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Cuentos 2


Enviado por   •  26 de Mayo de 2015  •  512 Palabras (3 Páginas)  •  154 Visitas

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A José Manuel Marroquín

Usted recordará, mi querido Manuel, que hace algún tiempo formé la resolución de no volver a pasar un domingo en casa, sino en el caso de que la muerte me sorprendiera en ella en tal día; resolución que he cumplido y con la cual he alcanzado, en parte, el bienestar que buscaba, cuando tantas cosas pasaron por mí.

"Que me estaba volviendo pesadizo", y me hicieron adoptarla. Indudablemente ella me salvó, porque, a Dios gracias, no tengo por qué quejarme hoy de lo que entonces me afligía. Pero, es el caso, Manuel, que para remediar la situación angustiosa en que hoy me encuentro, no me ocurre una idea como la que entonces me ocurrió; y como usted es mi amigo, y además el poseedor de tantas y tan buenas, he creído muy natural dirigirme a usted, imponerlo de lo que me ha sucedido y exigirle que me revele inmediatamente la que debo adoptar para evadirme de las impertinencias de los que a mi vez me obligan a importunar a usted. Nunca, Manuel, me he quejado sin razón, pero si acaso en esta vez se inclina usted a creer que por ahora no me asiste, sígame y yo le ofrezco que cuando acabe de imponerse de esta historia declarará que me sobra.

Sabrá, pues, mi amigo, que en noches pasadas resolvió Carolina, mi dulce compañera, ir a pasar un día con los muchachos en una casita situada en el alto de San Diego, desde la cual se domina uno de los más bellos paisajes de los alrededores de la ciudad, y en donde pagando medio real |por cabeza, a taita Ignacio, dueño de ella, puede tomarse un baño delicioso en una alberca espaciosa que ha construido a pocos pasos de allí. El lunes de esta semana fue el designado por Carolina para el tal paseo y el señalado por mí para llevar a cabo una empresa que tengo entre manos, y que, entre otras circunstancias, requiere mucho silencio, cosa que en casa es bien difícil conseguir. Figúrese, pues, Manuel, con cuánto placer vería yo llegar aquel día tan deseado en que me prometía nada menos que escribir mi número de |El Mosaico, con lo cual iba a conquistar la |nota |de |literato y el derecho de salir a la calle sin que usted, Vergara y Carrasquilla tuvieran el de reconvenirme por la tardanza en arreglarlo.

Mi reloj marcó por fin las nueve, la mañana estaba divina; los canastos repletos de pan, conservas, carne nitrada, bizcochuelos, etc., y cubiertos con blancas servilletas, aguardaban los brazos conductores; Roberto, Julia, las criadas y el perro, la voz de marcha, y yo la partida de este ejército para lanzarme en el camino de la gloria. Así fue que llegué a la cumbre de la felicidad cuando Carolina, atándose el lazo de su gorra y las gentes moviéndose en todas direcciones, dijeron:

– ¡Caminen que nos coge el sol en la subida!

– Roberto, mi hijo, dígales que caminen.

– ¡Que caminen!

– ¡Las sábanas se iban quedando!

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