INVESTIGACIÓN CON BASE EN EL GENOMA HUMANO
Enviado por Fernanda Albino • 10 de Noviembre de 2015 • Informe • 1.926 Palabras (8 Páginas) • 109 Visitas
INVESTIGACIÓN CON BASE EN EL GENOMA HUMANO
Los chicos buscan chicas; los espermatozoides corren al encuentro del óvulo. Ésta era la rutinaria historia de la reproducción humana, hasta que el profesor Robert Edwards, fisiólogo de la Universidad de Cambridge, en Inglaterra, materializó el milagro de la concepción en una probeta. En noviembre de 1977, el equipo de Edwards consiguió que un óvulo extraído de Lesley, una mujer de Bristol con una lesión en las trompas de Falopio que le impedía ser mamá, fuera fecundado en un pocillo –un recipiente de vidrio usado en el laboratorio– por un espermatozoide facilitado por su esposo John Brown.
El día 10 de aquel mes, el embrión resultante fue transferido al útero de Lesley. Tras un embarazo sin complicaciones, el 25 de julio nació en el Hospital General de Oldham la pequeña Louise. El primer bebé probeta de la historia había venido al mundo. El profesor Edwards sabía que el alumbramiento constituía un hito en la historia de la medicina, pero jamás imaginó que había abierto las puertas a una impredecible era de la reproducción humana. Desde Louise, más de un millón de bebés probeta ha nacido en todo el mundo; 80.000 de ellos en nuestro país. Recordemos que el primer bebé probeta español, Victoria Ana, fue concebido mediante fecundación in vitro (FIV) en la Clínica Dexeus de Barcelona, hace 19 años.
Hoy por hoy, la mayoría de hombres y mujeres con problemas de fertilidad tiene una alta posibilidad de ser papás gracias al elenco de técnicas de reproducción asistida que ha emergido en los últimos 30 años y que permite solventar situaciones de esterilidad antes inimaginables. Sin ir más lejos, los científicos han aprendido a congelar ovocitos –óvulos inmaduros– y tejido ovárico procedentes de mujeres con alto riesgo de sufrir una menopausia precoz, de aquellas que pueden quedar infértiles debido a un tratamiento médico, como la quimioterapia; o de las que simplemente desean postergar la maternidad. Este material criopreservado ya se ha empleado para cosechar más de un centenar de embarazos en todo el mundo, cinco de ellos en España.
Y en ciertas esterilidades masculinas, los especialistas pueden recuperar espermátidas –células precursoras de los espermatozoides– de los testículos de hombres estériles y microinyectarlas en el interior de un óvulo. Pero los avances científicos en el campo de la reproducción asistida también están originando situaciones insólitas que plantean serios dilemas bioéticos y legales, y desatan sentimientos de indignación y rechazo por parte de ciertos sectores de la sociedad. Por ejemplo, el pasado mes de julio una pareja de lesbianas del Reino Unido se convirtió en la primera en engendrar un bebé con semen adquirido por Internet y, por las mismas fechas, la prensa se hizo eco del nacimiento en la Fertility Clinic de Gante, en Bélgica, de un niño cuyo sexo había sido elegido por deseo expreso de los padres –la elección de sexo en España y otros países europeos sólo está autorizada por motivos médicos–.
Alquiler de úteros
El alquiler de úteros, el cribado de embriones mediante tests genéticos, el embarazo artificial de mujeres menopáusicas y mayores de 60 años, la clonación de embriones, la misma congelación de óvulos, los llamados embarazos post mortem de viudas con semen congelado de su compañero y la concepción de bebés para salvar la vida de un hermano constituyen actos que son observados por la sociedad en general y por la comunidad científica en particular con más preocupación que admiración. Sin duda alguna, los progresos continuos en las técnicas de reproducción asistida (TRA) han sido acogidos por la población como avances encomiables para ayudar a ese 15 por 100 de parejas que tiene algún problema para concebir hijos. Pero, como se ha mencionado, una parte de la sociedad mira con recelo este tipo de tratamientos, quizás por el fantasma del abuso de una técnica nueva; o tal vez por ideas religiosas que chocan frontalmente con el manejo de un material biológico como es el embrión o con un hecho tan sacralizado como es la reproducción dentro de la institución matrimonial. Sin miedo a equívocos, éstos y otros hechos han influido notoriamente en los legisladores y comités científicos a la hora de encauzar y poner cotas a la reproducción artificial. La legislación en esta materia resulta dispar en distintos países, lo que está propiciando una situación que empieza a ser conocida como turismo reproductor. En ocasiones, la normativa hace aguas en algunos apartados y deja las puertas abiertas a prácticas polémicas; y muchos expertos se quejan de que las leyes andan a la zaga de los avances enmedicina reproductiva. Ciertas propuestas no ayudan a despejar el panorama: el anuncio por parte de una secta del engendramiento de niños por clonación, técnica cuya inocuidad para el futuro bebé no está constatada, ha provocado reacciones de repudia; y la reciente creación experimental de un embrión hermafrodita a partir de células masculinas y femeninas a manos del profesor Norbert Gleicher, de la Fundación de Medicina Reproductiva de Chicago, en EE UU, ha sido criticada con ferocidad por muchos científicos del área reproductiva.
Por otro lado, voces disonantes advierten de que algunas de las técnicas de inseminación artificial en uso, como la denominada inyección intracitoplásmica de espermatozoides (ISCI), el empleo de ovocitos criopreservados, la transferencia de embriones congelados y la reciente aparecida maduración in vitro de ovocitos (IVM), no han sido evaluadas lo suficiente. Ciertos estudios controvertidos apuntan que estos procedimientos podrían acarrear alteraciones cromosómicas en los embriones. Tampoco hay que olvidar que la estimulación ovárica practicada para optimizar la fertilidad no resulta inocua: aumenta el riesgo de gestar mellizos o trillizos y, por ende, el de alumbramientos de niños prematuros. Además, las propias TRA generan un sobrante de embriones que acaba siendo criopreservado durante un tiempo límite de entre 1 y 8 años, según el país. En el nuestro, la Ley de Reproducción Humana Asistida de 1988 establecía un periodo máximo de cinco años, pero no especificaba el destino
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