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Niños Inquietos


Enviado por   •  24 de Noviembre de 2013  •  1.566 Palabras (7 Páginas)  •  317 Visitas

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EL LABRADOR Y SUS HIJOS

Como viera su muerte muy cercana, un labrador llamó a sus hijos y les comunico que cuantos tienes poseía dejábamos en la viña de su propiedad por cuya razón, cuando quisiesen repartirlos entre ellos, sólo en ella los encontrarían. Muerto el padre fueron los hijos a la viña a buscar aquellos bienes, pero por Más que cavaron y cavaron, con la esperanza de encontrar un tesoro, nada descubrieron.

Sin embargo, como la viña, por efecto de la avaricia de los huérfanos, fue muy cavada dio mucho fruto aquel año, lo que hizo que uno de los hermanos, al repartirlos con los otros, se dijera:

- sin duda alguna, el tesoro que nuestro padre nos dejo son los frutos de esta viña.

EL CAZADOR Y EL CIERVO.

Un ciervo que bebía en cierta fuente, recreábase mirando su bella imagen en el agua, muy satisfecho de sus cuernos, pero renegando en cambio de sus delgadas y largas piernas. En esta contemplación llegaron hasta él los gritos de un cazador y los ladridos de sus perros, ya poco distantes, por manera que hubo de recurrir a la ligereza de sus piernas para escapar de sus enemigos. Pero sucedió que, al entrar en el bosque, se le enredaron los cuernos en las ramas de un arbusto, a lo que debió el cazador el cogerle sin la menor dificultad. Y el ciervo, al considerar el estado en el que pusiera la parte más bella de su persona, cambió de parecer, alabando lo que antes menospreciaba u menospreciando lo que ensalzara antes.

EL CAZADOR Y EL PERRO.

Tan viejo y cansado estaba ya un perro que toda la vida había servido satisfactoriamente a su amo en la caza que, habiendo cogido una liebre, debido a su mucha debilidad, dejóla escapar:

Viendo esto el amo, se enfado y le dijo:

- ¿para que te quiero? ¿Por qué te mantengo, si de nada sirve?

A lo que respondió el can:

- señor, tengo ya muchos años, carezco de fuerzas y perdí mis dientes. Antes me alababas por lo muco que valía, y hoy me reprendes porque nada valgo. Recuerda lo de antes, y considera que ahora hago lo que puedo.

EL LEON Y EL RATON.

Un ratón que jugaba con otros compañeros en la falda de una montaña, perdiendo pie tuvo el mal acierto de caer encima de un león que dormía en aquellos lugares. Le cogió entre sus garras el rey de la selvas, y disponíase a despedazarlo cuando el ratoncillo, vuelto en sí del susto, le suplicó temblando que lo soltara, pues al saltarle encima no lo había hecho con ánimo de molestarle, sino por descuido, que humildemente rogaba le fuera perdonado. Pareciéndole al león que no era digno de su valor tomar venganza de un ser tan pequeño, aflojó las garras y le dejó marchar. Poco tiempo después, cazando en el bosque, el león tuvo la desgracia de caer en una red, y viéndose prisionero se puso a dar tremendo rugidos.

Oyó el ratón, y acudiendo sin tardanza, le habló de esta manera:

- No te aflijas, rey de los animales; nada tienes que temer, porque, para pagarte lo que por mí hiciste días pasados, royéndolas con mis dientes voy a romper las cuerdas que te sujetan.

Y así lo hizo, en efecto, con inmensa alegría del león.

EL AGUILA, LA CORNEJA Y LA TORTUGA.

Remontó el águila su vuelo después de coger en sus garras una tortuga, que no se podía comer por meterse ésta dentro de su concha.

Una corneja que la vio se aproximó a ella y le dijo:

- buena presa hiciste, pero, como no sea astuta, de nada te servirá.

- Dime, pues, qué he de hacer para sacar provecho de ella- contestó el águila- , te daré la mitad.

- Vuelta a gran altura – replicó la corneja- , déjala entonces caer, para que se rompa la concha, y nos podremos comer la carne.

Hizo el águila lo que la corneja le aconsejara, y. efectivamente, al caer la tortuga, su concha se quebró, descubriendo la carne.

Se apoderó de ésta la corneja, que estaba más próxima, dejando burlada al águila, que no pudo llegar a tempo de impedirlo.

EL ASNO Y EL FALDERO

Habiendo un asno observado que su amo acariciaba mucho a un falderillo de su pertenencia, porque éste corría siempre a su encuentro saltando alegremente y lamiéndole las manos, se dijo a sí mismo:

- si tanto afecto profesan mi amo y su familiar a un animal tan pequeño, a causa de sus caricias, ¿Cuánto más no agradecerán las mías, por el hecho de valer más y prestar servicios de importancia?

Y, convencido de que estaba en lo cierto, cuando llegó su dueño nuestro asno salió corriendo y rebuznando del establo, y después de brincar cocear de mil modos, púsole las manos en los hombros

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