El cuento del rey
Enviado por PaoMDM • 8 de Julio de 2015 • Informe • 681 Palabras (3 Páginas) • 348 Visitas
Hace mucho, mucho tiempo, vivía en un lejano reino el rey más presumido que jamás haya existido. Se llamaba Filiberto y lo que más le gustaba era mirarse en el espejo que llevaba consigo a todas partes. Incluso cuando montaba a caballo colgaba el espejo al cuello del animal.
–¡Qué guapo soy! No me cansaría nunca de mirarme –se decía Filiberto un día que había salido a pasear a lomos de su caballo.
De repente, una anciana mendiga se cruzó en su camino.
–Por caridad, caballero, ¿no me daríais el espejo que cuelga del cuello de vuestro caballo? En el pueblo lo podría cambiar por algo de pan.
Al escuchar la propuesta de la anciana, a Filiberto un poco más y le da un soponcio.
–Pero, ¿qué dices, insensata? ¿Regalarte el espejo? ¿Es que acaso has perdido el juicio? Apártate de mi camino.
Pero la anciana no se movió. En lugar de eso, se quitó la capucha que le tapaba la cara y, entre chispas y resplandores mágicos, descubrió su verdadera identidad: era Ventisca, la bruja más arisca.
–¡Rey engreído! –gritó–. ¡Te equivocaste al insultar a una bruja! –y murmurando para que Filiberto no pudiera escucharla, recitó el siguiente conjuro:
«¡Barrabín, Barrabel, el espejo será cruel, y no verás ya tu rostro, sino tu alma negra en él!»
Y dicho eso, la envolvió una gran nube de color violeta y desapareció.
–¡No me dan ningún miedo tus conjuros! –gritó Filiberto, fingiendo indiferencia.
Pero, de reojo, espío su reflejo en el espejo para tranquilizarse. –¡Aaah!
–aulló apenas se vio–. ¡Estoy horrible!
Efectivamente, la imagen que le devolvía el espejo no era la del joven apuesto de siempre, sino la de un ser monstruoso, de piel verde y lleno de verrugas.
–¡No puede ser! –gritaba mientras regresaba galopando al castillo, presa del pánico.
Nada más llegar, Filiberto, angustiado, se encerró en su habitación, y no quiso salir ni para comer, ni para merendar, ni para cenar.
Pasaron los días y el hechizo lejos de mejorar, empeoraba. Todas las mañanas, Filiberto se miraba con miedo en el espejo, y todas las mañanas descubría la imagen de un monstruo cada vez más monstruoso.
Empezó entonces a ausentarse de las reuniones con sus ministros y desatendió por completo los asuntos de su pueblo. Sus súbditos cada vez estaban más descontento con él.
–Nuestro rey es un holgazán –se decían los unos a los otros–.
No sirve para nada, ni siquiera sale de su habitación.
Estaban tan indignados que un buen día fueron todos juntos al castillo y echaron al rey sin conteplaciones.
–¡No queremos un rey perezoso! –le gritaban mientras el pobre Filiberto se alejaba del palacio. Tan deprisa tuvo que huir, que solo se pudo llevar el espejo hechizado.
–¿Qué voy a hacer ahora? –se lamentaba mientras
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