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¡DILES QUE NO ME MATEN!


Enviado por   •  28 de Noviembre de 2012  •  2.366 Palabras (10 Páginas)  •  516 Visitas

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¡DILES QUE NO ME MATEN!

Ext. Patio de la casa Juvencio nava. Día

Juvencio se encuentra platicando con su hijo Justino en el patio y el ratón que siempre estaba atrás de ellos recogiendo las migajas del maíz.

JUVENCIO:

Diles que no me maten, Justino! Anda vete a decirles eso. Que por caridad. Así dile. Diles que lo hagan por caridad.

Justino:

No puedo. Hay a ya un sargento que no quiere oír hablar nada de ti.

JUVENCIO:

Haz que te oigan. Date tus mañas y diles que para sustos ya ha estado bueno. Diles que lo hagan por caridad de dios.

JUSTINO:

No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya no quiero volver allá.

JUVENCIO:

Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues.

JUSTINO:

No. No tengo ganas de ir. Según eso, yo soy tu hijo.

Y, si voy mucho con ellos, acabaran por saber quién soy y les dará por fusilarme a mí también. Es mejor dejar las cosas de este tamaño.

JUVENCIO:

Anda Justino. Diles que tengan tantita lastima de mi nomas eso diles.

EXT. Patio de la casa de Juvencio nava. Día

El ratón empieza hablar aparece sentado comiendo, (color gris, chiquito y muy orejón) en la parte superior derecha y poco a poco se amplía la pantalla.

RATON:

Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo:

No.

Dile al sargento que te deje ver al coronel. Y cuéntale lo viejo que estoy. Lo poco que valgo. ¿Qué ganancia sacara con matarme? Ninguna ganancia. Al fin y al cabo el debe de tener un alma. Dile que lo haga por la bendita salvación de su alma.

Justino se levanto de la pila de piedra en que estaba sentado y camino hasta la puerta del coronel. Luego se dio vuelta para decir:

JUSTINO:

Voy pues. Pero si de pérdida me fusilan a mí también, ¿Quién cuidara de mi mujer y de los hijos?

JUVENCIO:

La providencia, Justino. Ella se encargara de ellos. Ocúpate de ir allá y ver qué cosas hace por mí. Eso es lo que urge.

RATON:

Lo había traído de madrugada. Y a hora era ya entrada la mañana y el seguía toda vía seguía allí, amarrado a un horcón, esperando. No se podía estar quieto. Había hecho el intento de dormir un rato para apaciguarse, pero el sueño se le había ido. También se le había ido el hambre. No tenía ganas de nada. Solo de vivir. Ahora que sabía bien a bien que lo iban a matar, le habían entrado unas ganas tan grandes de vivir como solo las puede sentir un recién resucitado.

JUVENCIO:

Quien le iba a decir que lo volvería aquel asunto tan viejo, tan rancio, tan enterrado como creía que estaba. Aquel asunto de cuando tuve que matar a don Lupe. No nada más por nomas, como quisieron hacerlo ver los de alima, sino porque tuve mis razones. Me acuerdo muy bien.

Don Lupe terreros, el dueño de la puerta de piedra, por más señas mi compadre. Al que tuve que matar por eso; por ser el dueño de puerta de piedra y que, siendo también su compadre, me negó el pasto para mis animales.

Primero me aguante por puro compromiso. Pero después, cuando la sequia, en que vio como se me morían uno tras otro de mis animales hostigados por el hambre y que mi compadre don Lupe siguió negándome la yerba de sus potreros, entonces fue cuando me puse a romper la cerca y a arrear la bola de animales flacos hasta que se hartaran de comer. Y eso no le avía gustado a don Lupe, que mando a tapar otra vez la cerca, para que otra vez le volviera a abrir otra vez el agujero. Así, de día se tapaba el agujero y de noche se volvía a abrir, mientras el ganado estaba allí, siempre pegado a la cerca, siempre esperando; mi ganado que antes nomas se vivía oliendo el pasto sin poder probarlo.

Y don Lupe me alegaba y volvía a alejar sin llegar a ponerse de acuerdo. Hasta que una vez don Lupe le dijo:

Ext. En la puerta de piedra. Día

Parados junto al ganado se encuentra Juvencio y don Lupe discutiendo.

DON LUPE:

Mira, Juvencio, otro animal más que metas al potrero y te lo mato.

JUVENCIO:

Mire don Lupe, yo no tengo la culpa de que los animales busquen su acomodo. Ellos son inocentes. Ahí se lo haiga si me los mata.

EXT. Lugar donde se encuentra Juvencio amarrado. Tarde

Juvencio empieza a recordar de nuevo y comienza a recordar.

JUVENCIO:

Y me mato un novillo.

Eso paso hace treinta y cinco años, por marzo, porque ya en abril andaba yo en el monte, corriendo del exhorto. No me valieron ni las diez vacas que le di al juez, ni el embargo de mi casa para pagarle la salida de la cárcel. Todavía después se pagaron con lo que quedaba nomas por no perseguirme, aunque de todos modos me perseguían. Por eso me vine a vivir a junto con mi hijo a este otro terrenito que yo tenía y que se nombra pablo de venado. Y mi hijo creció yy se canso con la nuera Ignacia y tuvo ya ocho hijos. A sí que la cosa ya va para vieja, y según eso debería estar olvidada. Pero, según eso, no lo está.

Yo calcule que con unos cien pesos quedaba arreglado todo. El difunto don Lupe era solo, solamente con su mujer y los dos muchachitos todavía de a gatas. Y a los muchachitos se los llevaron lejos, donde unos parientes. A sí que, por parte de ellos, no había que tener miedo.

Pero los demás se atuvieron a que yo andaba exhortado y enjuiciado para asustarme y seguir robándome.

Cada que llegaba alguien al pueblo me avisaban:

Por ahí andan unos fuereños, Juvencio.

Y yo echaba para el norte, entreverándome entre los matorrales y pasándome los días comiendo solo verdolagas.

A veces tenía que salir a la medianoche, como si me fueran correteando los perros. Eso duro toda la vida. No fue un año ni dos. Fue toda la vida.

Y ahora habían ido por mi cuando no esperaba ya a nadie confiado en el olvido en que me tenía la gente: creyendo que al menos mis últimos días los pasaría tranquilo.

Al menos eso pensaba.

Me di a esa esperanza por entero. Por eso era que me cuesta tanto trabajo imaginar morir a si, de repente, a esta altura de mi vida, después de tanto pelear para liberarme de la muerte; de haber pasado mi mejor tiempo de mi vida, tirado de un lado a otro arrastrado por los sobresaltos y cuando mi cuerpo había acabado por ser un puro pellejo correoso curtido por los malos días en que tuve que andar escondido de todos.

Por si a caso, ¿no había dejado hasta que se fuera mi mujer?

Aquel día en que amanecí con la nueva de que mi mujer se había ido, ni si quiera le paso por su cabeza la intención de salir a buscarla. Deje que se fuera sin indagar para nada ni con quien ni para donde, con tal de no bajar al pueblo. Deje que

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