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Antologia De Poemas


Enviado por   •  28 de Noviembre de 2012  •  16.391 Palabras (66 Páginas)  •  2.095 Visitas

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LA INDIA

Autor: Julio Sesto

(Fragmentos)

Público respetable, entre estas sombras

la india va a pasar por la pantalla

y va a hablar de su agónica tristeza,

ella, que siempre supo estar callada...

todo es hablar del indio y de su vida

y de proyectos, para mejorarla...

todo se vuelve leyes y decretos,

papeles y palabras...

todo es hablar del indio decadente

y de su pobre vida relegada,

pero, del sufrimiento de la india,

de la india infeliz, no dicen nada,

no hay quien se acuerde de ella en los papeles,

no hay quien se acuerde de ella en la pantalla,

porque no es una “estrella”, si lo ha sido,

lo fue en su tiempo... y hoy, está eclipsada.

Y ningún cuadro a relucir la expone,

y ningún, libro a relucir la saca,

la tienen ya por muerta y extinguida,

la tienen a desdenes alejada

como una cosa, humillada y sin encantos,

como una bestia de placer y carga.

Y, sin embargo... la india heroica vive

¡para vergüenza de la especie humana,

vive su vida de trabajo rudo,

su vida de pesares y de lágrimas,

sola, sin ilusiones, sin consuelos,

sin fe, sin esperanzas!

Llevamos de sufrir los ojos tristes

y la cabeza baja,

somos las pobres indias que servimos de moldes a la raza:

hoy nos desprecian y nos ven pasar

con una fría indiferencia ingrata,

olvidan que las indias que repudian

fuimos las madres de las hembras blancas,

(algunas de las cuales nos demuestran

tener clara la piel y oscura el alma)

Yo vine desde Aztlán, en aquel éxodo,

cargando al hijo tierno de mis ansias,

y me cansé de llegar, porque traía

a México, en el vientre y en la espalda,

con el hogar a cuestas y descalza,

siguiendo a los guerreros de las tribus

y al Dios que nos guiaba:

las pobres indias íbamos tras ellos

trotando lentas y en sudor bañadas,

y algunas veces, con hijo a cuestas

y otro hijo latiendo en las entrañas.

Así llegamos al soñado valle

en donde en el nopal, se posó el águila

y así fundamos Tenochtitlan,

para que otros llegasen a disfrutarla;

quieras o no. Fuimos crisol fundente

en que sangres adversas se mezclaban,

pero ya no servimos para eso,

pero ya no tenemos importancia

y ni para el amor nos solicitan,

porque hoy los hombres “las prefieren blancas”;

somos las flacas indias del olvido,

sucias, degeneradas,

somos las pobres indias del pasado,

sombrías, cabizbajas,

y sin embargo, fueron estos pechos duros

los que nutrieron a la raza,

y todos fingen,

y todos los que fingen ignorarme

salieron de mi pasta.

Hombre blanco que mandas y gobiernas,

y que de tanto hacer, nunca haces nada,

abre los ojos para ver la vida que hace

tu pobre india abandonada,

¿no la sientes pasar por tu conciencia?

¿no la miras pasar frente a la cámara?

pues en la sorda ¡América!

la india es hambre y desnudez,

dolor que pasa. Adóptala una vez legislador,

dándole a comprender que eres su tata,

y en una de tantas siestas del congreso

pugna por redimirla y reivindicarla.

Ella no tiene vicios refinados

y en espíritu y cuerpo, es pura y santa,

aunque vengan a México mil modas,

aunque vengan a México mil razas,

quedará siempre en el crestón del monte

donde anidan las águilas,

como producto de una sangre “pura”

¡una brava india mexicana”

¡Aún dicen que el pescado es caro!

Marcos Rafael Blanco Belmonte

Cuatro tablas unidas a una peña

que borda con espuma el mar rugiente,

una red, una barca muy pequeña,

y un chiquitín rubillo y sonriente,

durmiendo en pobre cuna...

compendían el amor de los amores,

la dicha, el bienestar y la fortuna

de humildes y sencillos pescadores.

Cuando entre nubes de zafir y grana,

despierta el rojo sol por la mañana,

por buscar la comida de su hijuelo

entonando dulcísimos cantares,

el ave, cruza la extensión del cielo;

y raudo, como el ave, el barquichuelo

surca las olas de los turbios mares.

Cuando mueren del sol los resplandores,

cuando el lucero de la tarde brilla

con trémulos fulgores,

desgarrando los velos de la bruma,

a su nido retorna la avecilla;

entre montañas de bullente espuma,

retorna al nido que labró en la orilla.

Y, en el nido roquero,

donde gozoso el pajarillo canta

y en el modesto hogar que se levanta

sobre el peñón costero,

el pájaro y el hombre

gustan los goces del amor fecundo;

inefable placer, dichas sin nombre,

que ni comprende ni adivina el mundo.

Y los pescados de rosáceo brillo

que saltan en las mallas de las redes,

y las cuatro paredes

que cobijan el sueño de un chiquillo,

y el chasquito del tronco que se quema,

y del hogar las plácidas canciones...

son las notas vibrantes del poema,

que riman, al latir, dos corazones.

Más, a veces, la joven pescadora

regresa a su cabaña

al despuntar la aurora,

y triste llanto su pupila empaña,

y se nubla su rostro bondadoso

al pensar en su esposo

que lucha contra las olas, denodado,

en combate infecundo

por obtener un poco de pescado,

que apenas si se vende en el mercado,

pues dice que es muy caro todo el mundo.

Cuando entre nubes de zafir y grana,

despierta el rojo sol por la mañana,

ya no sale a la pesca el barquichuelo;

y cuando el astro de la tarde brilla

sobre el azul del cielo,

ya tampoco retorna la barquilla,

cual ave errante de cansado vuelo,

buscando el nido que labró en la orilla.

Ya las tablas unidas a la peña

que la mar rugiente azota

y la barca pequeña

por el empuje de las aguas rota,

y la modesta cuna

compendió del amor de los amores...

féretros son que encierran la fortuna

de humildes y sencillos pescadores.

...

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