Gestacion Humana
Enviado por amaury301298 • 11 de Marzo de 2012 • 2.071 Palabras (9 Páginas) • 1.563 Visitas
El proceso de gestación humana es tan antiguo se inició, pero sí podemos presumir cómo transcurría: como algo natural. La mujer gestaba indiferente y paría de manera solitaria. Seguramente esa hembra primitiva a la hora del parto se alejaba de los suyos para aislarse y dar a luz sin nadie al lado, sola, en las orillas de los ríos o de las lagunas o, según las circunstancias, en la soledad del bosque o en la oscuridad de la caverna, padeciendo los dolores sin gritar pues –como dice el historiador Richard A. Leonard– las fieras merodeaban muchas veces a su alrededor.
Más avanzada la historia de la humanidad, es probable que cuando el parto se hacía difícil, la parturienta suplicara ayuda. Entonces alguna otra mujer acudiría a prestarla, en la forma más elemental: sirviéndole de acompañante, asistiéndola. Es de suponer también que en un momento dado alguna de esas asistentas abandonara su actitud pasiva y se atreviera a intervenir para ayudar de verdad, transformándose de esa manera en partera, personaje que iría a perdurar durante muchos siglos. En el papiro de Ebers, documento escrito que tiene una antigüedad cercana a los cuatro mil años, se registra que la atención de los partos estaba a cargo de mujeres expertas. Igual ocurría entre los antiguos griegos y romanos, y entre los hebreos, según lo relata la Tóra.
Llegada la era cristiana, algunos médicos se muestran versados en dificultades obstétricas. El primer comadrón o partero de verdad fue Pablo de Egina (652-690 d. C.), quien ejerció en Egipto y Asia Menor, llegando a constituirse en un oráculo en cuestiones relacionadas con la reproducción humana.
No obstante, fue solo hasta 1650 cuando oficialmente se delegó en el médico la atención del parto. Ésta, si puede llamarse conquista médica, ocurrió en el Hospital Dieu, de París. El partero entonces se transforma en protector u obstetra, aceptando que esta palabra significa “estar delante” (del latín ob delante y stare permanecer), es decir, el que permanece delante para proteger. Sin embargo, hubieron de transcurrir dos siglos más para que los obstetras se preocuparan por aliviar los dolores del parto, de ordinario intensos y prolongados. Seguramente consideraban que el dolor era un designio divino, consagrado en las sagradas escrituras: “Parirás tus hijos con dolor” (Génesis, capítulo tercero, versículo 16).
Promediando el siglo XIX, más exactamente, en 1847, un ginecólogo y obstetra de Edimburgo, James Young Simpson, utiliza por primera vez el éter en obstetricia y luego el cloroformo. En mi concepto, este hecho se constituye en algo revolucionario, como que contraría el paradigma bíblico: la ciencia terrenal se opone a los designios metafísicos, teologales. Es entonces cuando la mulier sapiens, en el momento supremo de la reproducción, se distancia de las demás especies animales, con el lunar de que esa humanización del parto se mantuvo con carácter elitista durante muchos años. Dado que el 7 de abril de 1853 la reina Victoria de Inglaterra dio a luz al príncipe Leopoldo bajo los efectos del cloroformo, esa modalidad de parto se llamó “a la reina”. Por supuesto que contadas eran las mujeres que en el mundo podían darse el lujo de parir como aquélla. Las demás seguían reproduciéndose a la manera bíblica, con estoicismo, aliviadas a veces a punta de bebidas embriagantes. Sólo se utilizaba el cloroformo cuando en el ambiente hospitalario había que practicar una de las grandes intervenciones obstétricas: versión interna, embriotomía, fórceps o cesárea.
Bien avanzado el siglo XX ocurre otro hecho trascendente en el campo obstétrico: en 1933 aparece en Londres el libro Nacimiento sin temor. Principios y práctica del parto natural, escrito por Grantly Dick Read, obra que se publicaría más tarde en español con el título deParto sin dolor, quizás porque el autor sostenía que “el dolor es el enemigo del parto, pero no su acompañante natural”. Con su libro Read pone en circulación una nueva concepción de los fenómenos dolorosos del parto, lo que lleva a poner en práctica una nueva cultura para el nacimiento, que es su verdadero mérito. En alguna ocasión yo cuestioné la afirmación de Read de que el dolor no fuera el acompañante natural del parto; la califiqué como un sofisma, por cuanto a la luz de la fisiología y de la realidad práctica el dolor es, sin duda, su acompañante natural y también su mayor enemigo. De ahí que todos los obstetras, cumpliendo uno de los objetivos elementales de la profesión médica, buscáramos la manera de aliviarlo o suprimirlo, utilizando agentes analgésicos (como los derivados de la morfina), amnésicos (como la escopolamina) y relajantes (como la prometazina y las benzo-diacepinas). A partir de 1942, que fue cuando los norteamericanos Hingson y Edwars introdujeron la “analgesia caudal contínua”, y más tarde una modalidad suya, la anestesia “en silla de montar”, se comenzó a humanizar de verdad el proceso del parto, que tuvo su momento culminante cuando advino la anestesia peridural, o epidural lumbar.
En las décadas de los cincuentas y los sesentas la discusión de si el parto dolía o no dividió en dos bandos a los obstetras de todo el mundo. Los corifeos de Read quisieron hacerles creer a las parturientas que el dolor que ellas sentían no era tal, sino que era una fantasía heredada, un lastre venido de la tradición.
Se decía que como el parto era un fenómeno natural, fisiológico, tenía que ser indoloro. Por eso no eran necesarios analgésicos ni anestésicos. Para apoyar su innovadora tesis, Read decía: “La superstición, la civilización y la cultura han influido en las mujeres en el sentido de introducir en sus mentes temores y angustias justificables respecto al parto”. Y más adelante: “El Temor, la Tensión y el Dolor son tres malestares que se oponen al orden natural, que han sido introducidos en la vida de la civilización por la ignorancia de quienes han tenido en sus manos lo concerniente a los preparativos para el parto, y al parto mismo”.
Hasta donde he indagado, los primeros ensayos que se hicieron entre nosotros para aminorar las molestias del parto por medios psicofísicos se llevaron a cabo en 1937 en la Clínica de Maternidad Calvo, institución privada de Bogotá, situada en la carrera 13 entre calles 22 y 23. Allí se prodigaba la atención del parto en una sala pequeña, iluminada débilmente con una luz azulada, y tanto el obstetra como la enfermera procuraban
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