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Cazadores De Microbios


Enviado por   •  17 de Septiembre de 2014  •  2.210 Palabras (9 Páginas)  •  236 Visitas

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CAZADORES DE MICROBIOS

CAPITULO 1

Antonio Van Leeuwenhoek (el primer cazador de microbios)

Antonio van Leeuwenhoek nació en 1632, en los amplios canales de Delft, Holanda. Descendía de una familia de fabricantes de cestos y de cerveza. El padre de Antonio murió joven; la madre envió al niño a la escuela para que estudiara la carrera de funcionario público; pero a los 16 años dejó de estudiar y entró de aprendiz en una tienda de Amsterdam. A los 21 años, Leeuwenhoek abandonó la tienda y regresó a Delft; se casó y abrió su propia tienda de telas. En los veinte años que sucedieron se sabe muy poco de él, salvo que se casó en segundas nupcias y tuvo varios hijos, que murieron casi todos de tierna edad. Seguramente fue en ese período cuando le nombraron conserje del Ayuntamiento de Delft y le vino la extraña afición de tallar lentes. No sabía hablar más que holandés, lengua despreciada por el mundo culto que la consideraba propia de tenderos, pescadores y braceros. La Biblia, en holandés, era su único libro, su ignorancia lo favoreció, porque aislado de toda la palabrería docta de su tiempo no tuvo más guía que sus propios ojos, sus personales reflexiones y su exclusivo criterio.

Aprendió los rudimentos necesarios para tallar lentes; frecuentó el trato con alquimistas y boticarios, de los que observó sus métodos secretos para obtener metales de los minerales, y empezó a iniciarse en el arte de los orfebres. Montó sus lentes en marcos oblongos de oro, plata o cobre que el mismo había extraído de los minerales, entre fogatas, humos y extraños olores.

Analizó las fibras musculares de una ballena y las escamas de su propia piel en la carnicería consiguió ojos de buey y se quedó maravillado de la estructura del cristalino. Pasó horas enteras observando la lana de ovejas y los pelos de castor y liebre, cuyos finos filamentos se transformaban, bajo su pedacito de cristal, en gruesos troncos. Con sumo cuidado disecó la cabeza de una mosca, ensartando la masa encefálica en la finísima aguja de su microscopio. Al mirarla, se quedó asombrado. Examinó cortes transversales de madera de doce especies diferentes de árboles, y observó el interior de semillas de plantas.

«¡Imposible!», exclamó, cuando, por vez primera, contempló la increíble perfección de la boca chupadora de una pulga y las patas de un piojo; durante meses enteros dejaba clavadas muestras en la aguja de su extraño microscopio, y para poder observar otras cosas se vio precisado a fabricar cientos de microscopios. Así podía volver a examinar los primeros especímenes y confrontar cuidadosamente el resultado de las nuevas observaciones.

En Delft, había un hombre que no se reía de Antonio van Leeuwenhoek: era Regnier de Graaf, a quien la Real Sociedad nombrara miembro correspondiente por haberla informado sobre sus estudios del ovario humano. Leeuwenhoek permitió a Graaf que mirase por aquellos diminutos lentes, únicos en toda Europa. Después de mirar por ellas, Graaf se sintió avergonzado de su propia fama y se apresuró a escribir a sus colegas de la Real Sociedad:

“Hagan ustedes que Antonio van Leeuwenhoek les escriba sobre sus descubrimientos.”

Leeuwenhoek contestó al ruego de la Real Sociedad. Fue una misiva larga, escrita en holandés vulgar, con digresiones sobre cuanto existe bajo las estrellas. La carta iba encabezada así: «Exposición de algunas de las observaciones, hechas con un microscopio ideado por Míster Leeuwenhoek, referente a las materias que se encuentran en la piel, en la carne, etc.; al aguijón de una abeja, etc.» La Real Sociedad estaba absorta. Al dar las gracias a Leeuwenhoek, el Secretario de la Real Sociedad le dijo que esperaba que esa su primera comunicación fuera seguida de otras. Por cientos de ellas en el transcurso de cincuenta años.

«Debe haber unos pinchitos en las partículas de la pimienta, que son los que pican la lengua al comerla...» Pero, ¿existían dichos pinchitos?

Empezó a trajinar con pimienta seca; estornudaba, sudaba, sin conseguir granitos de pimienta lo suficientemente pequeños para poder examinarlos en el microscopio, finalmente, remojó la pimienta durante varias semanas, al cabo de las cuales, con agujas muy finas, aisló una pizca de pimienta casi invisible y la introdujo con una gota de agua en uno de los tubos capilares, y entonces miró...

Observó algo capaz de trastornar la cabeza al hombre más cuerdo. Se olvidó de los posibles pinchitos de la pimienta. «Un increíble número de animalillos de varias clases, que se movían fácil y desordenadamente de un lado a otro»

Así fue como Leeuwenhoek se tropezó con un magnífico medio de cultivo para criar a sus nuevos y diminutos animalillos.

Había llegado el momento de informar de todo esto a los grandes señores de Londres. Les contó cómo un millón de estos animalillos cabrían en un grano de arena, y cómo una sola gota de su agua de pimienta, en la que tan bien se desarrollaban, contenía más de dos millones setecientos mil animalillos. La precisión de Leeuwenhoek les constaba: todo lo que hasta ahora les había dado a conocer fue comprobado. La contestación consistió en una carta dirigida al conserje científico, rogándole detallara la manera en que había construido su microscopio, y les explicara su método de observación.

Y así fue como contestó, en una extensa carta, asegurando que no exageraba; explicaba sus cálculos (los modernos cazadores de microbios, con todos sus aparatos, se muestran sólo ligeramente más exactos), incluyendo una serie de cómputos, sumas, multiplicaciones y divisiones, y terminaba diciendo que muchos ciudadanos de Delft habían visto, con auxilio de sus lentes, aquellos extraños y novedosos de animalitos, y que lo habían felicitado por ello, que les enviaría certificados de prominentes ciudadanos de Delft: dos eclesiásticos, un notario público y otras ocho personas fidedignas, pero que de ninguna manera les diría el modo en que había fabricado sus microscopios. Así que la Real Sociedad encargó a Robert Hooke y a Nehemiah Grew la construcción de los mejores microscopios de que fueran capaces, y también la preparación de agua de pimienta de la mejor calidad. El 15 de noviembre de 1677 llegó Hooke a la reunión, presa de gran excitación, pues Leeuwenhoek no había mentido. ¡Allí estaban aquellos increíbles bichos!

Poco más tarde, la Real Sociedad lo nombró miembro y le envió un elegante diploma de socio, en una caja de plata cuya tapa ostentaba grabado el emblema de la Sociedad. Leeuwenhoek respondió

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