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Canibales Y Reyes

sunqu1 de Septiembre de 2014

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CANIBALES Y REYES

1.- ¿precise los orígenes de las guerras?

Las primeros antecedentes de las guerras se pueden apreciar en lagunas tesis donde se dice que la guerra se originó en las comunidades aldeanas, por el crecimiento del estado. Algunos expertos también han sostienen, incluso, que todos los incidentes de la lucha armada entre los cazadores-recolectores reflejan la alteración de las formas primitivas.

Pero la primera prueba arqueológica acerca del origen de la guerra, son la construcción de aldeas y poblaciones fortificadas, y con esta el desarrollo de la agricultura, las guerras se tornarían mas frecuentes. Cuando los grupos humanos se asentarían por completo en un lugar determinado, y tendrían que proteger su territorio cuando estos estarían amenazados, y con esto nacería la identidad territorial.

Existieron 4 tipos de guerras:

1.- La guerra como solidaridad. La guerra es el precio que se paga para crear la unidad grupal. El hecho de tener enemigos externos crea un sentimiento de identidad grupal e intensifica el espíritu de cuerpo. El grupo que lucha junto permanece unido.

2.- La guerra como juego. La guerra se representa como un deporte placentero y competitivo. Esto ocurre si la gente realmente goza al arriesgar su vida durante el combate,

3. La guerra como naturaleza humana. La guerra es considerada una actividad valiosa o aborrecible, consiste en dotar a la naturaleza humana de un impulso criminal.

4.- La guerra como política. Otra explicación de la guerra es que el conflicto armado es el resultado lógico de un intento por parte de un grupo de proteger o aumentar su bienestar político, social y económico a costa de otro grupo.

2.- ¿comente sobre el complejo de Edipo?

Al margen de los problemas presentados por las sociedades matrilineales bélicas, existe otro motivo por el cual la influencia de la guerra en los papeles sexuales ha sido prácticamente ignorada hasta hoy. Las teorías modernas sobre los papeles sexuales han estado dominadas por los psicólogos y los psiquiatras freudianos. Hace mucho tiempo que los freudianos tenían conciencia de que debía existir alguna relación entre guerra y papeles sexuales, pero invirtieron la flecha causal e hicieron derivar la guerra de la agresividad masculina en lugar de hacer derivar la agresividad masculina de la guerra. Esta inversión ha penetrado en otras disciplinas e ingresado en la cultura popular, donde reposa como una bruma sobre la vida intelectual. Freud sostenía que la agresividad es una manifestación de las frustraciones de los instintos sexuales durante la infancia y que la guerra es, simplemente, la agresión socialmente sancionada en su forma más homicida. El hecho de que los hombres debían dominar a las mujeres surgía automáticamente del modo en que los poseedores de los órganos sexuales masculinos y las poseedoras de los órganos sexuales femeninos respectivamente, experimentaban los sufrimientos de la sexualidad infantil. Según Freud, los varones compiten con su padre por el dominio sexual de la misma mujer. Se entregan a la fantasía de que son omnipotentes y que pueden matar a su rival que, en la realidad o en la fantasía, amenaza con amputarles los órganos sexuales. Freud llamó a tal fenómeno — el drama central de la teoría psicodinámica freudiana— complejo de Edipo. Su resolución consiste en que el niño aprenda a no dirigir la agresividad a su padre sino hacia actividades socialmente «constructivas» (que pueden incluir la guerra).

Para la niña, Freud imaginó un trauma paralelo pero fundamentalmente distinto. La sexualidad de una niña también está inicialmente dirigida hacia su madre, pero en el estadio fálico hace un descubrimiento sorprendente: carece de pene. La niña «considera responsable a su madre de su estado castrado» y, en consecuencia, «transfiere su amor a su padre porque éste tiene el apreciado órgano que aspira a compartir con él». Pero su amor hacia su padre y hacia otros hombres «se mezcla con un sentimiento de envidia porque ellos poseen algo de lo que ella carece». Por tal razón, mientras los varones deben resolver su complejo de Edipo aprendiendo a expresar la hostilidad contra otros, las niñas deben aprender a compensar la falta de pene aceptando un papel subordinado y teniendo hijos (que simbólicamente representan el pene perdido).

Aunque este drama podría parecer una pura simpleza, la investigación antropológica ha demostrado que existe una aparición extendida aunque no universal de pautas psicodinámicas que se parecen a las competencias edípicas, al menos en el sentido mínimo de una hostilidad sexualmente cargada entre los hombres de la generación mayor y la más joven y de envidia del pene entre las mujeres. Bronislaw Malinowski señaló que incluso entre los matrilineales y avunculocales habitantes de las islas Trobriand existen las rivalidades edípicas, aunque no exactamente en la forma en que Freud había anticipado, ya que la figura de autoridad durante la infancia es el hermano de la madre más que el padre. Indudablemente, Freud apuntaba a algo, pero, por desgracia, sus flechas causales lo hacían hacia atrás. Sería pura simpleza la idea de que la situación edípica es provocada por la naturaleza humana en lugar de serlo por las culturas humanas. No es extraño que la situación edípica esté tan extendida. Todas las condiciones para crear temores de castración y envidia del pene están presentes en el complejo de supremacía masculina: en el monopolio masculino de las armas y en la educación de los hombres para la valentía y los papeles combativos, en el infanticidio femenino y la educación de las mujeres para que sean recompensas pasivas de la actuación «masculina», en el prejuicio patrilineal, en el predominio de la poligamia, los deportes masculinos competitivos, los violentos ritos de los varones púberes, la impureza ritual de las menstruantes, en el precio de la novia y en otras muchas instituciones centradas en torno al hombre. Evidentemente, donde el objetivo de la crianza es producir hombres agresivos, «masculinos» y dominantes, y mujeres pasivas, «femeninas» y subordinadas, habrá algo semejante al temor de castración entre los hombres de generaciones inmediatas —se sentirán inseguros con respecto a su virilidad— y algo semejante a la envidia del pene entre sus hermanas, a las que se enseñará a exagerar el poder y el significado de los genitales masculinos.

Todo esto conduce a una conclusión: el complejo de Edipo no fue la causa de la guerra; la guerra fue la causa del complejo de Edipo (recordemos que la guerra misma no fue causa primera sino un derivado del intento de controlar las presiones ecológicas y reproductoras). Aunque parezca un problema sin solución como el del huevo y la gallina, existen excelentes motivos científicos para rechazar las prioridades freudianas. Si comenzamos con el complejo de Edipo, no podemos explicar las variaciones de intensidad y de alcance de la guerra: ¿por qué algunos grupos son más bélicos que otros y por qué algunos practican formas externas y otros formas internas de incursión? Tampoco podemos explicar por qué el conjunto de las instituciones de supremacía masculina varía en esencia y en fuerza. Al empezar con el complejo de Edipo, tampoco podemos explicar el origen de la agricultura, los caminos divergentes de las intensificaciones y los agotamientos en el Viejo y el Nuevo Mundo ni el origen del estado. Pero si comenzamos con la presión reproductora, la intensificación y el agotamiento, podemos comprender los aspectos constantes y variables de la guerra.

Y a partir de un conocimiento de las causas de las variaciones bélicas, podemos llegar a una comprensión de las causas de las variaciones de la organización familiar, las jerarquías sexuales y los papeles sexuales y, desde esta perspectiva, a una comprensión de las características constantes y variables del complejo de Edipo. Un principio admitido en la filosofía de la ciencia establece que si uno debe elegir entre dos teorías, merece prioridad aquella que resuelve más variables con el menor número de suposiciones independientes y no explicadas.

Merece la pena insistir en este punto porque de cada teoría se infieren consecuencias filosóficas y prácticas distintas. Por un lado, la teoría freudiana se parece mucho al enfoque de la guerra como naturaleza humana. Hace que la agresividad homicida parezca inevitable. Al mismo tiempo, encadena tanto a los hombres como a las mujeres con un imperativo biológico («la anatomía es destino»), con lo cual enturbia y estrecha el movimiento para alcanzar la igualdad sexual. Aunque he sostenido que la anatomía destina a los hombres al entrenamiento para ser feroces y agresivos si hay guerra, no he dicho que la anatomía, los genes, el instinto o cualquier otra cosa torne inevitable la guerra. El simple hecho de que todos los seres humanos del mundo de hoy y del pasado conocido hayan vivido en sociedades sexistas y belicistas o en sociedades

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