Breves En Torno A La Lectura
Enviado por rosmery619 • 29 de Octubre de 2012 • 1.452 Palabras (6 Páginas) • 390 Visitas
Breves en torno a la lectura
Eduardo Cortés García
Como lector me he relacionado con los libros desde muy pequeño, los he devorado, degustado y rechazado según la ocasión. Hoy, que veo con cierta alarma una serie de historias que rondan alrededor del tema, compartiré algunos momentos que me gusta recordar de mi vida con los libros.
1.- La lectura se aprende en casa: cuando tenía ocho años me negaba sistemáticamente a leer, en lo que fui lo suficientemente persistente para que mi padre fuera avisado del asunto. Total, después de la delación, me sentó en el comedor, tomó un libro y me hizo leer. Leía despacio, sin ganas de ello, hasta que un día dejamos el ejercicio. Lo que él no supo es que yo ya estaba prendado de las letras, devoré los quince tomos de esta enciclopedia y me fui en banda hasta acabar con los que tuve al alcance de mi mano y mi entendimiento.
Así, lo que era un problema se convirtió en una oportunidad para engendrar a un lector. Esto fue apuntalado por la presencia de libros en casa, un ambiente de lectura generado por la presencia de padres y tíos profesores, el resto lo hizo la constancia.
Hoy, después de vernos leer y tener trato frecuente y familiar con los libros mis sobrinas, antes de su adolescencia, han leído colecciones de libros, sobre todo de fantasía. Como familia nos corresponde entonces cuidar y encauzar este hábito vital hacia los mejores pastos posibles.
2.- Los buenos maestros pueden reforzar el hábito aprendido en casa: La maestra que marcó mi vida fue la de tercer año, Aurora, quien organizó una sala de lectura en el salón. Todos contribuimos con un ejemplar que tuviéramos en casa y lo intercambiamos durante todo el año. Hubo una lista en donde estaban nuestros nombres y el libro que teníamos en nuestro pode y una vez a la semana interrumpía la clase para comentar nuestras impresiones sobre nuestras lecturas. Total, el grupo entero participaba, comprometido en una actividad en la que fue involucrada sutil pero inmisericordemente y terminó el grado escolar con más de 20 lecturas hechas. Además, reforzó mi gusto por los buenos libros y me enseñó algo que ya no considero una virtud: un buen libro debe compartirse.
3.- Se trata de enseñar a pescar, no de entregar filetes empanizados: En la secundaria era terrible hacerle una pregunta a mi madre sobre las materias de las que daba clases. Docente de ciencias naturales, preguntarle era correr el riesgo de no recibir una respuesta sino una asesoría y un viaje a la biblioteca familiar para investigar. Esto generó una costumbre de investigación y manejo de la información escrita y confianza en que en los libros se encuentra todo el conocimiento necesario y que lo brindan amistosamente.
La gran virtud de lo anterior fue reconocer el valor de los textos no literarios el de la información como base de la creación y el manejo de los códigos de los textos científicos. Al final, un buen libro de enseñanza encierra tantos tesoros como la novela más gozosa y puede cambiar tanto la vida como el texto más revolucionario de su época.
4.- Un buen libro merece una relectura. Un buen lector merece encontrar libros releibles: desde el principio de mi carrera lectura hubo libros a los que acudí frecuentemente. Sea su trama, el tema o el todo, me atraparon en sus páginas y constantemente regresé a deleitarme con sus letras. Y sigo descubriendo textos que me regalan horas de amena lectura, que ocultan sus secretos o develan nuevos conforme los gozo repetidamente. Así como un buen libro pocas veces ser revela completo a la vista del lector y éste difícilmente roerá el hueso completo a la primera mordida.
Así, puedo citar como mis libros releídos a Tortilla flat, de John Steinbeck, Cien años de soledad, de García Márquez, novelas de caballería, cuentos y demás a los cuales recurro constantemente. Aura es una lectura que marcó mi adolescencia y los libros de José Agustín —siendo De perfil el ondesco caballito de batalla—, son los libros de las delicias, son el cartílago suave que no acaba entre los dientes, mi tinta recurrente para aliviar los días. Otro gran consentido es Isaac Asimov, pero su prosa es de otros vuelos: con él viajo
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