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Enviado por   •  21 de Noviembre de 2011  •  2.417 Palabras (10 Páginas)  •  487 Visitas

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La vida de Yasmina, una hermosa mujer doctora que ha vivido bajo el mundo del islam en el Egipto del siglo XX es develada a través de estas páginas en las que su autora, logra llenar nuestra mente de las imágenes de un mundo que parece extraño a nuestros ojos occidentales, y que está firmemente marcado por el conocimiento cercano del mundo musulmán. Por las páginasa de esta brillante novela, caminan Ibrahim, un hombre recio, de carácter fuerte que ha intentado con la tradición, mantener unida su familia, Umma Amira, la madonna que lleva el peso de la familia a cuestas, y Tahia, Camelia, Dahiba,con toda la ola de mujeres que sufren en silencio en una escala de valores que nos parece incomprensible en este siglo XXI, y Zacarias,Omar, y el malvado Hassan como telón de fondo que pervierte con sus relaciones contra natura al hermano de Alice, Edward, y lo seduce hasta que termina en relaciones fuera de la ley. Las Vírgenes del paraíso es la calle de la casa señorial, que parece inamovible a pesar del presente Nasser y en el cambio de generaciones. Yasmina, la figura principal de la novela, escapa de este destino que parece escrito para ella desde la majestuosidad de las estrellas y que la fiel astróloga Quetta desentraña como el misterio que explica los azares de la vida de quienes participan en esta historia. Barba Wood, con su soberbio estilo, logra llenar con este libro, el vacío que el desconocimiento de la vida islámica presupone para los occidentales, y nos lleva a conocer la magia de Egipto que trasciende hasta nuestros días.

A continuación un pequeño resumen de los capítulos q más impacto me causaron.

Capítulo 1

— ¡Mira, princesa, allá en el cielo! ¿Ves el caballo alado galopando por el firmamento?

La chiquilla escudriñó el cielo nocturno, pero sólo vio el gran océano de las estrellas. Sacudió la cabeza y recibió un cariñoso abrazo. Mientras contemplaba el cielo, tratando de ver el caballo alado entre las estrellas, oyó en la distancia un rumor semejante a un trueno.

De pronto, se oyó un grito y la mujer que la abrazaba exclamó:

— ¡Que Alá se apiade de nosotros!

Inmediatamente, unas negras sombras descendieron de la oscuridad; eran unos gigantescos caballos montados por jinetes vestidos de negro. Creyendo que habían bajado del cielo, la niña trató de distinguir sus grandes alas cubiertas de plumas.

Después, mujeres y niños corrieron a esconderse mientras las espadas brillaban bajo la luz de las hogueras del campamento y los gritos se elevaban hacia las frías e impasibles estrellas.

La niña se aferró a la mujer detrás de un enorme baúl.

—No te muevas, princesa —dijo la mujer—. No hagas ruido.

Miedo. Terror. Y después... La niña fue arrancada violentamente de los brazos

Protectores y lanzó un grito.

Amira se despertó. La habitación estaba a oscuras, pero ella vio que la luna primaveral había extendido su manto plateado sobre la cama. Se incorporó, encendió la lámpara de la mesita de noche y, cuando la luz se derramó consoladoramente por todos los rincones de la estancia, se comprimió una mano contra el pecho como si con ello pudiera calmar los fuertes latidos de su corazón mientras pensaba: «Ya empiezan otra vez los sueños».

Amira no se había despertado descansada porque las inquietantes pesadillas turbaban su sueño... Tal vez fueran recuerdos, aunque ella no sabía muy bien si eran acontecimientos reales o imaginarios. Sin embargo, cuando volvían los sueños, como había ocurrido en aquellos momentos, sabía que la perseguirían a lo largo de todo el día, obligándola a vivir el pasado en el presente, en caso de que fueran efectivamente recuerdos del pasado, como si se desarrollaran simultáneamente dos vidas, una de ellas perteneciente a una chiquilla asustada y la otra a la mujer que trataba de comprender racionalmente un mundo imprevisible.

Capítulo 2

Cuando rompió la pálida aurora, Ibrahim abrió los ojos y vio el sol envuelto por la bruma cual una mujer cubierta por un velo. Sin moverse, trató de recordar dónde estaba; le dolía todo el cuerpo, le latía la cabeza y experimentaba una sed espantosa. Al intentar incorporarse, descubrió que se encontraba en el interior de su automóvil y que éste se hallaba inclinado en ángulo en medio de un bosque de altas y verdes cañas de azúcar.

¿Qué había ocurrido? ¿Cómo había terminado allí? ¿Y dónde estaba exactamente?

Súbitamente lo recordó: la llamada al casino, su apresurado regreso a casa donde había encontrado a su esposa muerta, su desesperada carrera a través de la noche, la pérdida de control del vehículo y...

Ibrahim lanzó un gemido. Alá, pensó. He maldecido a Alá.

Empujó la portezuela y estuvo a punto de caer sobre la mojada tierra. No podía recordar nada de lo ocurrido tras haber pronunciado aquellas encolerizadas palabras contra Alá. Se habría sentado en el asiento frontal y allí se habría quedado dormido. El champán, demasiado champán...

Y ahora estaba mareado y tan sediento que se hubiera podido beber toda el agua del Nilo.

Mientras se apoyaba en el automóvil y vomitaba, observó consternado que aún llevaba el esmoquin y la blanca bufanda de seda alrededor del cuello, como si acabara de salir del casino para aspirar una bocanada de aire fresco. Había deshonrado a su difunta esposa, a su madre y a su padre.

Cuando la bruma matinal empezó a desvanecerse lentamente, Ibrahim tuvo la sensación de que el inmenso cielo azul se abría en lo alto y su padre, el poderoso Alí Rashid, le contemplaba frunciendo las pobladas cejas con expresión de reproche. Ibrahim sabía que su padre había tomado bebidas alcohólicas algunas veces, aunque Alí jamás hubiera sido tan débil como para vomitar después. A lo largo de sus veintiocho años, Ibrahim habría tratado de complacer a su padre y de cumplir las altas esperanzas que éste había depositado en él.

Capítulo 3

— ¿Qué te ocurre, Amira? —preguntó Maryam mientras su amiga arrancaba hojas de romero y las guardaba en un cesto.

Amira enderezó la espalda y se quitó el velo de la cabeza, dejando al descubierto la sedosa negrura de su cabello bajo el sol. Aunque estaba en el huerto recogiendo hierbas, iba vestida para recibir a sus invitados y lucía una costosa blusa de seda y una falda negra, por respeto no sólo a su difunto marido muerto poco antes de que estallara la guerra sino también a su nuera recientemente fallecida. Pero, como siempre, iba a la última moda, pues sus modistas importaban los patrones de Londres y París. Y, como de costumbre, había dedicado algún tiempo a maquillarse... cejas depiladas y pintadas con alcohol a la usanza egipcia para resaltar los ojos, y carmín de labios rojo oscuro. Llevaba,

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