Las Estrellas
Enviado por italokatekaru • 3 de Julio de 2011 • 4.370 Palabras (18 Páginas) • 1.639 Visitas
Resumen: Elegimos como motivos destacados de la obra de Vargas Llosa los tres aspectos que aparecen en el título -seducción, erotismo y amor- los cuales se cumplen en ambos antagonistas de modo diverso, pero innegablemente cíclico. En la niña mala prevalece la noción seductora que resulta expresada en las diferentes facetas de su comportamiento y el protagonista emerge como una víctima de esta seducción. El erotismo se cumple en etapas también, en las cuales Otilia “educa” a Ricardo hasta convertirlo en un adicto al sexo, mejor dicho, un adicto a su cuerpo de hembra tentadora. En cuanto al tema del amor, el comportamiento de ambos antagonistas difiere: Ricardo vive en el primer encuentro el deslumbramiento que posteriormente lo conducirá de manera gradual al erotismo, el cual definitivamente anclará en el amor que de forma innegable deposita en la niña mala.
Palabras clave: Vargas Llosa, seducción, literatura amorosa
Parece de antemano imposible o, por lo menos, difícil de asumir en un mundo que día a día se vuelve más escéptico, que el narrador de esta novela encare no sólo el tema del amor, sino también el del erotismo y la seducción de una manera tan peculiarmente interconectada que no puedan separarse -al menos radicalmente- uno de los otros.
He planteado el orden de los temas de la siguiente manera: “Seducción, erotismo y amor”. Esto acontece con Otilia -personaje principal de la novela- en quien prevalece la necesidad de seducir primero, entregarse luego a un erotismo que es para ella tentativo y gradual, para concluir -no en todos los casos, posiblemente sólo en uno- inmersa en una forma peculiar del amor que ella profesa por el protagonista de la novela.
Ricardo y Lily, Ricardo y Arlette por mencionar tan solo dos de los momentos cíclicos que reúnen a los antagonistas en esa lucha irrefrenable que sostienen y mediante la cual desean: uno, aferrarse y eternizar el momento y, la otra, intentar un acercamiento del cual no está convencida, en tanto que una voz interior le grita que algo hay para descubrir que ella aún no ha percibido claramente.
Observemos en primera instancia el motivo poético de la seducción. Cuando Arlette -segundo rostro simbólico de Otilia- llega a París, el focalizador interno fijo graba tres o cuatro características de la personalidad de la joven que van más allá de meros atributos individuales para anclar en una manera de ser no totalmente preconcebida, pero que delinea rasgos implícitos de una personalidad carismática para el amor y el sexo.
Ella tiene una silueta graciosa, una piel cálida y, a pesar de la vestimenta en extremo sencilla y algo grotesca que llevaba, hay una señal que puede percibirse más allá de esos vestidos, se halla ese toque femenino expresado en la manera de caminar y moverse, aunado al modo de fruncir sus gruesos labios cuando habla de temas no del todo trascendentes.
Y ella no es una actriz consciente de su papel, es más bien alguien que desempeña un rol que desconoce en lo inmediato y que conoce mediatamente a la perfección cuando su experiencia le permite ver y palpar los resultados que alcanza.
Dicho de otro modo, se trata de una mujer capaz de atrapar en las redes de sus movimientos seductores al más prevenido. Teje su tela con los materiales que la madre naturaleza le ha dado; captura a su víctima y se sienta a devorarla pausadamente; se deleita y sufre a la vez, porque sabe que muchas veces las cosas le salen muy bien, pero en otras ocasiones no sucede así.
Otro atributo que radica también en la cara son sus ojos oscuros y expresivos; diría más bien, ojos equívocamente expresivos y simbólicamente oscuros; no pasamos por alto la referencia racial que se indica en el negro de sus ojos, pero quiero detenerme en la sugerencia que está implícita en ellos. Al igual que el Tabaré de Zorrilla con sus ojos azules representaba la unión forzada de dos culturas, también la niña mala con sus ojos oscuros alegoriza la unión de una mujer tipológica, casi podríamos decir “común y corriente”, con otro tipo menos común y nada corriente; me refiero a la fémina que se ha formado en la escuela de la necesidad y la búsqueda y que ha moldeado en esta misma escuela una personalidad que atrapa, subyuga y erotiza. Su magia consiste precisamente en no contar con sortilegio alguno, a no ser su capacidad innata para envolver a la víctima y alimentarse gradualmente de ella.
Además, sus ojos envían muchos mensajes simultáneos que aluden a su “estar en el mundo”, a su necesidad de ser tenida en cuenta, a la gracia implícita de su juventud tentadora, a su requerimiento constante de búsqueda; en fin, a mucho más que confunde y atonta bajo el manto de la seducción a la víctima propiciatoria, la cual se deja engañar por el carácter equívoco de esa mirada y por la ternura aparente que a la menor provocación se vuelve ferocidad que destruye. Me atrevo a decir que es una mirada a la que no hay que responder con otra mirada si no se quiere correr el riesgo de perder la paz espiritual y el desahogo que da -muchas veces así sucede- la inocencia de una vida no comprometida con las apariencias que el amor ofrece.
El narrador focalizador interno fijo [1] señala: “Sigue manando de ella esa picardía que yo recordaba muy bien.” [2]
Al reconocerla, Ricardo ve en esta mujer los atributos eternos de una fémina de quien podría decirse también en voz paralela a la de Dostoievski: “¡Qué bella es! Si fuera buena todo se habría salvado” [3]. Es más, todavía se puede decir, porque la niña mala no ha caído aún en el hondo abismo axiológico que por sus acciones posteriores le tendrá reservado el destino.
Inclusive podemos llegar a pensar que esa misma picardía -inherente al personaje- podría ser una manera válida de rescatarla de la ruindad moral que la aguarda. Pero Otilia prefiere valerse de esa “picardía” con otros fines completamente ajenos a una escala moral determinada; prefiere utilizarla como anzuelo eficaz para atrapar y corromper al hombre en turno.
Deseo detenerme un momento en el concepto de “corrupción” que es también inseparable del personaje. Mediante la ruta equívoca de la seducción ella procede a llevar a cabo la cuidadosa tarea de la perversión del otro. En Ricardo el proceso se cumple de manera progresiva y puntual. No de forma total, porque no llega al extremo de arruinarlo físicamente mediante algún contagio inherente a los riesgos constantes de connivencia carnal con hombres tan diversos; pero alcanza -creo que esto es más terrible que lo otro- un grado de acción pervertidora en términos espiritualmente morbosos. La corrupción de Ricardo se ofrece en cifras de obsesiva dependencia y degradación; de una manera de sometimiento consciente y al mismo tiempo inconsciente a esa mujer que paulatinamente
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