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Capitalismo


Enviado por   •  15 de Diciembre de 2014  •  4.515 Palabras (19 Páginas)  •  223 Visitas

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Introducción

La gran pregunta que se hace la economía del siglo actual es: el beneficio, ¿siempre tiene que causar daño económico? Actualmente, una nueva generación de “renegados” o “insurgentes” —empresas tan diversas como Walmart, Nike, Google y Unilever, por ejemplo— están creciendo porque se están rebelando contra las agotadas y tóxicas prácticas del capitalismo de la era industrial. ¿Su secreto? Poco a poco, de forma imperfecta y a menudo desordenadamente, nunca con facilidad, están aprendiendo a convertirse en capitalistas del siglo XXI. Los innovadores radicales de la actualidad son vanguardistas, han superado las fronteras aburridas y monótonas de hacer las cosas como siempre se han llevado a cabo y han explorado un terreno desconocido rico en posibilidades, en el que se pueden atisbar picos de prosperidad más altos, erigidos sobre rocas más fuertes, más sólidas.

Para hacerse una idea de la economía del siglo actual, imagínese por un momento que el mundo es un gran barco. Es el capitán, y los recursos que hay a bordo no solo son valiosos, sino que tienen un valor incalculable. Debe proteger a la gente, los árboles, los animales, las ideas, la confianza, la creatividad y al propio gobierno del daño, la disminución y el agotamiento. Por lo tanto, cada recurso que decida utilizar tiene que generar unos beneficios más tangibles, significativos y duraderos que los que suponen meramente unos productos efímeros para ser consumidos en exceso. En un barco, la prosperidad depende en primer lugar de minimizar el daño económico, porque cada coste que se desplaza y cada beneficio del que uno se apropia resultan una pérdida permanente, quizá irreparable, con consecuencias impredecibles. Si no se consigue el equilibrio adecuado entre bienes buenos y malos, el resultado no será prosperidad, sino crisis y, tal vez, finalmente, un desplome.

Los principios fundamentales de la era industrial limitan a las organizaciones a la creación de lo que denominaremos valor “privado”. El valor “privado” es la amenaza invisible del gran desequilibrio, la expresión real de producir un exceso de bienes malos y un defecto de bienes buenos. El valor “privado” no es un valor económico auténtico. Actualmente, el gran desafío no consiste únicamente en crear valor contable, para la empresa o para el accionista, sino en que el valor sea económicamente auténtico.

Si tuviéramos que trazar las directrices de un paradigma económico actualizado, capaz de reavivar el fuego de la prosperidad, lo que más cambiaría, sobre todo, sería la optimización. Estos son algunos esbozos rudimentarios de los dos axiomas fundamentales de este paradigma.

1. El primer axioma se refiere a la minimización: a través del acto del intercambio, una organización no puede, por acción o inacción, permitir que los individuos, las comunidades, la sociedad, el mundo natural o las generaciones futuras, sufran un perjuicio económico. Este perjuicio económico se deriva tanto del desplazamiento de costes como de la apropiación de beneficios.

2. Contrariamente, el segundo axioma hace referencia a la maximización: el mayor desafío al que se enfrentan los países, las entidades y las economías en la actualidad es el de crear más valor de más calidad, y no únicamente valor ínfimo en gran cantidad. Se trataría de reinventar la creación de valor, no solo generando mayores cantidades de valor “privado”, inconsecuentemente, sino aprendiendo a producir valor más provechoso.

Los capitalistas constructivos son capaces de modificar el valor “privado” y transformarlo en valor“compartido” importante, duradero y que se multiplique. Considérese que el valor “compartido” es importante en términos humanos, que produce beneficios tangibles, duraderos, que no se ven contrarrestados por los dos tipos de perjuicio económico. Los insurgentes crean valor “compartido” cuando generan beneficios con actividades cuyo rendimiento revierte sustancial, auténtica y significativamente en la gente, las comunidades, la sociedad, el mundo natural y las generaciones futuras.

Cuando una empresa es más rentable que sus rivales, puede decirse que tiene una ventaja competitiva, y el 90 % de las compañías, ancladas en la era industrial, sigue buscando una ventaja competitiva. El problema de esta cuando es adversa, de suma cero, es que el hecho de que se haya conseguido una mayor cuota de rentabilidad en una industria o sector no significa que no se haya obtenido la totalidad de la ganancia desplazando costes o apropiándose de beneficios: hay pocas garantías de que el rendimiento alcanzado no tenga su origen en el perjuicio económico. De hecho, puede que los beneficios reflejen simplemente un valor cada vez más “privado”, mucho más artificial, insostenible e insustancial que nunca. Esta es la historia de Wall Street, Detroit y el Big Food a gran escala. Solo cuando una empresa obtiene un beneficio mayor y de más calidad que sus rivales puede decirse que tiene una ventaja constructiva.

En la época en la que Adam Smith escribió su obra maestra, La riqueza de las naciones, no existía un mundo en el que se pudiera imaginar que la empresa capitalista iba a florecer del modo en que la conocemos en la actualidad. Sin embargo, mirando a través de la vorágine, Smith sintetizó, con mucho detalle y una lógica implacable, su nueva visión de la prosperidad. Aunque siguieron muchos libros similares, la obra de Smith continúa siendo el manifiesto capitalista original, el primer documento de la prosperidad de la era industrial.

No soy Adam Smith, pero me gustaría invitarle a hacer un viaje conmigo. Es un itinerario imaginario, en el que veremos la producción, el consumo y el intercambio con nuevos ojos. Es una expedición en la que exploraremos los intríngulis que están redefiniendo la rentabilidad, el rendimiento y la ventaja competitiva. Y es un análisis de cómo podrían —simplemente podrían— transformarse el comercio, las finanzas y el intercambio y, de un modo más vital, volverse transformativos. Es un tipo de capitalismo más diseñado para un mundo pequeño, frágil y muy concurrido: un capitalismo constructivo.

¿Cómo puede su empresa convertirse en una organización capitalista constructiva? Lo podría hacer a través de los seis pasos que enumeramos y que seguidamente explicaremos con más detalle:

1. El primer paso para convertirse en un capitalista constructivo es aprender a conseguir sacar unaventaja de la pérdida en lugar de una ventaja del coste. Sacar ventaja de la pérdida significa minimizar los costes directos de una corporación y, al mismo tiempo, minimizar las pérdidas sociales, humanas, públicas y medioambientales que la firma impone a otros actores económicos.

2. Una vez creado un ciclo de valor y conseguida una

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