La Locura Del Sujeto Normal
Enviado por jers1996 • 30 de Septiembre de 2013 • 2.152 Palabras (9 Páginas) • 256 Visitas
La locura del sujeto normal
Enrique Carpintero *
Según una de las versiones del mito, Prometeo descendía de una antigua generación de Dioses que habían sido
destronados por Zeus. Era hijo de Titán y de Asia, él sabia que en la tierra reposaba la simiente de los cielos, por eso
recogió arcilla, la mojó con sus lágrimas y las amasó, formando con ella varias imágenes semejantes a los dioses, los
Humanos. Fue así que surgieron, según la leyenda, los primeros seres humanos, que poblaron la tierra. Prometeo
entonces se aproximó a sus criaturas y les enseñó a subyugar a los animales y usarlos como auxiliares en el trabajo. Les
mostró como construir barcos y velas para la navegación, les enseño a observar las estrellas, a dominar el arte de
contar y escribir y hasta como preparar los alimentos nutritivos, ungüento para los dolores y remedios para curar las
dolencias.
Pero Zeus, sospechaba de los humanos, ya que no fue él quien los creó. Por consiguiente, cuando Prometeo reivindicó
para ellos el fuego, que les era imprescindible para la preparación de los alimentos, para el trabajo y principalmente
para el progreso material y el desenvolvimiento emocional, el Dios griego decidió negárselo, temiendo que las nuevas
criaturas se volviesen más poderosas que él. Prometeo resolvió frustrarle sus planes, con la intención de conseguir para
los humanos ese precioso instrumento. Con un palo hecho de un pedazo de vegetal seco, se dirigió al carro del Sol
donde a escondidas tomó un poco de fuego, trayéndolo para los seres humanos, entregándoles así el secreto del fuego.
Solo cuando por toda la tierra se encendieron las fogatas es que Zeus tomó conocimiento del robo de Prometeo, pero
ya era tarde. Puesto que ya no podía confiscar el fuego a los hombres, concibió ahí para ellos un nuevo maleficio: les
envió a Pandora, de una gran belleza, con una caja portadora de muchos males. Prometeo le advirtió a su hermano
Epimeteo de no aceptar ningún presente de Zeus, pero Epimeteo no lo recordó y recibió con alegría a la linda
doncella, abriendo la caja de los males los cuales se esparcieron rápidamente sobre la tierra. Junto a ellos se
encontraba el más precioso de los tesoros, La Esperanza; pero Zeus le había encomendado a Pandora no dejarla salir y
así fue hecho.
Los hombres que hasta aquel momento habían vivido sin sufrimientos, sin dolencias, sin torturas y sin vicios,
comenzaron a partir de entonces a corromperse sin la Esperanza.
Después de esto, vengándose de Prometeo, le envío al desierto donde fue puesto preso con cadenas a una pared de un
terrible abismo, sin reposo alguno, durante 30 siglos. Sufrió la amargura de que su hígado sea devorado por un Águila
que venia cada día a la región para dicho fin, después de que el órgano se volvía a reconstituir ya que Prometeo era
inmortal. Por fin llegó el día de su redención. Hércules al ver al águila devorando el hígado de Prometeo, tomó su
flecha lanzándola sobre la misma. Enseguida soltó las cadenas y llevó a Prometeo consigo.
El mito de Prometeo simboliza esa luz, que bajando a la tierra intenta iluminar a los hombres, apartándolos de la
oscuridad intentando con ello devolverles al camino de la solidaridad, es así que el sufrimiento de 30 siglos representa
ese sacrificio del iniciado, a lo largo de la historia en el ejercicio difícil de liberar a los hombres de la ilusión. El mito
esclarece la oposición entre las tinieblas y la luz, entre la conciencia y lo inconsciente del ser. Ser conscientes,
significa ser dueños de sí mismo, de los propios pensamientos, de los propios actos, fallas y actitudes. Conocer el
propio pasado, proyectar el futuro y estar en el presente con los otros humanos que nos constituyen.
Los muros invisibles
Hablar de los muros inmediatamente nos remite a los muros que se han instalado en el capitalismo mundializado para
separarnos de los otros. Los otros son los diferentes, los bárbaros que nos confrontan con la ilusión del mundo feliz que
nos ofrece la “economía de mercado”. Los bárbaros están allí para decirnos que ese mundo feliz no exist
Los muros invisibles
Hablar de los muros inmediatamente nos remite a los muros que se han instalado en el capitalismo mundializado para
separarnos de los otros. Los otros son los diferentes, los bárbaros que nos confrontan con la ilusión del mundo feliz que
nos ofrece la “economía de mercado”. Los bárbaros están allí para decirnos que ese mundo feliz no existe. Es una
ilusión. Los invisibles se visibilizan para decirnos que ellos no participan de esa ilusión.
Sin embargo estos muros visibles hablan de otros muros invisibles que cercan nuestra subjetividad. Muros que se
instalan en la subjetividad y nos llevan a la soledad y al aislamiento. Muros que nos separan de los otros y de nosotros
mismos. Si el yo se construye en la relación con un otro humano como alteridad, la no existencia del otro lleva al
sujeto a encerrarse en un narcisismo cuya negatividad lo empobrece emocionalmente. Estos muros me encierran en la
violencia destructiva y autodestructiva, en la sensación de vacío, de la nada.
La cultura dominante somete nuestra subjetividad a través de lo que llamamos un exceso de realidad que produce
monstruos. Esta realidad excesiva nos satura en una acumulación de objetos fetiches que nos lleva a una colisión de
exceso de tiempo y de exceso de espacio. El tiempo subjetivo va mucho más rápido que las agujas del reloj. Esto nos
lleva a querer estar en varios lugares al mismo tiempo. Claro, ilusoriamente lo podemos hacer a través del celular o
del e-mail. Para ello está la realidad virtual. Esta realidad rebosante de exceso de realidad nos asedia en lo más
profundo de nosotros mismos. Su resultado es transformarnos en espectadores pasivos para que consumamos los
objetos fetiches como una forma de paliar nuestra angustia.
Cuando hablo de objetos fetiches me estoy refiriendo a un concepto clásico de la economía política elaborado por
Marx: el fetichismo de la mercancía. Brevemente éste refiere a que en el capitalismo la mercancía se transforma enuna pura representación que supuestamente tiene un valor por sí misma según el valor que le asigna el mercado. De
esta manera la mercancía aparece como un fetiche que niega el carácter autentico de ser un valor creado por el
trabajo humano. Lo que queremos destacar es este valor de la
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