LAZARILLO
Enviado por adriannayelpo • 25 de Noviembre de 2013 • 3.915 Palabras (16 Páginas) • 258 Visitas
La “o” establece una equivalencia, no una disyunción porque “Lazarillo…” es la expresión ficcionalizada de la voz del Otro, esto es, del marginal, del excluido, del doblemente excluido, porque lo es tanto en el plano social como en el literario.
Es el Otro en la medida en que pertenece a una clase social inferior dentro de una sociedad eminentemente estamental y aristocrática como lo es la española del siglo XVI.
Desde la perspectiva dominante no sólo es el Otro, sino que representa lo Otro porque carece de honor y de valor (en todo el sentido del término). Por lo tanto, no merece ser tomado en serio, peor aún, ni siquiera en cuenta.
Entre Lázaro y los miembros del sector dominante existe una diferencia insuperable porque, desde la perspectiva vigente en ese momento, era una diferencia de naturaleza, no simplemente de clase. Un autor de la época, el cronista Juan Ginés de Sepúlveda (1490?-1573) expresa con meridiana claridad esta convicción básica de la mentalidad estamental cuando afirma que hay “unos que por naturaleza son señores, otros que por naturaleza son siervos”. Y no olvidemos que esa insalvable distancia por naturaleza contaba, además, con respaldo divino.
Lázaro resulta descalificado en los tres ejes de relación con el Otro que Todorov1 distingue:
1) Axiológico: No tiene honor ni valor.
2) Praxeológico: Es un inferior, apto sólo para cumplir órdenes. Su destino es servir.
3) Epistémico: No es objeto de conocimiento, sino a lo sumo de divertida o condescendiente curiosidad.
Pero, además de la condena por nacimiento a la inferioridad, a no ser (ni Sujeto, ni Objeto, sino tan sólo ejecutor de órdenes) está lo que su propia conducta aporta a su deshonor innato: el “caso”, la aceptación de su condición de marido engañado. Desde la perspectiva dominante, el “caso” no es más que una prueba adicional y una divertida consecuencia de la deshonra inherente a su condición.
El discurso central de esa sociedad, en cuanto expresión de la clase dominante, justifica y reafirma así su poder, a la vez que anestesia su conciencia: la existencia de inferiores, condenados a un vivir de miseria y deshonra, y de deshonra para tratar de escapar a la miseria, no es producto de una injusticia de la que esa clase deba sentirse responsable (culpable), sino de una exculpatoria e inevitable diferencia de origen querida por Dios.
Gracias a ese discurso y a la mentalidad que lo genera y es, a su vez, expandida y fijada por dicho discurso, el inferior se convierte en el Otro, esto es, en un individuo invisible e inaudible en cuanto ser humano y, por lo tanto, indefinida y tranquilizadoramente utilizable como instrumento. No es, sirve. Y sirve en la medida en que no es y se lo puede explotar sin remordimiento alguno.
Para ese discurso central (y excluyente) de raíces aristotélicas y dilatada vigencia, el Otro no existe más que para ser descalificado. No es de extrañar, por lo tanto, que su presencia en la Literatura, uno de los componentes del mencionado discurso, fuera escasa cuando no nula. Por lo general, su reducida participación se llevaba a cabo bajo dos formas:
a) Como masa indiferenciada y apenas audible a través de la voz dominante del narrador: “Entonçe otorgaron todos quanto dixo don Alvaro” (“Poema del Mio Cid”). Su función en este caso es servir de marco o trasfondo contra el que se destaca la acción del héroe, cuya grandeza contribuye a resaltar.
b) Como personaje-tipo, de índole humorística por lo general y presencia puramente episódica. Su función suele ser distensiva. Sin embargo, en ocasiones, puede aparecer como malevolente y engañoso, reafirmando de este modo la imagen dominante acerca del inferior, como ente moralmente indigno y potencialmente peligroso.
“Lazarillo…” introduce una transformación radical, ya que con esta novela el inferior, el Otro, ingresa a la Literatura no sólo como protagonista, sino también como narrador. El Otro se adueña así de la acción, la voz y la perspectiva. De este modo, podrá dar testimonio de su existencia y su valer.
Con tal fin, la novela tiene que enmascararse de narración autobiográfica y la ficción fingirse verdad testimonial. F. Rico2 señala que, como el público de la época no estaba habituado a que un inferior narrara y protagonizara una obra, la novela tenía forzosamente que permanecer anónima para que así, bajo la apariencia de un testimonio auténtico, la ficción resultara admisible.
El autor se eclipsa para que el narrador pueda ser creído. El anonimato es la garantía de la “autenticidad” del testimonio. Mucho se habla hoy día de la “muerte del autor” (consumación del viejo y acariciado sueño de tantos críticos). Sin embargo, hace casi 5 siglos, en los albores de la novela moderna, un autor, el de “Lazarillo…”, se “suicidó” metafóricamente hablando para que su personaje pudiera vivir, para que su ficción pudiera ser creída y aceptada.
Al cortar las últimas amarras que la ligaban a la leyenda y la epopeya, la novela moderna, cuya acta fundacional es precisamente “Lazarillo…”, se ve obligada a forjar un nuevo criterio de veracidad y aceptabilidad porque ha perdido la credibilidad ingenua que le proporcionaban el remitirse a un pasado remoto y el protagonismo que tenían en ella los personajes heroicos. En definitiva, ha dejado de lado lo inaccesible e incuestionable para abrirse a la compleja variedad de lo humano y su lucha por hacerse un lugar en una sociedad inserta en un tiempo ya histórico, no mítico.
Su veracidad y aceptabilidad reposaban hasta entonces en su capacidad para expresar y confirmar la cosmovisión vigente y sus orígenes inapelables. Pero “Lazarillo…”, en consonancia con la nueva época en la que aparece, el Renacimiento, umbral de la Era Moderna, rompe el antiguo paradigma narrativo.
Adaptando al ámbito literario lo que T. Kuhn dice sobre los paradigmas científicos, podríamos afirmar que un paradigma narrativo proporciona un repertorio de enfoques canonizados de ciertos temas, modelos de personaje y formas expresivas de amplia vigencia en la comunidad literaria, es decir, tanto entre creadores como lectores.
Precisamente, así como un descubrimiento científico saca a luz una anomalía, esto es, un desajuste entre el universo físico y las expectativas creadas por el paradigma científico vigente, defraudadas o desmentidas por el nuevo factor comprobado, así también la aparición de “Lazarillo…” significó una anomalía temático-formal que puso en cuestión e inició la desintegración del paradigma narrativo vigente hasta entonces.
El autor de “Lazarillo…” demostró ser muy consciente de ello, de allí que optara por excluirse de su creación para que ésta pudiera imponerse por
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