Casa tomada
Enviado por juanixxxxxx • 2 de Junio de 2015 • Tesis • 2.476 Palabras (10 Páginas) • 461 Visitas
1.- FICHA BIBLIOGRÁFICA
CORTÁZAR, Julio. La autopista del Sur y otras historias. Editorial Bruño. Editado en el año 1991.
2.- ARGUMENTO
Casa tomada
El autor narra la historia en primera persona, y cuenta que está viviendo en una gran casa con Irene, una casa que les dejaron sus abuelos
Un día, mientras en protagonista estaba preparando una infusión, escuchó unos ruidos al otro lado del pasillo y rápidamente cerró la puerta con llave y con el cerrojo. Seguidamente fue donde estaba Irene y le dijo que habían tomado la parte del fondo, y ella le contestó que tendrían que vivir en aquella parte de la casa. Eso les daba mucha pena, porque en la otra parte de la casa habían dejado muchas cosas queridas, pero también les trajo ventajas, ya que la limpieza se simplificó y se podían levantar más tarde y tenían menos cosas que hacer.
Varios días después de esto, una noche que el protagonista se levantó a beber un vaso de agua, escuchó unos ruidos, cogió a Irene del brazo, salieron a correr y cerró de golpe el cancel, quedándose en el zaguán. Ya no se oía nada.
Irene dijo que habían tomado esa parte. Habían salido con lo puesto, no les había dado tiempo de recoger nada. Salieron a la calle, el protagonista cerró la puerta con llave y la tiró a una alcantarilla para que a nadie le daría por entrar en la casa estando tomada.
Los principales acontecimientos de la historia son las dos veces que toman la casa. Esto provoca cambios en la vida de los personajes.
Los acontecimientos están dispuestos en orden cronológico.
El desenlace es un poco extraño, la historia entera en sí es un tanto extraña. En el caso del desenlace, es esperado, y además se llega a él rápidamente, es un acontecimiento más sin especial importancia.
La autopista del Sur
El relato comienza en Fontainebleau, en un atasco en la autopista hacia el Sur. El ingeniero decidió no salir más con su coche hasta que la policía disolviera de alguna manera el atasco. La gente del atasco pensaba que debía haber ocurrido un gran accidente para que se hubiera podido producir un embotellamiento de tales dimensiones. Todos los que estaban en el atasco se fijaban en los demás, estudiándolos minuciosamente hasta aburrirse.
Las noticias sobre lo que había podido suceder cambiaban a lo largo de la tarde.
Ya bien entrada la noche volvieron a llegar gente con más noticias, siempre contradictorias a las demás.
La sed y el hambre se iban sintiendo, y una niña fue la primera en quejarse, así que el soldado y el ingeniero fueron a buscar agua. Un matrimonio les dio una lata de jugo de frutas y más tarde fueron la muchacha del Dauphine y el ingeniero a buscar comida, esta vez para el matrimonio que les dio la lata y volvieron con unos bizcochos.
A las tres de la mañana acordaron descansar y hasta que amaneció, la columna de coches se mantuvo parada.
Por la mañana la ruta había avanzado muy poco, pero por lo menos tenían la esperanza de que esta tarde se abriera la ruta hacia París. A las nuevo llegó un muchacho con la noticia de que pronto se podría circular con normalidad, pero sólo era una treta para conseguir comida. Más tarde llegó otro muchacho con el mismo cuento, pero nadie le dio nada.
Pasado el tiempo decidieron que uno del grupo podía encargarse de la organización y así no habría más problemas hasta llegar a París. De ello se encargó uno de los ocupantes del Taunus, quien mandó a tres personas a buscar agua, pero sólo pudieron llegar con una cantimplora llena, y su dueño reclamaba provisiones para dos personas. En su búsqueda, el ingeniero advirtió que más adelante se estaban formando grupos con problemas semejantes, incluso un hombre le dijo que se negaba a hablar con él del asusto y que lo comentara con el representante de su grupo, cinco coches más atrás.
Uno de los muchachos del Simca había traído una cantimplora escondida y estaba bebiendo a grandes tragos, pero el ingeniero le paró los pies.
Al atardecer cayeron algunas gotas y avanzaron casi cien metros. A lo lejos se vio la luz de un relámpago y el calor iba en aumento.
Hacia las ocho repartieron las provisiones y también llevaron algunas a otros grupos a cambio de bebida. Ya por la noche, todos se fueron a dormir, menos el ingeniero, Taunus y su amigo, que se habían quedado jugando a los dados.
Intentaron descansar un poco llegado ya el amanecer, pero el ingeniero creyó oír gritos más adelante, y el jefe de otro grupo vino a decirles que treinta coches más adelante se había provocado un incendio intentando hervir unas legumbres.
Por la mañana, la columna empezó a moverse desde muy temprano. A mediodía ya había avanzado más de cincuenta metros.
La anciana se puso enferma y las mujeres más jóvenes del grupo fueron a ayudarla. En otro grupo había un médico, así que fueron a buscarlo.
A las dos de la madrugada empezó a hacer frío y la gente sacó sus mantas.
Por la noche se reunieron varios jefes de los grupos para charlar sobre el problema de que aquello ya se estaba alargando demasiado y ya no quedaban provisiones ni bebida. Llegaron a la conclusión de que en todos los lados sucedía lo mismo. Lo que se decidió es que al alba se iría a comprar provisiones en las granjas más cercanas.
De las granjas trajeron pocas provisiones, posiblemente robadas, ya que los campesinos se negaban a vender nada a particulares.
Más tarde se dieron cuenta de que el hombre del Floride no estaba, había desertado y abandonado el coche. Ya por la noche, el ingeniero escuchó un quejido y miró a ver lo que era. El hombre del Caravelle se había suicidado. Metieron el cuerpo en el portaequipajes de su coche para que nadie se llevara la fatal sorpresa si lo quedaban abandonado en la carretera.
Por el mediodía comenzó a hacer frío y se distribuyeron los abrigos que iban encontrando. Otra vez hacía falta agua, Taunus envió a algunos de sus hombres a buscarla, pero la resistencia exterior era total. Pero por la tarde el muchacho encargado del Floride avisó que un Ford Mercury ofrecía agua a buen precio, pero Taunus no aceptó, pero por la noche el agua escaseaba y pagó de su propio bolsillo dos litro de agua, prometiéndole el del Ford Mercury que conseguiría más al doble de precio.
Al día siguiente la columna avanzó bastante, unos doscientos o trescientos metros. Una de las monjas empezó a delirar y la trasladaron a otro coche con mejor calefacción.
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