LITERACIDAD DE TEXTOS
Enviado por TAZMANYSEXY • 8 de Mayo de 2012 • 2.510 Palabras (11 Páginas) • 1.286 Visitas
Bitácora 2
Nombre:
TALIA CRUZ ROBLES Usuario:
DS117651
Fecha de nacimiento:
05 DE MARZO DE 1978
Estado de nacimiento:
MÉXICO DF CURP:
CURT780305MDFRBL05 Cuenta de correo:
cruzroblesmx@hotmail.com
Teléfono:
57658890 Escuela donde labora:
ESCUELA SECUNDARIA NÚM. 69 MARTÍN V. GONZÁLEZ Nivel educativo en que labora:
SECUNDARIA
Ciudad y Estado:
NEZAHUALCOYOTL, EDO DE MEX
PISA aula 3: Formulemos preguntas a los textos
Para que tu tutor pueda conocer el contexto de esta actividad, te solicitamos copiar los textos y preguntas que trabajaste con tus alumnos:
Texto 1
UN JUEZ JUSTO
Un rey argelino llamado Bauakas quiso averiguar si era cierto o no, como le habían di-
cho, que en una de sus ciudades vivía un juez justo que podía discernir la verdad en el
acto, y que ningún pillo había podido engañarle nunca. Bauakas cambió su ropa por la
de un mercader y fue a caballo a la ciudad donde vivía el juez.
A la entrada de la ciudad, un lisiado se acercó al rey y le pidió limosna. Bauakas le
dio dinero e iba a seguir su camino, pero el tullido se aferró a su ropaje.
– ¿Qué deseas? -preguntó el rey- ¿No te he dado dinero?
– Me diste una limosna -dijo el lisiado- ahora hazme un favor. Déjame montar con-
tigo hasta la plaza principal, ya que de otro modo los caballos y camellos pueden piso-
tearme.
Bauakas sentó al lisiado detrás de él sobre el caballo y lo llevó hasta la plaza.
Allí detuvo su caballo, pero el lisiado no quiso bajarse.
– Hemos llegado a la plaza, ¿por qué no te bajas? -preguntó Bauakas.
– ¿Por qué tengo que hacerlo? -contestó el mendigo-. Este caballo es mío. Si no
quieres devolvérmelo, tendremos que ir a juicio.
Al oír su disputa, la gente se arremolinó alrededor de ellos gritando:
– ¡Id al juez! ¡Él juzgará!
Bauakas y el lisiado fueron al juez. Había más gente ante el tribunal y el juez lla-
maba a cada uno por turno. Antes de llegar a Bauakas y al lisiado, escuchó a un estu-
diante y a un campesino. Habían ido al tribunal a causa de una mujer: el campesino
decía que era su esposa y el estudiante decía que era la suya. El juez escuchó a los
dos, permaneció en silencio durante un momento, y luego dijo:
– Dejad a la mujer aquí conmigo y volved mañana.
Cuando se hubieron ido, un carnicero y un mercader de aceite se presentaron an-
te el juez. El carnicero estaba manchado de sangre y el mercader de aceite. El carnicero
llevaba unas monedas en la mano y el mercader de aceite se agarraba a la mano del
carnicero.
– Estaba comprando aceite a este hombre - dijo el carnicero - y, cuando cogí mi
bolsa para pagarle, me cogió la mano e intentó quitarme todo el dinero. Por eso hemos
venido ante ti; yo sujetando mi bolsa y él sujetando mi mano. Pero el dinero es mío y él
es un ladrón.
A continuación habló el mercader de aceite:
– Eso no es verdad -dijo-. El carnicero vino a comprarme aceite y después de lle-
narle un jarro, me pidió que le cambiara una pieza de oro. Cuando saqué mi dinero y lo
puse en el mostrador, él lo cogió e intentó huir. Lo agarré de la mano, como ves, y lo he
traído ante ti.
El juez permaneció en silencio durante un momento, luego dijo:
– Dejad el dinero aquí conmigo y volved mañana.
Cuando llegó su turno, Bauakas contó lo que había sucedido. El juez lo escuchó y
después pidió al mendigo que hablara.
– Todo lo que ha dicho es falso -dijo el mendigo-. Él estaba sentado en el suelo y
yo iba a caballo por la ciudad, cuando me pidió que lo llevase. Lo monté en mi caballo y
lo llevé a donde quería ir. Pero, cuando llegamos allí, no quiso bajarse y dijo que el ca-
ballo era suyo, lo cual no es cierto.
El juez pensó un momento, luego dijo:
– Dejad el caballo conmigo y volved mañana.
Al día siguiente, fue mucha gente al tribunal a escuchar las sentencias del juez.
Primero vinieron el estudiante y el campesino.
– Toma tu esposa -dijo el juez al estudiante- y el campesino recibirá cincuenta lati-
gazos.
El estudiante tomó a su mujer y el campesino recibió su castigo.
Después, el juez llamó al carnicero.
– El dinero es tuyo -le dijo. Y señalando al mercader de aceite, dijo:
– Dadle cincuenta latigazos.
A continuación llamó a Bauakas y al lisiado.
– ¿Reconocerías tu caballo entre otros veinte? -preguntó a Bauakas.
– Sí -respondió.
– ¿Y tú? -preguntó al mendigo.
– También -dijo el lisiado.
– Ven conmigo -dijo el juez a Bauakas.
Fueron al establo. Bauakas señaló inmediatamente a su caballo entre los otros
veinte. Luego el juez llamó al lisiado al establo y le dijo que señalara el caballo. El men-
digo también reconoció el caballo y lo señaló. El juez volvió a su asiento.
– Coge el caballo, es tuyo -dijo a Bauakas- Dad al mendigo cincuenta latigazos.
Cuando el juez salió del tribunal y se fue a su casa, Bauakas le siguió.
– ¿Qué quieres? -le preguntó el juez-. ¿No estás satisfecho con mi sentencia?
– Estoy satisfecho -dijo Bauakas-. Pero me gustaría saber cómo supiste que la
mujer era del estudiante, el dinero del carnicero y que el caballo era mío y no del men-
digo.
– De este modo averigüé lo de la mujer: por la mañana la mandé llamar y le dije:
«¡Por favor, llena mi tintero!» Ella cogió el tintero, lo lavó rápida y hábilmente y lo llenó
de tinta; por lo tanto, era una tarea a la que ella estaba acostumbrada. Si hubiera sido la
mujer del campesino, no hubiera sabido cómo hacerlo. Esto me demostró que el estu-
diante estaba diciendo la verdad.
Y de esta manera supe lo del dinero: lo puse en una taza llena de agua, y por la
mañana miré si había subido a la superficie algo de aceite. Si el dinero hubiera pertene-
cido al mercader de aceite, se hubiera ensuciado con sus manos grasientas. No había
aceite en el agua, por lo tanto, el carnicero decía la verdad.
Fue más difícil descubrir lo del caballo. El tullido lo reconoció entre otros veinte,
igual que tú. Sin embargo,
...