Las Teorías Del Cambio Social
Enviado por rpplec • 16 de Noviembre de 2013 • 4.373 Palabras (18 Páginas) • 315 Visitas
Tres paradigmas del pensamiento social y político
Philippe Nemo (1949)
Lo que, en el campo de las ideas políticas en Occidente, caracteriza a los Tiempos modernos y contemporáneos es la aparición de la filosofía política y de las teorías constitucionalistas que fundan el Estado democrático y liberal. Verdad es que, en cierto sentido […], casi todas las ideas básicas de este ‘Estado de derecho’ ya las habían formulado los pensadores antiguos y medievales. ¿Por qué entonces este Estado y la sociedad que él hace posible no se despliegan verdaderamente más que en los Tiempos modernos y contemporáneos? Creemos que se debe a que estos cinco siglos suponen un auténtico progreso intelectual con respecto a la antigüedad.
En efecto, los pensadores de estos siglos han construido un modelo nuevo de orden social que podemos calificar como modelo o paradigma de ‘orden basado en el pluralismo’. A través de las pruebas que han representado las guerras de religión, las revoluciones y las luchas sociales que marcan la historia europea de este periodo, fueron tomando conciencia de que la libertad individual y el pluralismo que es su colofón no constituían un factor de estallido social ni de desorden, sino una forma superior de organizar las relaciones entre los hombres. Ésta es la clave intelectual que les permitió describir y preconizar las instituciones del Estado de derecho cuyo rasgo específico es precisamente hacer posible administrar un orden pluralista: el Derecho abstracto y universal, los ‘derechos humanos’, el mercado, la democracia, las instituciones académicas libres, la prensa libre… Después, gracias a un proceso de auto-refuerzo irresistible, la superioridad que estas instituciones confirieron a las sociedades occidentales sobre todas las demás formas conocidas de organización social aseguró la perennidad del modelo democrático y liberal. Pues, en efecto, éste triunfó sucesivamente sobre las espantosas regresiones que fueron los fascismos y los comunismos del siglo XX, tipos de regímenes que llevaron hasta sus últimas consecuencias las tesis de las otras dos familias de doctrinas forjadas en los Tiempos contemporáneos a partir de otros dos modelos más antiguos de orden, la izquierda y la derecha.
Pensamos que es posible estructurar la historia de las ideas políticas en los Tiempos modernos y contemporáneos según dicha problemática.
I - LOS TRES PARADIGMAS DEL ORDEN SOCIAL
l) La noción de ‘paradigma’
Primero tenemos que precisar qué entendemos aquí por ‘modelo’ o ‘paradigma’ del pensamiento social y político.
Hablando en términos generales, un paradigma es un modelo subyacente a un pensamiento, cuya estructura determina, haciendo así que se plantee ciertos asuntos y no otros y que ‘organice lo dado’ según cierto marco. Por convención, hablaremos de ‘paradigma’, y no de ‘modelo’, cuando el sujeto no tiene plenamente en cuenta ese marco, de manera que éste gobierna su pensamiento sin que él se percate de ello.
Un ‘paradigma del pensamiento social y político’ es pues un marco dentro del cual se piensan los problemas de la sociedad y del Estado. Cada paradigma consiste en percibir de una cierta manera el orden o el desorden social, es decir, lo que determina respectivamente la prosperidad, la paz y la felicidad de la comunidad o, en caso contrario, lo que provoca en ella disturbios, ineficacia y fracasos. Esta concepción del orden determinará toda una escala de valores en materia política, social y económica conforme a la cual se establecerán las preferencias, las posiciones y los programas.
Podemos considerar que las grandes ‘familias políticas’, las que se perpetúan a través de décadas y siglos, sobreviviendo a la espuma de los acontecimientos y a la inconstancia de las alianzas tácticas, deben su unidad profunda al hecho de que todos sus miembros piensan la sociedad y el Estado a través del mismo paradigma fundador, es decir, a través de un determinado modelo de orden. Y que las grandes desavenencias políticas se deben esencialmente a esta diferencia irreductible de visiones del orden social.
En efecto, dichas desavenencias se caracterizan por que no hay modo de apaciguarlas mediante la discusión y la polémica. Así, por ejemplo, dos o tres siglos de contactos y de discusiones no han apagado en absoluto las querellas entre la ‘derecha’ y la ‘izquierda’. Ahora bien, estas querellas probablemente se habrían allanado con el tiempo si el marco de pensamiento hubiera sido común: en este caso, las discusiones habrían consistido simplemente en verificar puntos concretos en litigio. Como en una negociación comercial en la que los socios ‘ven’ por definición la situación según las mismas categorías y en la que el problema estriba únicamente en acercar los intereses, no hay duda de que los partidos habrían avanzado hacia un entendimiento. Ahora bien, las polémicas políticas son manifiestamente de otro tipo. Lejos de apaciguarse a medida que se discute, se diría que se agravan con la discusión; y en cada generación se renuevan con el mismo denuedo. Esto cabe explicarlo del modo siguiente. Lo propio de una discusión es llevar a cada uno a enunciar los principios que orientan su reflexión y su acción: para justificar la posición que uno adopta ante tal o cual problema concreto, presentamos esa postura como la simple aplicación a ese problema de cierto principio general, que se nos invita a hacer explícito. Contamos con que el otro se rendirá ante ese argumento y cambiará su postura puesto que, espontáneamente, uno ni siquiera se imagina que pueda rechazar ese principio (por ejemplo, el hecho de que la justicia consiste en dar lo suyo a cada cual o, más bien, en el justo reparto de los frutos del crecimiento; el hecho de que la democracia consiste en el pluralismo o, más bien, en la ley de la mayoría; el carácter legítimo o, por el contrario, condenable del beneficio; el hecho de que la unidad y la fuerza de la nación priman, o no priman, sobre los intereses de las regiones, etc.). Pero sucede que el auténtico adversario político, lejos de ser convencido por el argumento, en general está incluso menos dispuesto a aceptar el principio opuesto que la posición concreta que ese principio supuestamente justificaba. En consecuencia, el hecho de haber explicitado el principio disminuye el consenso en lugar de aumentarlo; descubrimos que el interlocutor es decididamente un adversario. La discusión política, incluso (y sobre todo) si es de buena fe, tiende a poner al desnudo el suelo de principios y de valores sobre el que cada cual se apoya y sobre el que funda sus opiniones, a poner de manifiesto la discrepancia irreductible de los paradigmas. Tal es la naturaleza de
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