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Columna Reggaeton


Enviado por   •  8 de Mayo de 2013  •  608 Palabras (3 Páginas)  •  348 Visitas

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Con el fin de ampliar mi entorno social, decidí “abrir” mi mente y empezar a escuchar reggaetón. Paulatinamente, comencé a disfrutar de aquellas frases aberrantes, primitivas y repetitivas que sus intérpretes tartamudean, eso sí, con una impecable técnica vocal. Sin embargo el resultado no fue el esperado; al siguiente día de haberme aventurado, amanecí en una habitación impregnada de hombres y mujeres desnudos, los demás no sé qué eran.

Me vestí rápidamente y salí del hotel en el que había pasado la noche. Horrorizado y consciente de haber cometido un terrible error, me vi en la necesidad de descifrar lo ocurrido. Comencé chequeando mis bolsillos: encontré polvo blanco, unas gafas negras –más ridículas imposible- y una agenda con varios números telefónicos. “Estas personas podrán ayudarme” pensé.

Hice contacto con cada uno de los individuos que hallé. La mitad eran prostitutas, y en el resto encontraba narcotraficantes, políticos y exponentes reggaetoneros, en fin, nada útil. De repente me acordé de las redes sociales; los faltos de oficio encuentran en el “Face” una oportunidad única de entretenerse y llamar la atención. Entré en el primer café internet que se me cruzó. Como lo esperé, no pasé desapercibido como consecuencia de irradiar alcohol, drogas y sexo ordinario, tosco, ese que degrada al ser humano y lo convierte en una bestia irracional, ese libre de emoción o sentimiento alguno-, y de la elegante expansión lucía mi oreja -que no le encontraba un mejor uso, que cargar embutidos, por si acaso-.

Al ingresar la vergüenza se apoderó de mí. En mi foto de perfil, aparecía con otro fracasado en una pose ridícula y con mi BlackBerry en la mano; mi nombre estaba escrito en mayúsculas, minúsculas y caracteres indescifrables que intensificaban el atentado contra el lenguaje; encontré cien lamentables solicitudes de amistad. No obstante, lo peor estaba por venir: decidí abrir mi cuenta en Twitter.

“Prefiero mil veces que muera el torero a que muera el toro” fue un tweet; seguía a Álvaro Uribe y a todos los protagonistas de Nuestra Tele; en la foto aparecía con la misma pose, pero con las gafas que encontré en mi bolsillo y con la expansión ya hecha. Me di cuenta que fui por un día uno de los que sobra, uno de los que no es capaz de ir más allá, uno de los que cuya perspectiva de la vida esta cegada por el placer, uno de los que es capaz de publicar una canción, cuya letra tiene un monstruoso contenido sexual, sabiendo que su música es escuchada a diario por personas de todas las edades. Indignado y sin ánimo de continuar mi investigación, decidí volver a casa.

La sucesión de hechos lamentables no daba tregua: Mi esposa no me dejo entrar. Argumentaba que la noche anterior había llegado en un estado patético, desaliñado y con alcohol hasta en la expansión (cargaba una botella de cerveza

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