El grillo
Enviado por MarceloAimetta • 13 de Octubre de 2021 • Trabajo • 1.327 Palabras (6 Páginas) • 124 Visitas
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El grillo
El aire de la noche está denso, cargado, como esperando una próxima tormenta. Se asoma por la ventana y, sobre el oeste, ve un lejano resplandor de descargas eléctricas detrás de nubes oscuras, que por momentos se iluminan con venas amenazantes. Lejos de esas turbulencias sobre el poniente, no se mueve el aire. El día fue agobiante, con un sol implacable que calentaba todo, hasta casi no poder tocar superficie alguna. La noche no quiso ser menos; incluso la luna llena en el cenit parece confabulada con el sopor, iluminando la tierra todavía hirviente, creando la sensación de un día largo, interminable.
El ventilador de techo arroja aire caliente sobre las sábanas también calientes, que abrazan tenaces, se pegan en la piel. Los mosquitos, levemente espantados por espirales y repelentes, zumban cercanos, intentando romper la barrera invisible de cremas, humos y olores, deseosos de alimentarse.
Pensó que la noche no podía ser peor, pero un grillo comenzó a cantar. Primero suavemente, como lejano, tímido, con interrupciones periódicas que hacían olvidar de a ratos que podía volver a empezar. Debía estar en un lugar de la habitación, o tal vez no, porque el sonido retumba contra las paredes y los muebles, y las puertas están abiertas buscando vanamente crear una corriente de aire.
Pese al sopor, se duerme por unos momentos de dudosa extensión. El sueño es pesado por el cansancio del día, torturado con pesadillas de las que despierta y olvida al instante para continuar con el ciclo.
La lluvia no llega, la tormenta con el deseado alivio se mantiene lejana, esquiva, esperando el viento que la lleve, que empuje esa masa de aire caliente y húmedo estacionado sobre la región desde hace una semana. El grillo, luego de tomar un descanso, vuelve a retomar su trabajo. Ahora lo hace con fuerza. Se despierta molesto, aturdido por el sonido inconcebiblemente alto y agudo. No alcanza a pensar con claridad, en ese estado donde no se duerme ni se está completamente despierto, cuando se mezcla realidad con irrealidad. En esos momentos se habita en un mundo de brumas, de pensamientos mágicos. Creyó levantarse y tomar una ojota o una zapatilla para terminar con la función del insecto que seguía insistente, azuzado por el calor y los deseos de comunicarse con sus pares del sexo opuesto. Lo vio, le arrojó con el calzado, pero nunca lo llegaba a alcanzar. Repitió el procedimiento, también sin éxito. Despierta, ahora sí completamente, ensordecido con el ruido que parece subir infinitamente de volumen.
Se levanta mojado y molesto, buscando desesperado el origen de la tortura. Apenas pisa el suelo, el grillo hace silencio. Se detiene en el lugar, presta atención, pero el insecto taimado no delata su ubicación. Espera inmóvil y tenso. Comienza nuevamente el canto, más intenso aun, pero parece provenir de todos lados y de ninguno. Desesperado busca en los rincones, debajo de la cama, entre la ropa, ya en medio del interludio producido por tanto movimiento.
Sabe que, al retornar a la cama caliente, lo espera el ruido. El grillo parece saber cómo causar una crisis de ansiedad: va colocando, arteramente, pequeños intervalos de silencio entre su canto. Esos espacios, que deberían ser de alivio, son una tensa espera de lo que vendrá. Tiene, además, una precisión matemática para medir el tiempo de las interrupciones.
Piensa, con lo poco que le resta de ánimo y de cordura, que si permanece más tiempo acostado e inmóvil, puede identificar el escondite. Desea que cante fuerte, que no cese, pero de nada sirve; por momentos se escucha debajo de la cama, luego parece venir desde el techo, más tarde de atrás del placar.
Definitivamente insomne por el calor y el ruido, molesto, rendido, reflexiona sobre el grillo, los mosquitos y la existencia de Dios. El mosquito, ser insignificante, causó más muertes a la humanidad que cualquier poderoso depredador. ¿Para qué creó Dios a los mosquitos? El mosquito, en sus comienzos, en el paraíso mesopotámico, no debería haber picado a los humanos, porque era un lugar perfecto, sin sufrimientos. Cabían dos posibilidades: empezó a picar y a transmitir enfermedades luego de la caída edénica o siempre lo hizo, por lo que sería un error de la creación. Como la divinidad no admite errores, la segunda posibilidad queda excluida. Si la primera es la correcta, es una muestra de la maldad de Dios y su ensañamiento con el pobre humano, al que no le bastaba ser expulsado del paraíso y tener que ganarse el pan con el sudor de su frente, sino que de ahí en más sufriría la compañía de tan desdeñables insectos. Para reafirmar su teoría, estaba el grillo. Ya tenemos, entonces, dos ejemplos concretos de la maldad de un creador que no escatimó en invenciones inútiles y molestas, sobre todo en las noches de verano. Dios no existe, o si existe, es cruel, concluyó.
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