Universidad
Enviado por elyzabeth_cool • 10 de Junio de 2012 • 6.845 Palabras (28 Páginas) • 373 Visitas
Mureddu, César:
“Educación y Universidad”
Introducción
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En épocas de transformación de la sociedad, muchas de sus estructuras pueden sufrir desestabilizaciones, a veces muy hondas.
La velocidad o la profundidad en los cambios, es decir la rapidez y el grado de penetración de los mismos, también determinan la amplitud, profundidad y duración de las desestabilizaciones de la estructura social, las cuales no son otra cosa que síntomas externos de lo que habitualmente denominamos crisis.
En efecto, como su nombre lo indica, crisis en el sentido social se refiere a una determinada situación nueva que trae consigo cambios que no pueden ser absorbidos por el sistema social con la misma rapidez con que aparecen, por lo que sus estructuras entran en crisis.
Ahora bien, tanto en el sentido individual como en el colectivo y sistémico se dice que una crisis posee, además del aspecto negativo de desestabilización, otro positivo. Ciertamente, por efecto de la crisis muchos de los elementos y relaciones que conformaban la estructura se reacomodan, se redimensionan, se abandonan, o en todo caso se reconfiguran. Por ejemplo, una estructura propia de la edad infantil al entrar a la adolescencia se desestabiliza y entra en crisis; posteriormente abandonados algunos elementos de la etapa infantil, reestructurados otros, se configura una nueva estructura, la juvenil, que permitirá el paso a la vicia adulta. En todo caso, el sentido positivo de la crisis es que significa posibilidad de desarrollo.
En este mismo orden de ideas podemos afirmar que los nuevos ordenamientos económicos de la humanidad, con los profundos cambios que han producido en la vida política del planeta, indudablemente han provocado crisis de muy diversos grados en muy distintas partes de la estructura social global de la humanidad.
Hoy abundan análisis en torno a los cambios que se han dado en distintas regiones, tanto en el sistema geopolítico del mundo contemporáneo, como en el sistema de conocimientos y valores que rigen la vida de diversas comunidades y sociedades humanas.
El presente ensayo intenta avanzar particularmente hacía un área específica de la estructura social que, a mi juicio, también se encuentra en una situación crítica, es decir, tiene frente a sí la dolorosa realidad de la confusión y la desestabilización y, por contrapartida, cuenta con la enorme posibilidad de encontrar las respuestas creativas e impredecibles, propias del actuar humano. Se trata de la universidad, en su multisecular y polivalente dimensión social y educativa.
Para avanzar con relativa seguridad en el intento de un trazado del andar futuro de una institución tan compleja, creo que ayudará poner en claro los parámetros que guían a esta reflexión: 1. Se trata de una visión histórica, la cual permitirá establecer comparaciones y paralelismos, cuando sea el caso. 2. La relación entre universidad y educación permitirá trazar las líneas de continuidad o discontinuidad en el hacer propio de la universidad.
El escrito consta de tres partes que marcan énfasis distintos: la primera se centra en un análisis histórico; la segunda enfatiza las exigencias que históricamente indujeron cambios para la universidad; y la tercera avanza hacia algunas posibles perspectivas actuales.
1. Análisis histórico de la función universitaria
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A partir del siglo VIII, en el Alto Medievo es posible encontrar una inquietud creciente en torno a la educación, que procede de las altas esferas civiles y religiosas de la época. En efecto, la cristianización profunda de la nueva población surgida de la invasión de los pueblos germánicos y las nuevas necesidades planteadas a los nacientes reinos europeos por la recta administración de los bienes, presionaron al poder civil y al espiritual.
Para los efectos de esta breve reconstrucción histórica, baste recordar que con los reinados de Pipino el Breve y de su hijo Carlomagno, durante el siglo VIII muchas de las antiguas regiones romanas invadidas por los pueblos germánicos venidos de las regiones allende el Dnieper y el Danubio, se dirigían ya hacia una organización política y social más desarrollada y estable. A la primera ley de conquista del Primi Capientis, debía seguir una administración basada en principios jurídicos codificados. Por lo tanto, era necesario rescatar los antiguos escritos romanos y consignar, igualmente por escrito, las antiguas tradiciones jurídicas orales, propias de los pueblos nómadas iletrados.
Por otra parte, la tradición cristiana exigía que sus ministros estuviesen en contacto directo con las fuentes que le dieron origen y legitimidad. También le era necesario rememorar, por la vía sacramentaria, los mysteria fidei. Ambas celebraciones, la conmemoración sacramental viva y la palabra de Dios, eran los vehículos de enseñanza de los valores cristianos para el pueblo y para sus nuevos monarcas.
En la reconstrucción histórica de los antecedentes remotos de la educación universitaria, la cristiandad por un lado y el naciente Imperio Romano Germánicos por otro, son los polos más importantes de la exigencia educativa. Ambas organizaciones, la espiritual y la temporal, trajeron consigo exigencias muy concretas en lo relativo al manejo adecuado del saber y por ende, ambas organizaciones incidieron en la organización y en la transmisión del mismo. En efecto, el naciente estado medieval y la iglesia requirieron, con urgencia cada vez mayor, de amanuenses, intérpretes y aplicadores de los códigos jurídicos, compiladores de gestas y biografías (cronistas), así como expertos en el saber litúrgico y diplomático. Sólo con la relativa paz y estabilidad de siglo VIII, las esferas dirigentes de la sociedad medieval resienten la necesidad de contar con los servicios de personas educadas, cultivadas en y por el saber.
Es en este siglo cuando por primera vez aparece por escrito la preocupación eclesiástica en torno al tema educativo. Las primeras instrucciones de la jerarquía eclesiástica datan del año 757, elaboradas por el papa Esteban II. En este documento se exhorta a clérigos y obispos a que dominen la lectura y a que se ejerciten en ella leyendo continuamente las Sagradas Escrituras. Once años más tarde, en 769, el papa Esteban III amplió esta preocupación mediante un nuevo exhorto en el que se incluye la necesidad, por parte de los ministros eclesiásticos, de leer y estudiar también el Derecho Canónico.
Pero no sólo el poder espiritual se manifestó claramente en torno a esta necesidad, en ese mismo siglo también el poder temporal se expresó por escrito. En efecto, poco después del exhorto del papa Esteban III aparece en el
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