Relato corto ENTIENDE QUE ME TENGO QUE IR
Enviado por Erick Seb Padilla Lupercio • 19 de Octubre de 2019 • Trabajo • 1.142 Palabras (5 Páginas) • 247 Visitas
ENTIENDE QUE ME TENGO QUE IR.
Un viejo escritor quiso hablar del amor en uno de sus libros, por tanto se propuso crear una historia que se relacione con su pasado y con todo lo que ha vivido. Se puso en marcha, tomó su máquina de escribir, unas viejas y mugrientas cartas y finalmente se sentó en su escritorio. El viejo pensaba que hablar sobre el tema era más fácil que redactar el verso para un poema.
Primero se puso a ordenar y clasificar aquellas hojas marcadas por el compás del tiempo, las mismas que reflejaban su aspecto cansado y senil. Al ver esos escritos su expresión cambio, al punto de que una lagrima llego a desvanecerse en sus arrugas cual gota de agua en el océano.
La razón de su tristeza radicaba en aquella carta seleccionada, la misma que era muy especial para él; debido a que detallaba una serie de sucesos que marcaron su vida de una forma en particular.
El documento iba dirigido para una mujer, que por respeto a su persona omitiré su nombre. Lo cierto es que su contenido reflejaba un sentimiento tan real y fuerte como nunca nadie antes lo había plasmado en un pedazo de papel.
La carta manifestaba lo siguiente:
Tal vez tú no leas esta carta, tal vez nunca llegue a besar de tu boca esas ansias, tal vez nunca podamos ver juntos el amanecer, tal vez no sea mío tu corazón o tal vez nunca toquemos nuestra piel con una sola voz. La verdad es que tengo la certeza de que lo que siento por ti no lo podrán describir unas simples palabras.
Nunca pensé que en el libro del destino se encontrara escrito nuestro encuentro, pero es que el corazón no sabe de razón. Tal vez al principio eras invisible para mí, pero quién diría que aquel día en ese lúgubre bar me iba a enamorar tan profundamente.
Mi impresión fue tan grande que aún recuerdo lo que llevabas puesto, pero sobre todo sigue latente en mi mente tu olor a channel, tus labios carmín, tus ojos avellana y tus pestañas tan rizadas que pedían a gritos que te mirara.
Me parecías la persona más bella del mundo; empezamos a hablar y comenzamos a entablar una gran amistad. Teníamos tanto en común que era impresionante la química que se dio entre los dos. Sin embargo, la hora de despedirnos se acercaba y tú tenías que llegar a casa. Claro que ese no fue el final, me diste tu número y entre indirectas comenzamos a hablar cada vez más de nosotros.
Siempre buscaba la manera de alegrarte tus días, pero sé que eso no fue suficiente porque tú en realidad solo me tomabas como un chiste. Cada acción que tenías hacia a mí me enamoraba más, pero el sentimiento no era reciproco.
Recuerdo un frio viernes de noviembre, en el que al fin me propuse dejar de esforzarme para que tú sea feliz. Deje de hablar contigo por un par de días, sin embargo continuaba preso en los recuerdos que tú y yo creamos y esa insulsa promesa de estar siempre iguales pase lo que pase.
No valía la pena llamarte, pero recaí en el éxtasis que provocaba el estar contigo, en el deseo de verte dormir a mi lado como aquella noche o la simple felicidad que me provocaba el estar contigo.
El tiempo pasó y los momentos contigo fueron cada vez más hermosos; luche contra viento y marea por continuar siempre a tu lado; sin embargo tú no decías nada y tu silencio aumentaba el dolor.
Fue marzo el mes que definió esta historia, ya que al fin me propuse decirte lo que sentía por ti y lo que causaste en mí. Te propuse encontrarnos en el lugar donde todo empezó y así fue, espero sepas recordarlo y tenerlo bien en cuenta.
...