La Honradez
Enviado por julioraor87 • 22 de Septiembre de 2014 • 709 Palabras (3 Páginas) • 204 Visitas
Autor: P. Sergio G. Román | Fuente: Desde la fe
La Honradez
Se entiende por honradez el respeto a los bienes ajenos
La Honradez
El hijo mayor
Cuando don Fernando se sintió viejo y se dio cuenta de que ya no podía estar al frente de sus asuntos, puso su ranchito a nombre del hijo mayor para que él se hiciera responsable. Con un sentido muy grande del honor, le pidió que cuando él muriera repartiera la herencia equitativamente entre sus hermanos.
Murió el viejo y, una vez enterrado, se juntaron los hermanos para hablar de la repartición del ranchito. El hermano mayor ni siquiera asistió a la reunión; mandó a su mujer a decirles que “papelito habla” y que él era el único dueño del ranchito y que le hicieran como quisieran. Ganó el ranchito y perdió a sus hermanos. Él es el dueño legal, pero aquí hay otro caso más de que lo legal no siempre es lo justo. Ante sus hermanos, ante su esposa y sus hijos, y sobre todo, ante Dios, él es un simple ladrón, un hombre sin honor que traicionó por ambición la voluntad de su padre. Por cierto, cuando este hombre quiera confesarse, el sacerdote le condicionará la absolución a la restitución justa de esos bienes y de las ganancias que con ellos haya hecho. Dice la moral: “restitución o condenación”.
¿Qué es ser honrado?
Literalmente viene de “honor”: un hombre honrado es un hombre de honor.
Se entiende por honradez el respeto a los bienes ajenos.
Por bienes entendemos no sólo los materiales necesarios para una vida digna, sino también otros bienes, intangibles pero también reales, que necesitamos para el bienestar al que tenemos derecho. Por ejemplo, la buena fama.
Un hombre honrado es el que respeta los bienes de los demás y el que se esfuerza por conseguir, con su trabajo honrado, los bienes que él mismo necesita para vivir y ser feliz.
La honradez, como valor, exige ese respeto a lo ajeno aun cuando las circunstancias pudieran permitir apropiárselo sin consecuencias legales o sociales. El juez más severo de nuestros actos somos nosotros mismos y ha de ser muy triste vivir sabiendo que somos ladrones. Para nosotros los creyentes existe también la conciencia de que Dios exige la devolución de los bienes robados.
La imagen popular del buen ladrón que roba a los ricos para dar a los pobres, no es más que un signo de una revolución siempre buscada, pero jamás alcanzada que impidiera a unos cuantos apropiarse de los bienes que los demás necesitan para vivir. Hoy sabemos que es pecado la acumulación de la riqueza y propiciar la pobreza. Sobre las riquezas acumuladas, decía Juan Pablo II en Cuilapa, Oaxaca, existe una hipoteca social. Y Jesús decía algo mucho más grave: ¡Qué difícil es que un rico se salve!
Un rico católico
...