El Coraje De Vivir
Enviado por selenatica929814 • 11 de Marzo de 2012 • 1.540 Palabras (7 Páginas) • 2.513 Visitas
Fue publicada en 1990 (Ediciones Latinoamericanas). En 1996 Panamericana Editorial la publica, siendo uno de los libros más leídos y con mayor aceptación entre el público en general. Esta novela recrea la batalla conmovedora y heroica que libra Santiago, un hombre de setenta años y Manuel, un niño, ambos sin hogar y desplazados por la guerra, para formar una familia.
El Coraje de Vivir es la historia de un viejo y un niño, huérfanos que se esfuerzan por formar una familia, pero sus enemigos se oponen.
“El Coraje de Vivir” recrea de manera entrañable el via-je de Manuel en busca de su propia identidad donde está cifrada la clave de su destino. Apenas Manuel llega a Bogotá, un círculo de hombres y mujeres pretenden conquistarlo para recobrar la felicidad que un día per-dieron en los caminos del desastre, al azar o a las convulsiones socia-les. Entonces sucede lo imprevisible y los pretendientes se internan en un laberinto de seducciones, acechanzas y ternuras. A medida que los protagonistas se internan en los caminos de la justicia, sus actos termi-nan por convenirlos en los grandes batalladores del amor, en los pere-grinos que a pesar de sus heridas, buscan su total renacimiento como padres, abuelos o parientes de Manuel, el cual se constituye así en sím-bolo de realización espiritual y familiar.
“El Coraje de Vivir” es una novela de investigación so-bre los acontecimientos apocalípticos del mundo y sobre los misterios de la condición humana. De ahí que el lector encuentre en sus páginas una historia de su propia vida y un lenguaje auténtico que renueva los modos de narrar en la literatura de hoy.
“El Coraje de Vivir” es la novela de la esperanza. La sociedad corrupta de un país inmerso en la violencia –no sólo la que produce una bala, sino la que generan la envidia-, no puede vencer el amor que genera un niño que probablemente, sea la última esperanza que nos quede a todos.
Fragmento:
Manuel despertó sin ningún dolor en su mente y por primera vez en mucho tiempo estiró los brazos y bostezó a placer. Luego contempló maravillado la autopista engalanada de lámparas, que iba a desembo-car en un mar de luces titilantes. Asomó su rostro fuera de la ventana y parpadeó ante los avisos comer-ciales y los miles de automóviles que desfilaban junto al bus como bólidos locos.
Se frotó los ojos y aspiró el aire de la noche y de repente notó que ya no olía a hombre de campo ni a tierra caliente; que el aroma de las granjas y madre-selvas había desaparecido y que sólo quedaba en la atmósfera un viento malo, sin sabor, que quemaba la piel y cortaba los labios.
El autobús se detuvo al fin y Manuel bajó con los pasajeros. Al estudiar el terminal de transportes de Bogotá, imaginó que aquello podía ser un hangar para aviones, una pista para vuelos interestelares o una estación de trenes supersónicos. Deslumbrado por el nuevo mundo, se perdió en sus laberintos, hipnotiza-do por las pantallas de los juegos electrónicos, hechi-zado por la mezcla racial de la gente y por el estilo multicolor de sus indumentarias.
Jamás en su vida había visto tantas maravillas juntas y por eso quedó perplejo frente a la diversidad de zapatos, anteojos y joyas de fantasía que ostentaban los viajeros. Parecía que aquel batiburrillo de formas y colores hu-biera surgido del sombrero de los ogros, brujas y hadas madrinas de la Casa de los Infantes del Señor para confundirlo en aquel momento decisivo de su vida. De todos los lugares provenían ritmos y voces que alegraban o entristecían a los hijos de la noche.
A ratos sospechaba que se hallaba en una selva extraña y que sus habitantes eran brujos cazadores que sacrifica-ban a los animales para disponer de su piel para el calzado, de sus dientes para sus collares y de sus carnes para saciar su voracidad. En cada esquina del laberinto, ellos se disputaban los boletos de viaje, los teléfonos públicos y los carritos para mover las maletas.
Fatigado por el ir y venir de tantos pasillos, Manuel se mostró confuso y angustiado y sin saber a dónde ir, decidió detenerse al lado de una pantalla de juegos electrónicos y se distrajo mirando cómo la máquina inteligente se burlaba del hombre que intentaba ven-cerla inútilmente.
El hombre era gordo y tenía unas manos hermosas. Vestía un traje blanco que le quedaba estrecho. A medida que la máquina inteligente ponía a prueba su terquedad y su amor propio, le echaba nuevas mone-das y resoplaba con furia.
La presencia de Manuel lo animó a mover
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