La Rueda De La Vida
Enviado por iatm8910 • 17 de Enero de 2015 • 736 Palabras (3 Páginas) • 289 Visitas
Después de cuatro años de criar trillizas en un estrecho apartamento de Zúrich en el que no
había espacio ni intimidad, mis padres alquilaron una simpática casa de campo de tres plantas en
Meilen, pueblo suizo tradicional a la orilla del lago y a media hora de Zúrich en tren. Estaba pintada
de verde, lo cual nos impulsó a llamarla "la Casa Verde".
Nuestra nueva vivienda se erguía en una verde colina y desde ella se veía el pueblo. Tenía
todo el sabor del tiempo pasado y un pequeño patio cubierto de hierba donde podíamos correr y
jugar. Disponíamos de un huerto que nos proporcionaba hortalizas frescas cultivadas por nosotros
mismos. Yo rebosaba de energía y al instante me enamoré de la vida al aire libre, como buena hija
de mi padre. Me encantaba aspirar el aire fresco matutino y tener lugares para explorar. A veces me
pasaba todo el día vagabundeando por los prados y bosques y persiguiendo pájaros y animales.8
Tengo dos recuerdos muy tempranos de esta época, ambos muy importantes porque
contribuyeron a formar a la persona que llegaría a ser.
El primero es mi descubrimiento de un libro ilustrado sobre la vida en una aldea africana, que
despertó mi curiosidad por las diferentes culturas del mundo, una curiosidad que me acompañaría
toda la vida. De inmediato me fascinaron los niños de piel morena de las fotos. Con el fin de
entenderlos mejor me inventé un mundo de ficción en el que podía hacer exploraciones, e incluso un
lenguaje secreto que sólo compartía con mis hermanas. No paré de importunar a mis padres
pidiéndoles una muñeca con la cara negra, cosa imposible de encontrar en Suiza. Incluso renuncié a
mi colección de muñecas mientras no tuviera algunas con la cara negra.
Un día me enteré de que en el zoológico de Zúrich se había inaugurado una exposición africana
y decidí ir a verla con mis propios ojos. Cogí el tren, algo que había hecho en muchas ocasiones con
mis padres, y no tuve ninguna dificultad para encontrar el zoo. Allí presencié la actuación de los
tambores africanos, que tocaban unos ritmos de lo más hermosos y exóticos. Mientras tanto, toda la
ciudad de Meiden se había echado a la calle buscando a la traviesa fugitiva Kübler. Nada sabía yo de
la inquietud que había creado cuando esa noche entré en mi casa. Pero recibí el conveniente
castigo.
Por esa época, recuerdo también haber asistido a una carrera de caballos con mi padre. Como
era tan pequeña, me hizo ponerme delante de los adultos para que tuviera una mejor vista. Estuve
toda la tarde sentada en la húmeda hierba de primavera. Pese a que sentía un poco de frío, continúe
allí instalada para disfrutar de la cercanía de esos hermosos caballos.
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