de otro modo; tiene un rico contenido implícito. El significado de la frase es apenas un boceto, un esqueleto. Nosotros llegamos al sentido del hablante completando ese bosquejo.
¿Cómo vamos del significado de la frase al sentido del hablante? ¿Cómo complementamos el boceto? En el pasado, veinte años atrás más o menos, se hizo obvio que para captar el sentido del hablante hacemos uso de la inferencia. Inferencia es justamente el término psicológico para lo que ordinariamente llamamos razonamiento. Consiste en comenzar por una suposición o conjetura inicial y arribar a través de una serie de pasos a alguna conclusión. Los psicólogos, sin embargo, no son tan pretenciosos al usar una palabra poco conocida: cuando nosotros hablamos de razonar pensamos en una ocasional, consciente, difícil e incluso lenta actividad mental. Lo que los modernos psicólogos han demostrado es que algo como razonar sucede todo el tiempo –inconscientemente, sin esfuerzos y rápidamente. Cuando los psicólogos hablan de inferencia, se están refiriendo en primer lugar y principalmente a esta siempre presente actividad mental. Asi, entonces, es como los lingüistas actuales y los psicólogos entienden cómo una persona entiende lo que otra quiere decir. Cuando alguien te dice, por ejemplo, “es tarde”, primero decodificamos el sentido de la frase y entonces inferimos el sentido del hablante. Todo esto, sin embargo, tiene lugar tan rápidamente y fácilmente que pareciera inmediato y sin esfuerzo.
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