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El Jinete Sin Cabeza


Enviado por   •  26 de Julio de 2014  •  866 Palabras (4 Páginas)  •  363 Visitas

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EL JINETE SIN CABEZA

Un señor ya viejo que se llamaba Carmelo tenía una parcela en el Valle de Mexicali, donde sembraba, según la temporada, algodón o trigo; la cuidaba mucho y tenía la costumbre de regarla en la madrugada, porque a esa hora las matas aprovechaban más el agua. Un día como a eso de las cuatro de la mañana, escuchó muy cerca el trote de un caballo. Se le hizo extraño que alguien anduviera por ahí pero, con todo y eso, dijo con amabilidad:

—¡Buenos días!

Como no le contestaron volteó y grande fue su sorpresa pues no había nadie, aunque el Canelo, su perro, no paraba de ladrar. Nunca creyó en cosas de espantos y, sin embargo, esa vez le ganó el miedo. Trató de calmarse y se fue a su casa; todo el día se la pasó inquieto y a la hora de la comida le platicó a su mujer lo que había ocurrido, pero ella no le creyó.

Pasaron los días y nada extraño se escuchó en la parcela, pero un lunes muy temprano el señor salió acompañado del Canelo y cuando subió a su troca se dio cuenta de que había olvidado su lonche. Al regresar a su casa, un caballo desbocado que corría sin freno hizo que se detuviera en seco, pues el animal andaba sin tocar el piso y se dirigía justo hacia él; casi lo tenía encima ¡cuando desapareció!

El señor tragó saliva y no se movió durante un buen rato. Todavía tembloroso, entró a su casa, donde se quedó dormido; a mediodía su señora lo despertó:

—Carmelo, levántate a comer, ¿qué tienes? Estás pálido.

—Es que me pasó una cosa bien fea y ya no pude ir a la parcela —dijo el señor y le contó lo del caballo aparecido.

Al escuchar a su marido, la señora se persignó porque le dio mucho miedo y al ver que Carmelo se dirigía hacia afuera le dijo:

—¡No vayas a la milpa, te puede suceder algo malo!

El señor no le hizo caso; se subió a la troca y se fue. Al llegar, dio unos pasos y se paró bajo un árbol frondoso. Subían a lo lejos los últimos rayos del sol, cuando a su espalda escuchó las pisadas de un animal que se acercaba. Al voltear, descubrió a un enorme caballo blanco frente a él; lo montaba un jinete vestido de charro, quien dejó al viejo quieto del miedo, pues su cuerpo terminaba en los hombros: ¡no tenía cabeza!

—¿Quién eres? —preguntó armándose de valor— ¿para qué me quieres?

No hubo respuesta. Carmelo empezó a sudar, quería moverse y no podía; ver al jinete sin cabeza lo había paralizado. Entre las ramas del árbol sólo se oía el sonido del viento. En eso, se escuchó una voz que venía de quién sabe dónde, parecía que salía de la tierra porque era hueca y tenebrosa:

—Soy Joaquín Murrieta, de seguro has oído hablar de mí; vengo a confiarte un secreto.

—¿Qué es lo que quieres? —dijo el señor en voz alta.

—Escucha con atención lo que voy a decirte: en esta parcela enterré

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