Libro Las 50 Sombras
Enviado por mogoyon • 19 de Octubre de 2013 • 1.690 Palabras (7 Páginas) • 365 Visitas
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l corazón me late muy deprisa. El ascensor llega a la planta baja y salgo en cuanto se abren las puertas.
Doy un traspié, pero por suerte no me doy de bruces contra el inmaculado suelo de piedra. Corro hacia
las grandes puertas de vidrio y por fin salgo al tonificante, limpio y húmedo aire de Seattle. Levanto la cara
y agradezco la lluvia, que me refresca. Cierro los ojos y respiro hondo, dejo que el aire me purifique e intento
recuperar la poca serenidad que me queda.
Ningún hombre me había impactado como Christian Grey, y no entiendo por qué. ¿Porque es guapo?
¿Educado? ¿Rico? ¿Poderoso? No entiendo mi reacción irracional. Suspiro profundamente aliviada. ¿De qué
diablos va esta historia? Me apoyo en una columna de acero del edificio y hago un gran esfuerzo por
tranquilizarme y ordenar mis pensamientos. Muevo ligeramente la cabeza. ¿Qué ha pasado? Mi corazón
recupera su ritmo habitual y puedo volver a respirar normalmente. Me dirijo al coche.
Dejo atrás la ciudad repasando mentalmente la entrevista y empiezo a sentirme idiota y avergonzada. Seguro
que estoy reaccionando desproporcionadamente a algo que solo existe en mi cabeza. De acuerdo, es muy
atractivo, seguro de sí mismo, dominante y se siente cómodo consigo mismo, pero por otra parte es arrogante
y, por impecables que sean sus modales, es dictador y frío. Bueno, a primera vista. Un involuntario escalofrío
me recorre la espina dorsal. Puede ser arrogante, pero tiene derecho a serlo, porque ha conseguido grandes
cosas y es todavía muy joven. No soporta a los imbéciles, pero ¿por qué iba a hacerlo? Vuelvo a enfadarme
al pensar que Kate no me proporcionó una breve biografía.
Mientras recorro la interestatal 5, mi mente sigue divagando. Me deja de verdad perpleja que haya gente
tan empeñada en triunfar. Algunas respuestas suyas han sido muy crípticas, como si tuviera una agenda oculta.
Y las preguntas de Kate… ¡Uf! La adopción y que si era gay… Se me ponen los pelos de punta. No me
puedo creer que le haya preguntado algo así. ¡Tierra, trágame! De ahora en adelante, cada vez que recuerde
esta pregunta me moriré de vergüenza. ¡Maldita sea Katherine Kavanagh!
Echo un vistazo al indicador de velocidad. Conduzco con más precaución de la habitual, y sé que es porque
tengo en mente esos penetrantes ojos grises que me miran y una voz seria que me dice que conduzca con
cuidado. Muevo la cabeza y me doy cuenta de que Grey parece tener el doble de edad de la que tiene.
Olvídalo, Ana, me regaño a mí misma. Llego a la conclusión de que, en el fondo, ha sido una experiencia
muy interesante, pero que no debería darle más vueltas. Déjalo correr. No tengo que volver a verlo. La idea
me reconforta. Enciendo la radio, subo el volumen, me reclino hacia atrás y escucho el ritmo del rock indie
mientras piso el acelerador. Al surcar la interestatal 5 me doy cuenta de que puedo conducir todo lo deprisa
que quiera.
Vivimos en una pequeña comunidad de casas pareadas cerca del campus de la Universidad Estatal de
Washington, en Vancouver. Tengo suerte. Los padres de Kate le compraron la casa, así que pago una miseria
de alquiler. Llevamos cuatro años viviendo aquí. Aparco el coche sabiendo que Kate va a querer que se lo
cuente todo con pelos y señales, y es obstinada. Bueno, al menos tiene la grabadora. Espero no tener que
añadir mucho más a lo dicho en la entrevista.
—¡Ana! Ya estás aquí.
Kate está sentada en el salón, rodeada de libros. Es evidente que ha estado estudiando para los exámenes
finales, aunque todavía lleva puesto el pijama rosa de franela de conejitos, el que reserva para cuando ha roto
con un novio, para todo tipo de enfermedades y para cuando está deprimida en general. Se levanta de un salto
y corre a abrazarme.
—Empezaba a preocuparme. Pensaba que volverías antes.
—Pues yo creo que es pronto teniendo en cuenta que la entrevista se ha alargado…
Le doy la grabadora.
—Ana, muchísimas gracias. Te debo una, lo sé. ¿Cómo ha ido? ¿Cómo es?
Oh, no, ya estamos con la santa inquisidora Katherine Kavanagh.
Me cuesta contestarle. ¿Qué puedo decir?
—Me alegro de que haya acabado y de no tener que volver a verlo. Ha estado bastante intimidante, la
verdad. —Me encojo de hombros—. Es muy centrado, incluso intenso… y joven. Muy joven.
Kate me mira con expresión cándida. Frunzo el ceño.
—No te hagas la inocente. ¿Por qué no me pasaste una biografía? Me ha hecho sentir como una idiota por
no tener idea de nada.
Kate se lleva una mano a la boca.
—Vaya, Ana, lo siento… No lo pensé.
Resoplo.
—En general ha sido amable, formal y un poco estirado, como un viejo precoz. No habla como un tipo de
veintitantos años. Por cierto, ¿cuántos años tiene?
—Veintisiete. Ana, lo siento. Tendría que haberte contado un poco, pero estaba muy nerviosa. Bueno, me
llevo la grabadora y empezaré a transcribir la entrevista.
—Parece que estás mejor. ¿Te has tomado la sopa? —le pregunto para cambiar de tema.
—Sí, y estaba riquísima, como siempre. Me encuentro mucho mejor.
Me sonríe agradecida. Miro el reloj.
—Salgo pitando. Creo que llego a mi turno en Clayton’s.
—Ana, estarás agotada.
—Estoy bien. Nos vemos luego.
Trabajo en Clayton’s desde que empecé en la universidad, hace cuatro años.
...