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La Gallina De Los Huevos De Luz


Enviado por   •  6 de Agosto de 2013  •  2.072 Palabras (9 Páginas)  •  514 Visitas

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Prof: Monica Yañez

La gallina de los huevos de luz" ( Francisco Coloane Francisco Coloane)

-¡La gallina no! -gritó el guardián primero del faro, Oyarzo, interponiéndose entre su compañero y la pequeña gallina de color flor de haba que saltó cacareando desde un rincón.

Maldonado, el otro guardafaro, miró de reojo al guardián primero, con una mirada en la que se mezclaban la desesperación y la cólera.

Hace más de quince días que el mar y la tierra luchan ferozmente en el punto más tempestuoso del Pacífico sur: el Faro Evangelistas, el más elevado y solitario de los islotes que marcan la entrada occidental "del Estrecho de Magallanes, y sobre cuyo pelado lomo se levantan la torre del faro y su fanal, como única luz y esperanza que tienen los marinos para escapar de las tormentas oceánicas.

La lucha de la tierra y el mar es allí casi permanente. La Cordillera de los Andes trató, al parecer, de oponerle algunos murallones, pero en el combate de siglos todo se ha resquebrajado; el agua se ha adentrado por los canales, ha llegado hasta las heridas de los fiordos cordilleranos y sólo han permanecido abofeteando al mar los puños más fieros, cerrados en dura y relumbrante roca como en el Faro Evangelistas.

Es un negro y desafiante islote que se empina a gran altura. Sus costados son lisos y cortados a pique. La construcción del faro es una página heroica de los bravos marinos de la Subinspección de Faros del Apostadero Naval de Magallanes, y el primero que escaló el promontorio fue un héroe anónimo como la mayoría de los hombres que se enfrentan con esa naturaleza.

Hubo que izar ladrillo tras ladrillo. Hoy mismo, los valientes guardafaros que custodian el fanal más importante del Pacífico sur están totalmente aislados del mundo en medio del océano. Hay un solo y frágil camino para ascender del mar a la cumbre; es una escala de cuerdas llamada en jerga marinera "escala de gato", que permanece colgando al borde del siniestro acantilado.

Los víveres son izados de las chalupas que se atracan al borde por medio de un winche instalado en lo alto e impulsado a fuerza de brazos.

Una escampavía de la Armada Nacional sale periódicamente de Punta Arenas a recorrer los faros del oeste, proveyéndolos de víveres y de acetileno.

La comisión más temida para estos pequeños y vigorosos transportes de alta mar es Evangelistas, pues cuando hay mal tiempo es imposible acercarse al faro y arriar las chalupas balleneras en que se transporta la provisión.

Como una advertencia para esos marineros, existe a unas millas al interior el renombrado puerto de "Cuarenta Días", único refugio en el cual han estado durante todo este tiempo barcos capeando el temporal. Algunas veces una escampavía, aprovechando una tregua, ha salido a toda máquina para cumplir su expedición, y ya al avistar el faro se ha desencadenado otra vez el temporal, teniendo que regresar de nuevo al abrigado refugio de "Cuarenta Días".

Esta vez la tempestad dura más de quince días. La tempestad de afuera, de los elementos, en la que el enhiesto peñón se estremece y parece quejarse cuando las montañas de agua se descargan sobre sus lisos costados, porque adentro, bajo la torre del faro, en un corazón humano, en un cerebro acribillado por las marejadas de goterones de lluvia repiqueteando en el techo de cinc, en una sensibilidad castigada por el aullido silbante del viento rasgándose en el torreón, en un hombre débil y hambriento, se está desarrollando otra lenta y terrible tempestad.

Era la segunda vez que Oyarzo salvaba la milagrosa y única gallina de los ímpetus desesperados de su compañero. ¡La gallina había empezado a poner justamente el mismo día en que iba a ser sacrificada!

Los guardafaros habían agotado todos los víveres y reservas. La escampavía se había atrasado ya en un mes y el temporal no amainaba, embotellándola seguramente en el puerto de "Cuarenta Días".

Como por un milagro, la gallina ponía todos los días un huevo que, batido con un poco de agua con sal y la exigua ración de cuarenta porotos asignada a cada uno, servía de precario alimento a los dos guardafaros.

-¡Toma tus cuarenta porotos! -dijo Oyarzo, alargando la ración a su compañero.

Maldonado miró el diminuto montón de fréjoles en el hueco de su mano. "¡Nunca -pensó- su vida había estado reducida a esto! ¡No -ahora recuerda-, sólo una vez ocurrió lo mismo en el faro San Félix, cuando al póquer perdió su soldada de dos años y, convertida también en un montón de porotos, pasó de sus manos a las de sus compañeros!"

Pero eran tan sólo dos años de vida y ahora éstos constituían toda su vida, la salvación de las garras de la sutil pantera del hambre, que en su ronda se acercaba cada día más al faro.

"¡Y este Oyarzo -continuaba en las reflexiones de su cerebro debilitado-, tan duro, tan cruel, pero al mismo tiempo tan fuerte y tan leal!" Se había ingeniado para racionar la pequeña cantidad de porotos muy equitativamente, y, a veces, le pasaba hasta unos cuantos más, sacrificando su parte. Hasta la gallina tenía su ración: se los daba con conchuela molida y un poco recalentados para que no dejara de poner.

Cada día y cada noche que pasaban bajo el estruendo constante del mar embravecido, la muerte estaba más cerca y el hambre hincaba un poco más su lívida garra en esos dos seres.

Oyarzo era un hombre alto, huesudo, de pelo tieso y tez morena. Maldonado era más bajo, delgado y en realidad más débil.

Si no hubiera sido por aquel hombro-nazo, seguramente el otro ya habría perecido con gallina y todo.

Oyarzo era el sabio artífice que prolongaba esas tres existencias en un inteligente y denodado combate contra la muerte, que ya se colaba por el resquicio del hambre. ¡La gallina, el hombre y el hombre! ¡La energía de unos diminutos fréjoles que pasaba de uno a otros! ¡El milagroso huevo que día a día levantaba las postreras fuerzas de esos hombres para encender el fanal, seguridad y esperanza de los marinos que surcaban la desdichada ruta!

Maldonado empezó a obsesionarse

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