Cuentos Ficticios
Enviado por Rickard88 • 16 de Enero de 2014 • 3.906 Palabras (16 Páginas) • 432 Visitas
SIMBIOSIS
José María Tamparillas
Interrumpió la pieza en medio del adagio y dejó que el último tremolar de las teclas hormigueara en las puntas de sus dedos. La nota se alargó en el silencio de la sala.
—¿Por qué has parado? —le susurró Lambda.
—No me siento a gusto. Uno sólo interpreta bien a Mozart si se siente a gusto consigo mismo.
—Me gusta Mozart, me gusta tu música y te voy a echar de menos. —La voz de Lambda vibraba suave, como la nota melancólica de un violonchelo.
Laila lloró.
—¿Lloras?
Laila asintió sujetándose la frente con las manos. Sollozaba con los ojos muy cerrados. Su pelo oscuro cubría un rostro aniñado.
—Creo que es lo que llamáis pena, o tristeza, me cuesta distinguirla—manifestó Lambda.
Laila se irguió, abrió y cerró sus grandes ojos oscuros hasta apagar sus lágrimas.
—¿A qué te refieres, Lambda?
—A no poder hacer nada. Se supone que estamos con vosotros para eso. Ese fue el trato.
—Es un tumor maligno que crece con demasiada virulencia. —Esa vez, Laila se expresó con un pensamiento.
Aunque los Neurianos preferían la subvocalización para comunicarse, algunos no ponían pegas a la comunicación mental. Ésta daba una mayor sensación de intimidad. Lambda era una de ellas. Hacía mucho tiempo que había decidido que Lambda, su simbiote Neuriano, tenía que ser una hembra, aunque ella le respondiera que en su especie no había dimorfismo sexual.
—Te repito que no soy hembra ni macho, sólo soy un shenck inmaduro —apostilló Lambda con su tono más burlón.
Laila arrancó una melodía salvaje del piano. Las notas palpitaron en el aire con una furia apenas contenida.
—Es paradójico —meditó Laila para sus adentros—. Tengo lo mejor y lo peor de mí misma dentro de este cerebro.
—No pienses eso —le contestó Lambda.
—Voy a morir, amiga. Tengo derecho a pensar como quiera. Los casos perdidos tenemos ese derecho.
—Entonces no quiero escucharte—protestó Lambda.
Una fuerte desazón recorrió la espina dorsal de Laila.
El comentario del simbiote significaba que iba a encerrarse en su concha particular, que iba a cortar el nexo temporalmente, saliendo de sus pensamientos. Los Neurianos llamaban a esos intervalos de tiempo 'nuestras horas de sueño'.
Sabía que volvería. Tendría que hacerlo. Demasiado tiempo de desconexión hacía que el Neuriano se debilitase. Esa fue una de las paradojas que más sorprendieron a los investigadores, años atrás, cuando las primeras simbiosis experimentales tuvieron éxito. Incluso mientras el huésped dormía, el Neuriano necesitaba de sus sueños, de algún tipo de actividad, para sobrevivir.
Laila esperó. Se dio cuenta de que su amiga había interpretado mal su aflicción.
—¿Estás ahí? —preguntó—. ¿Lambda?
Silencio.
—No puedo hacerte pagar por algo de lo que no tienes la culpa. —Lambda, no quería ser impertinente.
Sus pensamientos se vieron agitados por una corriente de gratificante frescor. Era como estar sentada en una playa desierta, acunada por el rumor de las olas. Un pensamiento extraño pero confortante. Esa era la forma silenciosa que el simbiote tenía de decirle que se tranquilizara, que no estaba enfadado, pero que prefería no comunicarse por ahora.
—Te comprendo—pensó Laila.
Se alejó del piano. Tenía que tomar su medicación. Ésta no tenía otra utilidad que la de atenuar el sufrimiento. Los Neurianos tenían, entre otras, la facultad de hacer más soportable el dolor. Ellos sabían qué canales tomar, qué neuronas manipular, pero con un límite. Lambda había intentado una vez aplacar una jaqueca de Laila y casi había muerto en el intento.
Pensó en el futuro de su simbiote. No había muchos humanos dispuestos a donar su cuerpo para mantener con vida a un alienígena que invadía su mente, su cerebro, y que usaba sus sentidos para relacionarse con el exterior; aunque eso significase que la capacidad inmunológica aumentase, que pudiera echar una mano a tu organismo contra la mayoría de las enfermedades, que fuera un fiel compañero, sensato, discreto e inteligente. Para complicarlo, sabía que los Neurianos sufrían mucho en los cambios de portador. Poseían una inteligencia emocional, de ahí la solidez que se creaba en el vínculo huésped-invitado; esa era la causa de que las secuelas de la ruptura brusca de la relación empática con el portador pudieran mantenerlos en estado de desorientación durante varias semanas.
Los mejores huéspedes que conocía eran artistas. Las investigaciones decían que esto se debía a que la 'lateralidad cerebral' de esas personas mejoraba el nexo. Ella prefería explicar esa especialización de una forma más poética: sólo las almas sensibles y creativas son capaces de convivir unidas.
Quizá hubiera suerte con Lambda. Ya había hablado con el departamento de la administración encargado de los Neurianos, y allí le había asegurado que tenían en lista un par de opciones bastante buenas.
—Gracias por preocuparte. Seguro que estaré bien—le susurró Lambda
—Hola compañera. —Laila recibió con un salto en su corazón las palabras de su amiga.
—Hola. ¿Vas a tocar algo para mí?—pidió el simbiote.
—¿Qué quieres que interprete? —dijo Laila en un susurro—. Pide y serás obedecida.
—¿Te acuerdas de aquel jardín que vimos en Francia el año pasado? —dijo Lambda.
La elección era de esperar.
Los Neurianos centraban su ser en el componente emocional, hasta en su forma de recordar. La belleza era para ellos un hecho ineludible, un gran atractor.
Habían sido unas vacaciones maravillosas. Recorrieron el Loira y buena parte de la campiña francesa durante dos semanas. En una de las aldeas, ya no recordaba su nombre, un hermoso jardín de rosas había encandilado a Lambda por su fragancia y belleza.
—¿Algo que te lo recuerde?
—Me has leído el pensamiento, Laila.
Rieron la broma.
Se acercó al piano. Sus dedos volaron con elegancia y seguridad sobre las teclas y el instrumento le susurró la melodía con infinita delicadeza.
Lambda, a su manera, se lo agradeció.
Era como estar tumbada al atardecer en un hermoso prado de un verde intenso. El sol bañaba el aire con sus últimas turgencias. Olía a rosas y rocío.
LA VISTA FIJA
Alberto Chimal
Érase una niña pequeñita y muy bonita, con chapas rojas rojas cual flores de rubor, vestidito rosa y bonito cabello rizado. Jugaba en un parque con su pelota y era muy feliz. Oyóse entonces un disparo, y la frente de la niña hizo ¡pop!,
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