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Lazarillo


Enviado por   •  7 de Marzo de 2014  •  2.907 Palabras (12 Páginas)  •  216 Visitas

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Prólogo

Yo por bien tengo que cosas tan señaladas, y por ventura nunca oídas ni vistas,

vengan a noticia de muchos y no se entierren en la sepultura del olvido, pues

podría ser que alguno que las lea halle algo que le agrade, y a los que no

ahondaren tanto los deleite; y a este propósito dice Plinio que no hay libro, por

malo que sea, que no tenga alguna cosa buena; mayormente que los gustos no

son todos unos, mas lo que uno no come, otro se pierde por ello. Y así vemos

cosas tenidas en poco de algunos, que de otros no lo son. Y esto, para ninguna

cosa se debría romper ni echar a mal, si muy detestable no fuese, sino que a todos

se comunicase, mayormente siendo sin perjuicio y pudiendo sacar della algún

fruto; porque si así no fuese, muy pocos escribirían para uno solo, pues no se hace

sin trabajo, y quieren, ya que lo pasan, ser recompensados, no con dineros, mas

con que vean y lean sus obras, y si hay de que, se las alaben; y a este propósito

dice Tulio: “La honra cría las artes.” ¿Quien piensa que el soldado que es primero

del escala, tiene más aborrecido el vivir? No, por cierto; mas el deseo de alabanza

le hace ponerse en peligro; y así, en las artes y letras es lo mesmo. Predica muy

bien el presentado, y es hombre que desea mucho el provecho de las animas;

mas pregunten a su merced si le pesa cuando le dicen: “¡Oh, qué

maravillosamente lo ha hecho vuestra reverencia!” Justo muy ruinmente el señor

don Fulano, y dio el sayete de armas al truhán, porque le loaba de haber llevado

muy buenas lanzas. ¿Qué hiciera si fuera verdad?

Y todo va desta manera: que confesando yo no ser mas santo que mis vecinos,

desta nonada, que en este grosero estilo escribo, no me pesara que hayan parte y

se huelguen con ello todos los que en ella algún gusto hallaren, y vean que vive un

hombre con tantas fortunas, peligros y adversidades.

Suplico a Vuest ra Merced reciba el pobre servicio de mano de quien lo hiciera

más rico si su poder y deseo se conformaran. Y pues V.M. escribe se le escriba y

relate el caso por muy extenso, parecióme no tomalle por el medio, sino por el

principio, porque se tenga entera noticia de mi persona, y también porque

consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues

Fortuna fue con ellos parcial, y cuanto más hicieron los que, siéndoles contraria,

con fuerza y maña remando, salieron a buen puerto.

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Tratado Primero: Cuenta Lázaro su vida, y cúyo hijo fue.

Pues sepa V.M. ante todas cosas que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de

Tomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi

nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tome el sobrenombre, y fue

desta manera. Mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda

de una aceña, que esta ribera de aquel río, en la cual fue molinero mas de quince

años; y estando mi madre una noche en la aceña, preñada de mí, tomóle el parto y

parióme allí: de manera que con verdad puedo decir nacido en el río. Pues siendo

yo niño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los

costales de los que allí a moler venían, por lo que fue preso, y confesó y no negó y

padeció persecución por justicia. Espero en Dios que está en la Gloria, pues el

Evangelio los llama bienaventurados. En este tiempo se hizo cierta armada contra

moros, entre los cuales fue mi padre, que a la sazón estaba desterrado por el

desastre ya dicho, con cargo de acemilero de un caballero que allá fue, y con su

señor, como leal criado, feneció su vida.

Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los

buenos por ser uno dellos, y vínose a vivir a la ciudad, y alquiló una casilla, y

metióse a guisar de comer a ciertos estudiantes, y lavaba la ropa a ciertos mozos

de caballos del Comendador de la Magdalena, de manera que fue frecuentando

las caballerizas. Ella y un hombre moreno de aquellos que las bestias curaban,

vinieron en conocimiento. Éste algunas veces se venía a nuestra casa, y se iba a

la mañana; otras veces de día llegaba a la puerta, en achaque de comprar huevos,

y entrábase en casa. Yo al principio de su entrada, pesábame con él y habíale

miedo, viendo el color y mal gesto que tenía; mas de que vi que con su venida

mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan, pedazos de

carne, y en el invierno leños, a que nos calentábamos. De manera que,

continuando con la posada y conversación, mi madre vino a darme un negrito muy

bonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar. Y acuérdome que, estando el

negro de mi padre trebejando con el mozuelo, como el niño vía a mi madre y a mí

blancos, y a él no, huía dél con miedo para mi madre, y señalando con el dedo

decía: “¡Madre, coco!”.

Respondió él riendo: “¡Hideputa!”

Yo, aunque bien mochacho, noté aquella palabra de mi hermanico, y dije entre mí

“¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí

mesmos!”

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Quiso nuestra fortuna que la conversación del Zaide, que así se llamaba, llegó a

oídos del mayordomo, y hecha pesquisa, halloóe que la mitad por medio de la

cebada, que para las bestias le daban, hurtaba, y salvados, leña, almohazas,

mandiles, y las mantas y sábanas de los caballos hacií perdidas, y cuando otra

cosa no tenía, las bestias desherraba, y con todo esto acudía a mi madre para criar

a mi hermanico. No nos maravillemos de un clérigo ni fraile, porque el uno hurta

de los pobres y el otro de casa para sus devotas y para ayuda de otro tanto,

cuando a un pobre esclavo el amor le animaba a esto. Y probósele cuanto digo y

aun más, porque a mí con amenazas me preguntaban, y como niño respondía, y

descubría cuanto sabía con miedo, hasta ciertas herraduras que por mandado de

mi madre a un herrero vendí. Al triste de mi padrastro azotaron y pringaron, y a mi

madre pusieron pena por justicia, sobre el acostumbrado centenario, que en casa

del sobredicho Comendador no entrase, ni al lastimado Zaide en la suya acogiese.

Por no echar la soga tras el caldero, la triste se esforzó y cumplió la sentencia; y

por evitar peligro y quitarse de malas lenguas, se fue a servir a los que al presente

...

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