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Guía De Recuperación 1° Unidad Sexto


Enviado por   •  17 de Noviembre de 2014  •  1.565 Palabras (7 Páginas)  •  227 Visitas

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GUÍA DE LENGUAJE Y COMUNICACIÓN

SEXTO BÁSICO

1° UNIDAD: LA VIDA ES UNA AVENTURA MÁGICA

Nombre:……………………………………………………………………………………………… Fecha:…………………

Puntaje ideal: Puntaje obtenido: …………….. Nota:

I. Lee atentamente el texto:

Momo

(Michael Ende)

Fuera, en el extremo sur de esa gran ciudad, allí donde comienzan los primeros campos, y las chozas y chabolas son cada vez más miserables, quedan, ocultas en un pinar, las ruinas de un pequeño anfiteatro. Ni siquiera en los viejos tiempos fue uno de los suntuosos; ya por aquel entonces era, digamos, un teatro para gente humilde. En nuestros días, es decir, en la época en que se inició la historia de Momo, las ruinas estaban casi olvidadas. Solo unos pocos catedráticos de arqueología sabían que existían, pero no se ocupaban de ellas porque ya no había nada que investigar. Tampoco era un monumento que se pudiera comparar con los otros que había en la gran ciudad. De modo que sólo de vez en cuando se perdían por allí unos turistas, saltaban por las filas de asientos, cubiertas de hierbas, hacían ruido, hacían alguna foto y se iban de nuevo. Entonces volvía el silencio al círculo de piedra y las cigarras cantaban la siguiente estrofa de su interminable canción que, por lo demás, no se diferenciaba en nada de las estrofas anteriores.

En realidad, sólo la gente de los alrededores conocía el curioso edificio redondo. Apacentaban en él sus cabras, los niños usaban la plaza redonda para jugar a la pelota y a veces se encontraban ahí, de noche, algunas parejitas.

Pero un día corrió la voz entre la gente de que últimamente vivía alguien en las ruinas. Se trataba, al parecer, de una niña. No lo podían decir exactamente, porque iba vestida de un modo muy curioso. Parecía que se llamaba Momo o algo así.

El aspecto externo de Momo ciertamente era un tanto desusado y acaso podía asustar algo a la gente que da mucha importancia al aseo y el orden. Era pequeña y bastante flaca, de modo que ni con la mejor voluntad se podía decir si tenía ocho años sólo o ya tenía doce. Tenía el pelo muy ensortijado, negro como la pez, y con todo el aspecto de no haberse enfrentado jamás a un peine o unas tijeras. Tenía unos ojos muy grandes, muy hermosos y también negros como la pez y unos pies del mismo color, pues casi siempre iba descalza. Sólo en invierno llevaba zapatos de vez en cuando, pero solían ser diferentes, descabalados, y además le quedaban demasiado grandes. Eso era porque Momo no poseía nada más que lo que encontraba por ahí o lo que le regalaban. Su falda estaba hecha de muchos remiendos de diferentes colores y le llegaba hasta los tobillos. Encima llevaba un chaquetón de hombre, viejo, demasiado grande, cuyas mangas se arremangaba alrededor de la muñeca. Momo no quería cortarlas porque recordaba, previsoramente, que todavía tenía que crecer. Y quién sabe si alguna vez volvería a encontrar un chaquetón tan grande, tan práctico y con tantos bolsillos.

Debajo del escenario de las ruinas, cubierto de hierba, había unas cámaras medio derruidas, a las que se podía llegar por un agujero en la pared. Allí se había instalado Momo como en su casa. Una tarde llegaron unos cuantos hombres y mujeres de los alrededores que trataron de interrogarla. Momo los miraba asustada, porque temía que la echaran. Pero pronto se dio cuenta de que eran gente amable. Ellos también eran pobres y conocían la vida.

—Y bien —dijo uno de los hombres—, parece que te gusta esto.

—Sí —contestó Momo.

—¿Y quieres quedarte aquí?

—Sí, sí puedo.

—Pero, ¿no te espera nadie?

—No.

—Quiero decir, ¿no tienes que volver a casa?

—Ésta es mi casa.

—¿De dónde vienes, pequeña?

Momo hizo con la mano un movimiento indefinido, señalando algún lugar cualquiera a lo lejos.

—¿Y quiénes son tus padres? —siguió preguntando el hombre.

La niña lo miró perpleja, también a los demás, y se encogió un poco de hombros. La gente se miró y suspiró.

—No tengas miedo —siguió el hombre—. No queremos echarte. Queremos ayudarte. Momo asintió muda, no del todo convencida.

—Dices que te llamas Momo, ¿no es así?

—Sí.

—Es un nombre bonito, pero no lo he oído nunca. ¿Quién te ha llamado así?

—Yo —dijo Momo.

—¿Tú misma te has llamado así?

—Sí.

—¿Y cuándo naciste?

Momo pensó un rato y dijo, por fin:

—Por lo que puedo recordar, siempre he existido.

—¿Es que no tienes ninguna tía, ningún tío, ninguna abuela, ni familia con quien puedas ir?

Momo miró al hombre y calló un rato. Al fin murmuró:

—Ésta es mi casa.

—Bien, bien —dijo el hombre—. Pero todavía eres una niña. ¿Cuántos años tienes?

—Cien —dijo Momo, como dudosa.

La gente se rió, pues lo consideraba un chiste.

—Bueno, en serio, ¿cuántos años tienes?

—Cientodos —contestó Momo, un poco más dudosa todavía.

La gente tardó un poco en darse cuenta de que la niña sólo conocía un par de números que había oído por ahí, pero que no significaban nada, porque nadie le había enseñado a contar.

—Escucha —dijo el hombre, después de haber consultado con los demás—. ¿Te parece bien que le digamos a la policía que estás aquí? Entonces te llevarían a un hospicio, donde tendrías comida y una cama y donde podrías aprender a contar y a leer y a escribir y muchas cosas más. ¿Qué te parece, eh?

—No —murmuró—. No quiero ir allí. Ya estuve allí una vez. También había otros niños. Había rejas en las ventanas. Había azotes cada día, y muy injustos. Entonces, de noche, escalé la pared y me fui. No quiero volver allí.

—Lo entiendo —dijo un hombre viejo, y asintió. Y los demás también lo entendían y asintieron.

—Está bien —dijo una mujer—. Pero todavía eres muy pequeña. Alguien ha de cuidar de ti.

—Yo —contestó Momo aliviada.

—¿Ya sabes hacerlo? —preguntó la mujer. Momo calló un rato y dijo en voz baja:

—No necesito mucho.

La gente volvió a intercambiar miradas, a suspirar y a asentir.

—Sabes, Momo —volvió a tomar la palabra el hombre que había hablado primero—, creemos que quizá podrías quedarte con alguno de nosotros. Es verdad que todos tenemos poco sitio, y la mayor parte ya tenemos un montón de niños que alimentar, pero por eso creemos que uno más no importa.

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