El Señor Presidente
Enviado por jesusalberto • 30 de Agosto de 2011 • 1.557 Palabras (7 Páginas) • 1.430 Visitas
ARGUMENTO. Señor Presidente es la condensación literaria de ese ambiente de círculo infernal. Toda la ciega y fatal máquina de terror está vista desde afuera. Son como círculos concéntricos que abarcan toda una sociedad. Los une y los ata el idéntico sentido de la inseguridad y de la aleatoria posibilidad del mal. Desde los mendigos y groseros del Portal de la Catedral, que viven en su pesadilla de miseria y de embrujamiento y que pueden desatar, sin proponérselo, toda una reacción sin fin que va a torcer los destinos de las más ajenas y distantes individualidades, hasta la desamparada clase popular, enredada en el tejido de sus creencias tradicionales, sus reverencias, sus esperanzas, sus inacabables tristezas, su sentido azariento del destino y su pasiva resignación, como Vásquez, Godoy, Felina o la Masacuata, para pasar por los militares de conspiración y burdel y la clase letrada y amenazada de los juristas, los comerciantes y los dueños de haciendas, como los Canales y los Carvajal, para rematar en la inestable y constantemente renovada cús¬pide de los favoritos del tirano. Aquellos hombres "de la mulita", Cara de Ángel o el Auditor de Guerra, condenados a tener más al precio de sentir mayor riesgo y miedo que todos los otros. Más que círculos concéntricos constituyen una especie de espiral que dando vueltas sobre sí misma, lleva, en una forma continua, desde los men¬digos hasta el Señor Presidente. Es esa atmósfera enrarecida o sofocante la que constituye la materia del libro de Asturias. Allí está lo esencial del país de su adolescencia. Ya nunca más se pudo borrar de su sensibilidad ésa estación en el Infierno. En El Señor Presidente regresa a ella, con distancia de años, para revivir lo inolvidable de aquella situación. A todos esos personajes nos los presenta en la inolvidable verdad de su visión de testigo preocupado. Conocemos a Cara de Ángel, a aquel bobo de Velásquez que es el Pelele, con su quejido inagotable de huérfano de la vida, al general Canales, a sus hermanos abyectos y a la desventurada Camila, su hija. Al que no llegamos a conocer es al tirano. El autor nos presenta desde afuera aquella figura enteca y malhumorada. No llegamos a asomarnos a su interioridad o a tratar de explicarlo. Está allí y se mantiene allí por una especie de designio fatal. No lo vemos decidir, dudar o siquiera maquinar, no nos percatamos de su manera de andar por entre el sendero de las intrigas, las denuncias, los falsos testimonios y las maniobras de todos los que lo rodean. Tal vez Asturias quería decir con esto que, en aquella tragedia colectiva, no era lo más importante la personalidad del tirano, que había uno allí y siempre habría uno allí, sin nombre, sin personalidad, un "señor Presiden¬te" producto y efecto de toda aquella máquina colectiva de inseguridad, desintegración y miedo. No es fácil conocer y calificar al "Señor Presidente" de la novela. Nos ayuda a comprenderlo saber que su modelo histórico fue Estrada Cabrera y que, por lo tanto, pertenecía más a la familia pintoresca y temible de los dictadores hispanoamericanos, que a la otra más restringida y representativa de los caudillos criollos. No son lo mismo y la distinción es importante. Los típicos caudillos del siglo XIX fueron la creación social y política que el mundo hispanoamericano dio de sí frente al caos creado por el fracaso reiterado de las instituciones políticas imitadas de Europa y de Estados Unidos. Eran hombres de la tierra, de raíz rural, que representaban a una sociedad tradicional y sus valores y que implantaban, instintivamente, un orden patriarcal animado de un sentido de equidad primitiva y de defensa de la tierra. Todos fueron dictadores, pero en cambio, muy pocos de los dictadores fueron, en el correcto sentido de la palabra, caudillos. Los otros dictadores fueron militares o civiles que lograban por artimañas o por fuerza asaltar el poder y mantenerse en él, sin ninguna forma de legi¬timidad posible o alegable. El caudillo, en cambio, representaba una espe¬cie de consecuencia natural de un medio social y de una situación histórica. No era un usurpador del poder, sino que el poder había crecido con él, dentro de la nación, desde una especie de jefatura natural de campesinos hasta la preeminencia regional ante sus semejantes, a base de mayor astucia, de mayor valor o de mejor tino, para terminar luego teniendo en su per¬sona el carácter primitivo de jefes de la nación en formación. No de un modo distinto se formaron los reinos de la
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