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Quimica Metales No Metales Etc


Enviado por   •  22 de Septiembre de 2014  •  13.051 Palabras (53 Páginas)  •  190 Visitas

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Antología de cuentos de terror

Presentacion

Como trabajo encargado en el segundo bimestre de terceraño de secundaria le presento esta antología de cuentos de terror en la cual como se menciono antes puede encontrar diferentes textos con variadas situación dentro de este genero, las cuales una parte están basadas en hechos reales

La elaboración de esta antología es el resultado de un a búsqueda de cuentos del genero terrorífico con el único propósito que es hacer más largas las noches del miedo que provocaran los siguientes textos.

Prologo

Solo tengo dos cosas que decir acerca de esta analogía.

Primero fue un trabajo hecho con el único propósito de asustar, atormentar y si es posible traumar alguna persona con estos cuentos seleccionados por mi.

Segundo recalcar el trabajo que me costo realizarla y lo interesante que esta es encontaras cuentos que comienzen en lo tierno y terminen en lo espeluznante, para disfrutarla aun más es sumamente importante leer cada párrafo del los textos sin perder detalle algún para lograr envolverse en las historias y ser parte de ella.

Mi más grande deseo que una historia aunque sea una sola dificulte que concilies el sueño esta noche o que no dejes de recordarla durante el dia.

Espero que la disfrutes. 

Índice

El peso del monstruo

La cabellera

La madera

Los muñecos

El tren nocturno

En hallowen

Cuando cierras los ojos

El conejo de pascua

Las dos niñas

Las pulseras

Lo que asecha en tu habitación

La estatua del angel

El árbol rosado

No cortes tus uñas de noche

Un regalo dejara

Pesadillas

El roto que engaño al diablo

Todos hemos tenido pesadillas ¿verdad amigo?

Kate Krabbs

La huérfana

Toda una pesadilla pero real

Angel guardian

Lisa Smith

El peso del monstruo

El cielo ya se había oscurecido y llovía copiosamente. El agua se deslizaba por la pared de vidrio del consultorio; la pared cristalina separaba un patio interior donde algunas plantas temblaban bajo la lluvia.

Dentro del consultorio estaba Ortiz y su paciente. El paciente estaba recostado en un diván de esos que usan los psicólogos; Ortiz tomaba notas tras su escritorio escribiendo en una libreta. Se sacó los lentes, dejó la libreta en el escritorio y le dijo al paciente:

- Le aseguro que lo suyo es solo una perturbación del sueño -afirmó nuevamente Ortiz-. Usted se despierta cuando aún está paralizado, como ya le expliqué, y por eso no puede moverse por un instante. No es que haya algo sentado sobre su pecho, nada de eso.

- Sí, sí, pero, ¿y si lo mío es algo diferente? No solo siento que no puedo moverme, también siento las patas de lo que me aplasta con su peso. Nunca me atreví a abrir los ojos, pero siento que esa cosa aproxima su cara a la mía. No oigo que respire, pero está ahí, a centímetros de mi rostro, seguramente sonriendo asquerosamente, y…

- No siga -lo interrumpió Ortiz-. Todo eso que se imagina solo contribuye a su confusión. Tiene que creer en mí, de otra forma las sesiones no servirán, ¿entiende?

- Comprendo, doctor, pero, ¿cómo usted puede estar tan seguro si no está ahí cuando duermo, cuando esa cosa aparece?

- Bueno, confío en lo que me han enseñado y en mi experiencia. Sabe, me ha dado una idea. Usted es el último paciente. Hoy pensaba quedarme algunas horas aquí leyendo un libro que publicó un amigo. Quédese y duerma un rato, yo lo vigilo. No le voy a cobrar nada extra, claro. ¿Qué le parece?

- No sé si podré dormir aquí… mas me parece buena idea. Si aparece algo usted tendría que verlo, ¿no?

- Si hubiera algo, sí, pero no lo hay. Cierre los ojos y trate de dormir.

Ortiz comenzó a leer el libro. Fuera seguía lloviendo monótonamente, y el agua se deslizaba sin cesar por el vidrio. El ruido de la lluvia era un susurro que invitaba a dormir, y contra lo que el paciente suponía, se rindió ante un sueño que lo dominó rápidamente.

Ortiz lo vigilaba cada tanto mirando por encima de sus lentes. El libro resultó ser bastante aburrido. Se acomodó mejor en el sillón e hizo un esfuerzo por mantenerse concentrado.

De pronto le pareció que el texto no tenía sentido. Cuando miró hacia el paciente, había un monstruo peludo sobre su pecho. Tenía una apariencia simiesca, pero su cara era demoníaca, tenía dos cuernos retorcidos y el rostro oscuro. El monstruo volteó hacia Ortiz y sonrió repulsivamente.

El psicólogo nunca había sentido tanto terror en su vida, era como una descarga de locura, del miedo más puro. Pero como era un hombre fuerte de espíritu reaccionó ante aquel terror, tomó el libro y se lo arrojó al monstruo. Y en ese mismo instante se sacudió en el sillón como si hubiera caído en él, y al mirar hacia el paciente ya no había ningún monstruo; el libro que creía haber arrojado estaba sobre sus piernas. ¿Había sido solo una pesadilla? Nunca lo supo con certeza, siempre le quedó una duda, porque desde esa noche el paciente no volvió a experimentar aquella sensación horrible.

La cabellera

Iba a pie por un camino desolado que apenas podía distinguir debido a la oscuridad que dominaba esa noche. Forzando la vista lograba entrever los oscuros contornos de los árboles y arbustos que se agitaban en el costado del camino. El viento no dejaba de gemir sobre los árboles. Crujían y rechinaban ramas que se mecían en la oscuridad. Sobre el fondo completamente negro del cielo cruzaban nubes más claras y ligeras que parecían disolverse y formarse espontáneamente mientras las arrastraba con rapidez el viento.

En noches tan convulsionadas como esa es difícil distinguir el origen y la naturaleza de algunos sonidos. Me detuve y volteé. ¿Había sentido un sonido metálico seguido de un golpe? ¿Escuchaba ahora unos quejidos? El viento sopló más fuerte como queriendo despistarme.

Recordando lo antes percibido me imaginé alguien cayendo de su bicicleta. ¿Algún insensato se atrevería a pedalear en aquella oscuridad? De ser así debía poseer una vista más aguda que la mía.

Permanecí quito tratando de escuchar algo más.

Aquella silueta apareció de pronto, asustándome. Forcé la vista. Era, a juzgar por la cabellera, una mujer, y su voz me hizo estar seguro de eso:

- Buenas noches -saludó, sorprendiéndome nuevamente.

- Buenas -llegué a decir, mas reponiéndome un poco

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