Conde Lucanor
Enviado por pintina • 11 de Marzo de 2013 • 2.991 Palabras (12 Páginas) • 488 Visitas
ENTREMÉS DEL MANCEBO QUE CASÓ CON MUJER BRAVA
Original de Alejandro Casona, basado en un cuento de El Conde Lucanor de Don Juan Manuel
Adaptación por Kevin Krogh
PRÓLOGO
(Sale PATRONIO ante la cortina y habla al pueblo.)
PATRONIO. Ahora escuchad, señores, si os queréis divertir con un antiguo cuento. Y sabed que soy Patronio, criado y consejero del muy ilustre Conde Lucanor, el cual ha por costumbre consultarme en cuantas dudas le acaecen. Y es la duda esta vez que a un su criado le tratan casamiento con una moza muy más rica que él y de más alto linaje; y siendo así que el casamiento es bueno no se atreve a llevarlo adelante por un recelo que tiene. Y es el recelo, que la tal moza es la más fuerte y la más brava cosa que hay en el mundo, y tan áspera de genio que, a buen seguro, no habrá marido que con ella pueda. Por eso yo, Patronio, consejero fiel, quiero sacar hoy al teatro este cuento que viene aquí como de molde, para que a vosotros y a mi amo sirva de ejemplo. Y es La historia del mancebo que se casó con una mujer brava, y del arte que se dio para dominarla desde el punto y hora en que se casaron. Escuchad la historia, que escrita está en un famoso libro, primero de los libros de cuentos que por estas tierras de España se escribieron. Y vaya el gozo y la reflexión que os cause a la mayor gloria de su autor, el infante don Juan Manuel, que hace setecientos años fue en Castilla cortesano discreto, poeta de cantares y autor de libros de caza y de sabiduría. (Se retira PATRONIO y suben al tablado el MANCEBO y el PADRE DEL MANCEBO.)
ESCENA PRIMERA
PADRE. Te digo, hijo mío, que lo pienses mejor antes que a esa puerta llame. Que la tal moza es muy más rica que nosotros y de más alto linaje; y malo es que la mujer aventaje en prendas y fortuna a su marido.
MANCEBO. Cierto es. Pero piense Ud. también, padre, que siendo Ud. pobre, nada tiene que darme para vivir a mi honra. Y siendo eso así, si no me concierta el casamiento que le pido, forzado me veré a hacer vida menguada o a irme de estas tierras en busca de mejor ventura.
PADRE. Mucho me maravilla tu intento y osadía. Tanto más cuanto que en todo sois diferentes. Tú eres pobre y ella es rica. Más tierras tiene de las que tú podrías andar a caballo en todo un día, aun yendo al trote.
MANCEBO. No repare Ud. en eso; que si ella tiene fortuna, yo se la aumentaré con mi esfuerzo. Y si sus tierras son tantas que no se pueden andar en todo un día, aun yendo al trote, ¡yo se las andaré a galope!
PADRE---Más hay: y es que cuanto tú tienes de buenas maneras, otro tanto las tiene esa moza de malas y enrevesadas.
MANCEBO. Llame a esa puerta, padre. La moza es brava, pero brava y todo, es de mi gusto. Y si su padre nos la concede, yo sabré cómo se han de pasar las cosas en mi casa desde el primer día. Llame sin miedo.
PADRE. Puesto que tú lo quieres, sea. No dirás luego que no te advertí con tiempo. Pidamos ahora la moza y quiera el cielo que no nos la conceda. ¡Ah de la casa! (Llama con su cayado y se descorre la cortina mostrando la casa de la moza. Está solo el PADRE, ocupado en seleccionar unas semillas.)
ESCENA II
PADRE RICO. Dichosos los ojos, señor vecino. ¿Qué cosa le trae a mis puertas?
PADRE POBRE. Esto es, señor y amigo, un ruego que vengo a hacerle para este hijo mío.
PADRE RICO. Sepa yo qué es ello.
PADRE POBRE. Ud. amigo y señor, tiene una sola hija…
PADRE RICO. Una sola, cierto; pero así me pesa como si fueran doscientas.
PADRE POBRE. Y yo solo tengo este hijo. Antaño, cuando los dos éramos pobres, juntamos nuestra amistad. Hoy vengo a rogarle, si así le cumple, que juntemos también nuestros hijos.
PADRE RICO. (Aparta su quehacer y se levanta pasmado.) ¿Cómo es eso, vecino? ¿De casamiento se atreve a venir a hablarme?
PADRE POBRE. Ya le advertí al mancebo de su riqueza y nuestra humildad. Pero él se empeña…
PADRE RICO. (Avanza hacia el mancebo, que retrocede perplejo.) ¿Que este mozo quiere casar con mi hija? ¿No me engañan mis oídos?
MANCEBO. Ésa es nuestra súplica. Si lo tiene Ud. a bien.
PADRE RICO. ¡Y cómo si lo tengo a bien! ¡Dios te bendiga muchacho, y qué peso vienes a quitarme de encima! (Lo abraza.)
PADRE POBRE. Luego… ¿nos la concede?
PADRE RICO. Lograda está la moza, y nunca oí tal, que hombre alguno quisiera casar con ella y sacármela de casa. Pero, por Dios, que yo sería bien falso amigo si antes no le advirtiera lo que cumple en este trance. Que amigos somos, y Ud. tiene muy buen hijo, y sería gran maldad consentir en su desgracia. Porque ha de saber que así es de áspera y brava mi hija igual que una tarasca. Y si el mancebo llegara a casar con ella, más le valdría la muerte que la vida.
PADRE POBRE. Tate, tate, señor, no tenga de eso recelo, que el casamiento es a su sabor. Que el mancebo bien sabe de qué condición es ella, y con todas sus prendas, la quiere.
PADRE RICO. Siendo así, no se hable más. Yo te la doy de muy buen grado, hijo mío. ¡Y que el cielo te saque con bien de este negocio! (Se oye dentro griterío de riña y estrépito de platos que se rompen.) No se espanten: es la moza, que está discutiendo amigablemente con su madre. (Llama a voces.) ¡Hola, muchacha! ¡Señora! Sal acá, que hay grandes nuevas. (Salen Madre y Moza muy airadas disputándose un paño, del que tiran ambas.)
MADRE. ¡Suelta digo! ¡Suelta!
MOZA. ¡Con las uñas y a tiras ha de ser, que es mío, mío y mío!
PADRE RICO. Mas ¿qué es esto, señora? ¡Hija indomable! ¿Así os presentáis? ¿No veis que huéspedes tenemos?
MOZA. (Desabrida, mirándolos de hito en hito.) ¿Y qué huéspedes son estos, ni por qué han de importarnos?
PADRE RICO. Este mancebo, hija mía, es tu marido.
MOZA. ¿Mi marido? ¿Esto?… (Hace él una reverencia y ella ríe.) Gracias por el regalo. ¿No me pudo encontrar cosa mejor en la feria, padre?
MADRE. Me espantaría yo, marido, si algo hiciera con seso. Pues qué, ¿con el más desarrapado de la villa había de estrellarse nuestra hija?
PADRE RICO. Calle por una vez, señora, y no replique más. Es mi voluntad y ya está hecho. Mañana será la boda.
MADRE. (Furiosa.) ¡Su voluntad, Su voluntad! ¿Y qué voluntad es la suya, bragazas? ¡Ay mi hija, mi pobre hija!…
PADRE RICO. (Refugiando su confidencia junto al vecino.) También la madre es buena, amigo. Pero ¡a esa ya no hay quien me la saque de casa! (Se corre la cortina y vuelve PATRONIO.)
ESCENA III
PATRONIO. Ya veis aquí, señores, cómo comienza el cuento. Pronto hemos de ver cómo se adoba
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